lunes, 31 de marzo de 2008

The Scarlett Letter

Querida Scarlett,
Te pido disculpas por ser una mezcla de Ashley y de Rhett es partes desiguales. El cuasimodo que camina derecho y no sabe ni siquiera tocar la puerta. Lamento no haber robado peras de un jardín y que no me haya dejado crucificar a los 33. Hice lo que pude, y si no estuvo bien, lo siento, no pude haberlo hecho de otra manera. Las cosas no se pueden cambiar. Tu lema fue “Así será, proteste quien proteste”, pero yo no tengo un reino ni una reina a la cual despreciar, y mucho menos una Iglesia que fundar. Fuiste la directora y estrella de tu propia película, yo sólo fui el extra que apareció de mesero entregándote la cuenta, y tú ni te percataste. Fui un admirador tuyo que en un sueño loco quiso ser admirado. Perdón por no haber podido resucitar el mar muerto por ti, ni cambiarle el color al mar rojo. Fui el octavo enano de tu cabaña; tu apóstol 13, que hizo mutis por la puerta de servicio, sin haber cenado. Del monte no bajé ni las tablas de multiplicar. Lamento no haber sido el cazador nocturno que en una mano tiene tatuada la palabra “amor” y en la otra “odio”, ese que esperabas que te pusiera en tu lugar con la fuerza que tú siempre dijiste rechazar. Disculpa también por no aceptar tu platónica ilusión, soy de carne y hueso, no un sueño encarnado. Al final me entero de que en nuestra historia no pasó ni el viento. Igual y en el futuro me comprendas completamente, por ahí del 2046. Sólo sé que el amor necesita de mucha coordinación. No basta encontrar a la persona correcta, se requiere también ser el correcto para esa persona; además hay que estar en el momento y en el lugar, oportuno e indicado. Como ves, nada sé. Perdona por el tiempo robado.

Atentamente,
Wilkes Buttler

viernes, 28 de marzo de 2008

La Cadena del sofista

La verdad es luz, la luz mata tinieblas, las tinieblas habitan mentes y las mentes son diversas. Diversas son las palabras y las palabras son confusas, confusas son tus maneras y aún así las usas. El amor es ciego, ciego es también el odio. El odio taladra, y el taladro hace hoyos. Los hoyos son oscuros, y oscuros son muchos conceptos. Hay conceptos en tu cabeza y en tu cabeza estoy muerto. La duda es tortura, la tortura insoportable. Insoportable es quien no es amable, el grosero es detestado por los otros, y otros son todos esos que no somos nosotros. Tú eres bella, bella es la pureza, la pureza es un cristal y el cristal delicadeza.Delicada es tu persona y tú manera de ser. ¿Cómo en este mundo no te iba yo a querer?

sábado, 22 de marzo de 2008

El espectacular Payaso Malabarista (Ciudad de México)

