Recuerdo la época en que arrojaba piedras a las multitudes, señalando al que mentía por ganarse un mendrugo de pan. Odiando al que aspiraba cada año a tener un auto nuevo y condenando a los que iban al país del adulterio. Con risa soberbia me reía del que le pedía que le tocaran el sexo y de aquel que lloraba porque en su libertad se sentía preso. No soportaba a quien vivía como los demás le decían, yo me sonreía pero ahora los entiendo y hasta perdí la risa. Me recuerdo despreciando al que iba a la casa de Dios a pedir auxilio, y también del que la misma ayuda la pedía a su vecino. Ahora que la inmortalidad se me escapó de las manos me encuentro actuando papeles que ayer hubiera yo rechazado. Ahora sé que la imagen y semejanza que compartimos con el Creador es la posibilidad de hacer el bien o el mal desde el fondo del corazón. Por fin entiendo eso de que con la vara que mides serás medido y todo me dolería menos si ella estuviese aún conmigo. Camino solo la ruta que me ha de llevar hasta el final. A veces estoy tan cansado que ya no puedo ni mirar. Ojalá sea cierto eso de que todos podemos aspirar a ser perdonados, si en verdad queremos vivir sin estar equivocados. Ya no me río con tanta fuerza, es más, ya no me río en lo absoluto, desde que me descubrí haciendo lo que hace cualquier adulto. Me hubiese gustado conservar mi inocencia, pero ya ni llorar es bueno, ahora sólo aspiro a la paciencia.
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