Luz roja. Treinta segundos que por lo general son una eternidad (excepto cuando viajas con alguien cuya compañía disfrutas mucho). Crucero transitado, que sólo por eso es peligroso. Levantas la vista y allí está, como un espectro sacado de las profundidades del infierno. Un hombre calvo, el poco cabello que le queda, revuelto de forma desagradable, parece quemado, mal oxigenado, Marylin Monroe tras saltar del Hindenburg. Tendrá unos 55 años, o menos si su vida ha sido dura. Su rostro mal embadurnado de pintura blanca, buscando tener la apariencia de payaso. Clown deprimente con cigarrillo en la boca. Tres círculos rojos sobre la pintura blanca de la cara, dos en los pómulos, uno en la nariz, con un centro negro en cada uno de ellos. Cada punto negro es del grosor de la punta de un dedo, parecen ser los oscuros blancos de una macabra diana, en esa cara enojada, de pesada mirada, odio contenido o indiferencia furiosa. Cruza tu mirada con la de él y, aunque no lo hayas visto antes en tu vida, te sentirás culpable y responsable de sus desgracias. El quebrado payaso camina encorvado, su espalda es el arco de la derrota, pasos cortos, cabeza gacha, la odiosa mirada siempre al frente. Es un frío día de marzo (el invierno se ha 'encariñado' con la ciudad y se niega a partir), su ropa delgada y desgastada lo protege muy poco. Verdes los pantalones viejos, vieja la desgastada camisa de nylon y añejo su chaleco beige de algodón. No es su ‘ropa de trabajo’, es su ropa ‘del diario’. Lo único que lo distingue de los indigentes ‘no artísticos’ es su grotesco maquillaje y la pelota verde que se trae entre manos. Luz roja. Los autos detenidos, el payaso, paso a paso, llega al centro del cruce enfrentando a los automovilistas. Empieza su acto. Con las manos al frente, a la altura de su cintura, realiza lo que él entiende por ‘malabares’ (o lo que le permite su poca destreza en este negocio). Su mano derecha arroja una pelota verde a su mano siniestra, entre ellas hay una separación de quince centímetros. La mano izquierda devuelve la pelota verde a la mano diestra, y así se pasan lentamente la bola durante veintidós segundos. Esporádicamente aspira su cigarro, quizás para darle al acto un factor de peligro. Después de los malabares, sin separar el cigarrillo de sus labios, se acerca a los automovilistas, esperando recibir monedas sin realmente solicitarlas (silenciosa petición sobreentendida entre los indigentes y los automovilistas de esta ciudad). El payaso mira fijamente, sin quitar el odio de sus ojos, a cada conductor en turno. A veintitrés segundos de que la luz roja de paso a la verde, el payaso regresa encorvado a la acera sin haber recibido una sola moneda. Luz verde. Los autos avanzan y el payaso espera la próxima luz roja para repetir su función; y así será hasta que se busque otro oficio o llegue su defunción.

jueves, 20 de marzo de 2008

Miracle Mile (Miami)

Cuando vi “Gladiador”, en los tiempos en que se estrenó, recuerdo que el nombre del personaje me sonaba a nalga no marina, pues se llamaba Máximo, Gluteos Máximus, asociación de ideas que tengo desde hace años. Por otro lado, glúteo es una palabra que suena a gorgorismo gorjeante de Gorki o Gogol. Todas palabras rimbombantes y ‘rimbombante’ es en sí otra palabra llena de rimbombancia. Caminaba por Le Jeune road, una de las avenidas importantes de Coral Gables, y creo que de Miami en general, no sé, la botánica y la acupuntura nomás no son mis ciencias, a dos calles de Miracle Mile, quizás no deba, porque no me gustan las deudas, pero hablaré un poco de Miracle Mile. Éste es un tramo, imagino por su nombre que como de una milla (en realidad mide media milla, su nombre nos miente a todos), de una larguísima avenida llamada Coral Way, que va de no-sé-donde hasta quién-sabe-dónde (pero es muy larga, como el tiempo en el sillón del dentista) en esta ciudad llamada Coral Gables. Si consigues mapas y boletines turísticos de Miami, por lo general te toparás con la mención de Miracle Mile. Son tres cuadras donde supuestamente hay tiendas elegantes y que vale la pena conocer por… hmm, pues dizque por las tiendas. Quizás sean elegantes, pero no te esperes encontrar nada de renombre. Hay una librería no-tan-mala y un lugar donde venden burritos, esa comida Tex-Mex que muchos consideran mexicana, que no son nada del otro mundo, ni de éste. La verdad es más la leyenda de Miracle Mile que su realidad. Aunque si lo que buscas son tiendas que ofrezcan vestidos de novia, éste es el lugar que te conviene, al menos por cantidad, pues hay más de cinco de ellas a lo largo de las tres cuadras. También hay una farmacia donde no venden tan cara el agua, ni los cigarros, donde los perfumes de marca suelen estar rebajados, pero que carece de todo lo que le parece ‘chic’ o ‘in’ a la gente. Del lado de Le Jeune road, los sábados he visto que al terminar Miracle Mile se ponen unos puestos donde venden frutas, verduras y cosas naturales, todo a un precio razonable en esta ciudad de precios irrazonables. Es por esa zona donde ocurrió lo que te contaré. Venía caminando por Le Jeune road, en dirección al sur, cuando a una calle antes de llegar a Miracle Mile (prometo ya no mencionar de nuevo ese nombre) vi que en la esquina se agrupaba un grupo de gente, mirando algo que estaba tirado y que se quejaba. Crucé la calle, y al notar que ese algo en el suelo era una persona aullando de dolor, me imaginé que un auto la había arrollado, que con algo de trabajo había llegado hasta la esquina para ponerse a salvo y que allí yacía ahora doliéndose de un atropello (literalmente hablando). Se me hizo extraño, con lo ‘eficientes’ que son los servicios en este lugar, que no hubieran detenido al cafre culpable y que no hubieran llegado ya las ambulancias y los policías, e incluso que lo hubieran linchado si se apellidaba Castro. Además, si eso hubiera ocurrido muy recientemente, como parecía, yo habría alcanzado a ver al culpable huyendo y el alboroto por tratar de atraparlo, pero nada de eso había ocurrido. Mi camino me obligaba a pasar por la esquina de la adolorida, y eso me permitió ver qué sucedía. Mucha gente estaba reuniéndose preocupada ante la mujer tirada. Algunas personas llamaban a los servicios de emergencia desde su celular. Algo así en mi país hubiera indicado seguro que algún mal conductor tras atropellar a alguien se dio a la fuga, pero no, éste es primer mundo y la fulana estaba tirada allí, en ropa deportiva, gritando de dolor y sobándose el glúteo izquierdo, porque había sufrido un repentino calambre que le impedía caminar. Sin sangre ni herida, sólo una parte del cuerpo acalambrada. Para detener así el tránsito peatonal en mi país necesitas tener de menos cuatro huesos rotos o las tripas de fuera (regadas por el pavimento), aquí basta que te duela mucho aquella parte del cuerpo que dio nombre a un gladiador del cine. Ahora veo que las cosas cambian según las latitudes y yo me sigo sintiendo tan extranjero aquí como en mi país de origen.

Comentario al margen del pie, totalmente descalzo: La vez pasada mencioné un libro de Guillermo Arriaga (el mismo que escribió Amores perros, Babel y El búfalo de la noche) que estoy empezando a leer, se titula Un dulce olor a muerte. Me está gustando, lo que he leído de Arriaga me ha gustado, porque retrata muy bien situaciones y maneras de hablar de los mexicanos. Me encanta la narrativa de ese autor, es muy natural y fluida, como mantequilla en sartén caliente. Se trata de un cadáver encontrado. Por lo menos lo que llevo leído me está gustando. El libro que acabo de terminar es Enrique Bunbury, Lo demás es silencio, de Pep Blay, una biografía interesante, y nada tediosa (como suelen ser las biografías), de uno de mis cantantes-compositores favoritos. Allí también se habla de la historia de los Héroes del silencio. Yo a ese grupo lo oía porque le gustaba a todos mis hermanos, pero a mí nomás no me entraba, sus letras me daban flojera. A Bunbury lo descubrí cuando leía un libro de Dostoievsky, creo que era Los hermanos Karamazov. Estaba tendido en una habitación leyendo cuando desde la sala de la casa me llegaron unas notas musicales que me gustaron. Sonaba a algo distinto a lo acostumbrado, fue como mágico. Bajé a ver qué era. En la sala estaban mi hermano y su novia, escuchando Pequeño, el segundo CD solista de Bunbury, de allí salían las melodías encantadoras. Ella era fanática del zaragozano, y cuando pregunté qué estaban escuchando, como anuncio comercial me lanzó un discurso tratando de convencerme de algo que ya me había convencido minutos atrás una tonada sin necesidad de discurso. En fin, tanto el libro sobre Bunbury, como el CD de Bunbury, son altamente recomendables, aunque debo decir que ése no es mi CD favorito de ese cantante, pero me sigue gustando mucho. Bueno, esto nada tenía que ver con calles chic de Miami, Glúteos Máximus Adoloridus, ni cafres en ciudades latinoamericanas, pero es algo que estoy leyendo.

lunes, 17 de marzo de 2008

Una noche en San Francisco

En medio de la noche fría de San Francisco, pero vamos por partes… empezamos en Union Square, ahí terminó el tour, que nos llevó al Golden Gate, y empezó lo que siguió. Primera escala un bar muy antiguo y demasiado escondido llamado Gold Dust. Una escultura de un minero, con melancólica cara te recibe al entrar. El sitio es muy viejo, parece de finales del siglo XIX. Decorado rojo y clásico, huele a muchos años, a haber sido inundado por ríos de cerveza y nicotina cada noche desde hace más de un siglo, aunque ahora ya no se pueda fumar en el interior. Pido una Anchor de barril, para empezar, viendo el ancla de la etiqueta pienso que igual lo que estoy haciendo ahora es cortar amarras, levar anclas y conocer más personas. En la mesa estamos dos mexicanos, un inglés, un italiano-irlandés (que habla muy bien el español) y yo. La plática gira en torno a la cerveza y a lo clásico del lugar, luego hablamos acerca del estadio de Wembley y su nada popular reconstrucción. Se comenta que los aficionados ingleses están empezando a ver más futbol femenil, porque el masculino de ligas profesionales ha sido comprado por magnates extranjeros que contratan a demasiados jugadores de otros países. El nacionalismo parece estar pesando más que el machismo. La globalidad no siempre es bien recibida. La mesera sin vocación no intenta disimular siquiera su rostro de hastío, sin embargo es rápida y nos da un buen servicio. Súbitamente, como salida de quien-sabe-dónde, llega una chica de la India, conocida de todos. Y seguimos conversando. Música, literatura, filosofía y mil y una tonterías. Periodismo, escritura, el español. Al ver que los temas son los que generalmente propongo, me callo. Pero la conversación sigue libre, en la dirección que suele tomar el viento. Después de un buen rato, salimos de ahí para ir al segundo sitio, pero haremos escala en la casa del italiano-irlandés, ya que pasará por su esposa. La zona de Mission. Restaurantes mexicanos por doquier, hasta torterías y taquerías. La casa es un departamento, antiguo, muy antiguo, hay cosas modernas, pero el lugar es viejo. Nada feo. Salimos, ahora somos el dueño de la casa, su esposa, el inglés y los dos mexicanos. Vamos a un restaurante cercano, llegamos caminando. En el trayecto vemos dos viejos cines, antiguos, que llevan ya décadas cerrados. Imagino que allí viven ahora vagabundos (nada jóvenes, aunque quién sabe) que comen sus tortas mexicanas y sus tacos. Llegamos al restaurante en el que quedamos de vernos con los demás. Más cerveza, retomamos la plática. La chica de la India reaparece vestida de otra manera, y también llega un suizo, seguido de un argentino que me recuerda a Fito Páez, pero con el cabello corto. Parpadeo y de repente está llena la mesa, de gente y de comida. Ahora hay tres chicas de Singapur, un alemán, un neozelandés, una brasileña y una china que viven en Canadá (ambas muy amigas mías de tiempo atrás), y la conversación sigue la corriente de la cerveza. Llega una italiana y más tarde otra chica de la India que también habla muy bien el español. Es la torre de Babel convertida en mesa, pero por fortuna tenemos la insincera lingua franca que es el inglés. Llega una venezolana que escribe poemas eróticos y su esposo, que luce demasiado tranquilo. Leo los poemas, o creo que los había ya leído en el primer lugar, hablando de lugares… nunca supe cómo se llama el segundo restaurante, pero allí cenamos y de repente la mesa desapareció y la gente empezó a bailar. Una de las chicas de Singapur me pregunta si ya estoy borracho, y le digo que no. Me empieza a contar de su situación emocional en su tierra natal. Enamorada de un compañero de trabajo. Bueno, hay que dejar pasar el tiempo, le digo, para saber si es amor o sólo un capricho, ocho o nueve meses, dicen, en lo que uno recobra la razón. Pero creo que no es bueno enamorarse de un compañero de trabajo. Si las cosas con la pareja salen bien el trabajo puede salir mal. Si las cosas de pareja salen mal, el trabajo también sale perjudicado. Mala apuesta, que casi apesta. Le digo que jamás debe confiar en un hombre que le dice que confíe en ella, me pregunta por qué, le digo que el mero hecho de que uno diga que deben confiar en uno es porque hay algo de desconfianza por ahí, le digo que confíe en mí cuando le digo eso. Se queda un poco perpleja y yo me voy por otra cerveza. Los demás bailan y bailan como derviches epilépticos o como gente que disfruta de la música, hay de todo. Me gustan los sonidos y medio llevo el ritmo, pero no me apetece bailar. Nostalgia por una persona. Sombras que me asombran y me asolan. ¿Hasta cuándo? Bailan y bailan, hasta que nos indican con indirectas muy directas que van ya a cerrar el lugar. Más de las doce, supongo, pues no tengo reloj. Salimos y nos dividimos en taxis para ir a un bar. Ya no está un mexicano, pues se fue con la venezolana y su esposo. Salen dos taxis y los que quedamos esperamos al tercero, de repente aparece una limusina gris-plata. Abren la puerta y veo que la gente que quedó conmigo empieza a abordar el vehículo, yo voy con ellos. Viajamos ahora el suizo, un neozelandés, el inglés mi amiga chino-canadiense, un desconocido y yo. El desconocido empieza a conversar y resulta que es mexicano, y que va a donde todos vamos. Lanzando algunas miradas medio cargadas de lujuria a la chica, quien de repente se da cuenta que va sola con puros hombres y se pone nerviosa, pero bueno, es mi amiga y hace como que va conmigo. Adentro del auto todo es a media luz, hay dos antorchas artificiales, un juego que con un foco anaranjado, tela muy ligera y aire simula el movimiento del fuego. Erotismo kitsch. Romance de motel. El perfecto afrodisíaco del mal gusto. Ahora va cerrada la ventana que divide al conductor de los pasajeros. En la ventana se proyectan estrellas y galaxias y se oye, a nivel muy alto, una canción hippie de San Francisco (creo que se llama Flowers in your hair). El conductor maneja a gran velocidad y los pasajeros vamos como contenido en batidora, ahora sé lo que sienten los huevos revueltos (no hay entrelíneas). El chofer abre la ventana interior que nos separa de él, y ahora tiene puesta una peluca que yo definiría como una combinación Afro-punk y cabellera de Tina Turner. Sin voltear a mirarnos, imagino que para no perder de vista el camino y así evitar estamparnos contra otro auto o contra un muro (una cosa es revolvernos y otra muy distinta: matarnos), levanta con una mano una caja de plástico de la que sale una luz láser roja, como la que sirve de señalador en una conferencia (o de blanco para un franco tirador que habla con engaños y no es francés), y empieza a hacer bailar la luz en el interior del auto. Jamás reduce la velocidad, hasta que nos detenemos, y tras pagarle 40 USD por un trayecto que cuesta menos que la mitad, bajamos al siguiente bar. Allí están esperándonos algunos conocidos estadounidenses. Bailar y bailar, mientras el alcohol sigue fluyendo. Varias parejas gay se demuestran su afecto abrazándose y besándose, bailando frenéticamente. Encontramos de nuevo a las chicas de Singapur y a otros más que ya no recuerdo. Nos quedamos ahí hasta que nos dicen que ya van a cerrar el lugar y de nuevo nos vamos todos a otro bar. Ya no hay limusina. Llegamos a un sitio donde hay tipos bailando con el torso desnudo. Y más gays. Algunos nos empezamos a cansar y yo decido salir a la terraza, a una mesa en el exterior, para descansar y fumar. Llegan algunas personas conmigo y les contamos la historia de la limusina. A mi derecha hay una figura como de metro y medio de un ciervo, como de Bambi, me molesta porque tiene los ojos rojos y parece estar mirándome a mí. Me levanto para tratar de cambiarla de posición, pero es de metal y parece estar asegurada al piso, no logro moverla ni un milímetro. Llega mi amigo neozelandés y se monta en el ciervo. Rodeo de estatuas de Bambi. Regreso a la mesa a platicar con las chicas de Singapur, con el alemán y mi amiga chino-canadiense. Hablamos de todo y de la nada, tal como suelen ser las mejores conversaciones que existen (y sin embargo a ésta le falta un pequeño toque de magia). Recuerdo Mi problema: esta noche no tengo habitación de hotel y la casa del amigo con quien me iba a quedar está muy lejos (sin contar con que seguramente ese amigo ya está muy dormido). El ánimo va decayendo, la energía no puede durar por siempre. Son las cuatro de la mañana, más de un monje debe estar ya despertando para sus primeras oraciones, o barriendo el templo. Pero aquí no hay monjes y no nos toca ni barrer ni orar. Todos nos vamos de allí. Yo, como suele suceder, y recordando a Blanche Dubois, tiendo a depender de la gentileza de los amigos (aunque ella estúpidamente dependía de la de los extraños, pobre Blanche, era mucho más idiota que yo). Al menos no duermo en la calle esta noche. M quedo cerca de Union Square. A la mañana siguiente despierto temprano, demasiado temprano, con una resaca que me reseca el ánimo y salgo a la calle con rumbo desconocido. Todos duermen. Ya habrá tiempo para dormir después.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Frío en California

California. La primera vez que estuve aquí el clima fue nublado y frío, me hizo recordar que cuando estuve en Londres el clima fue soleado y clauroso, sospeché que algo estaba cambiando en el clima, que los estereotipos pueden ser monoaurales o que tengo mal tino para conocer los atractivos turísticos como se debe. Hoy estoy de nuevo en California, creo que cerca de San Francisco, y hace un frío digno de un verano en la Antártida. Siempre he sido muy sensible e incompatible al frío, ahora creo que tras mi temporada en Miami lo soy más. Son las ocho de la mañana y estoy en la recepción del hotel esperando a que pasen por mí. Es una repetición momentánea de mi rutina matutina de ayer. En la recepción hay un hombre, con un porte elegante, como de 90 años, aunque bien pordían ser 50 demasiado bien vividos, uno nunca sabe, que está aquí para darle a uno los buenos días. Es decir, en el escritorio de la recepción hay tres empleados jóvenes, el señor de avanzda edad sólo se pasea por aquí, atento de que llegue algún huésped, para darle los buenos días, preguntar cómo se encuentra el huésped esta mañana y ofrecerle un vaso de café. Por un lado me alegra que a la gente de edad se le den oportunidades de trabajo, aunque creo que este señor bien puede ser capaz de más actividades laborales. No sé, por un lado creo que son trabajos 'por lástima' o por 'pena' y no es que a las personas que realizan estos trabajos les deba dar pena, la pena me da a mí, porque seguro esta gente tiene mucha más experiencia y capacidad para hacer muchas cosas más que dar buenos días a las aves de paso que aparecen por aquí. Creo que me voy a enfermar, siento mis vías respiratorias en el borde de 'ya me va a dar tos', pues ni modo, ni tos. Espero poder escapar de la enfermedad. Quisiera quedarme un tiempo más por estos lugares, lares para sonar lo sofisticado que no soy en realidad, pero ya extraño el buen clima de mi base temporal. Sigo leyendo las "Opiniones de un payaso", de un autor cuyo nombre no recuerdo, sólo sé que ganó el Nobel de literatura en 1972. Me quedan como 20 páginas, casi lo leí entero en el vuelo que me trajo a California. Es un libro que no me ha gustdo mucho, ni despertado mi emoción, pero por otro lado de alguna manera ha mantenido mi interés. Creo que lo recordaré como el libro donde encontré bien retratado un sentimiento que he tenido yo desde que tengo uso de memoria, y aún cuando me desmemorizo: el horror de los objetos que dejan atras las eprsonas que se van (que se van en el amplio sentido o sentidos de la frase). Los objetos son los que nos hacen más patente la ausencia. La ropa de la abuela que se murió, la habitación del hermano que se ha ido de casa, los cosméticos olvidados de la chica que te dijo que ya no y que no dijo adiós. Sí, lo curioso es que los objetos dejados atrás siempre te recordarán algo, pero imagina que la persona que se va se lleva todo. Entonces no tendrás objetos que te recuerden las cosas, sino un vacío que te gritará la ausencia. Por lo tanto, da lo mismo. Si la gente que se va te deja cosas personales, te acordarás doblemente de la ausencia por los objetos que te dejó; pero si se lleva todo y deja huecos, entonces esos espacios vacíos te servirán de recordatorio no-deseado. Uno siempre pierde en esos asuntos.

sábado, 8 de marzo de 2008

Génesis indolora, incolora e inconclusa, insípida

De repente todos los diarios privados se hacen públicos. Necesidad urgente de ventilar las innobles partes nobles del alma. Gritar a los cuatro vientos lo que llevamos dentro, e igual terminamos en unas décadas más siendo una abuela condecorada. Admito que fue la abuela bloguera, que nada tiene que ver con un globero, la que me hizo crear esta cosa. Rafagueando mis ideas me pongo a escribir, una génesis nada sutil. Ahora viene lo que diré. Bonita cosa. Puede ser mi alter ego, maniqueo manoteando, en la superficie de una profunda alberca de desesperación. Puede ser mi verdadero yo envalentonado, mal entonado, en el anonimato vil. La mano escondida tras la piedra arrojada. Arrojada fue Vilma, la esposa de Pedro, al haberse casado con ese energúmeno machista, fácilmente manipulado por el 'sexo débil' sin notarlo. Puedo hablar de mi trabajo, que me tiene hasta las manos y me está dejando manco, ciego y sordo, en un estado semivegetativo. Puedo usar este espacio para publicar todos los poemas que no me he atrevido o las cartas que tengo debajo del ropero, colección de mi timidez. Puedo usar esto como aparador de mi 'transformismo', tal como algunas personas muy estimadas dicen que soy. No lo sé, es mi primera vez y esta pérdida de virginidad bloguera sin globito de látex no tiene rumbo definitivo. Ojalá sea el primer paso de los muchos que intento dar en distintos lugares de aquí hasta el día del Juicio Final o el día en que me saquen con los pies por delante en una caja de pino del número 8, Geppeto, Gepetto, Geppetto, GGEEPPEETTOO (uno de esos es el correcto), llorando por su astillada creación. Ay dolor. Suenan a disparates, bienvenidos a mi cabeza, pero no, soy más coherente que esto. Culpen al autor del Búfalo de la noche, hoy empecé una novela suya (autor y título se los comento la próxima) y a la dosis de Cortázar sin cortisona que me refiné anoche. Dije mucho, sin decir nada, en este espacio en el que todos aspiran a sus cinco minutos de fama. Antes para ser leído o conocido, tenías por fuerza que ser alguien sobresaliente. Ahora cualquiera puede lograrlo. Gente sin preparación, sin nada que decir, tiene ejércitos de lectores en espacios como éste. Yo creo que terminaré siendo como el predicador que se va al desierto y que ni las piedras escuchan. Milagro, milagro, las piedras caminan cuando él habla. Uno de estos días, publicaré aquí un cuento. Hoy fui al cine y vi "the other boleyn girl", la otra bolena, o la bolena a la que no le volaron la cabeza. Me mareó un poco esa manera tan especial de manejar la cámara, lo hacen sentir a uno como un Pepe Grillo vouyerista. Culpa al final de la cinta por ver cosas que a uno no le atañen. Ni aunque fuera campana. Es entretenida y me doy cuenta que me gusta más Natalie Portman que Scarlett Johansson. En gustos se rompen madres y géneros, sin generosidad alguna.
Anoche soñé que una amiga muy querida, con la que abruptamente dejé de comunicarme debido a malas comunicaciones etílicas (por favor pídanle a las personas de confianza que les retiren los celulares y teléfonos del alcance de sus manos si es que van a beber alcohol), me llamaba por teléfono para que nos viéramos en un tradicional café (en el que una vez nos encontramos una cucaracha paseando por la pared... ese día la cuenta nos salió gratis, pero desechamos la idea de ir siempre acompañados por una cucaracha para que nunca tuviéramos que pagar... a ambos nos asquean esos bichos), pero miles de cosas me pasaban (me perdía en mi casa que en realidad no era mi casa pero sí era mi casa, ya sabes, como en cualquier sueño, en la calle me daban malas direcciones y el tiempo se consumía como se consumen los carbones) y jamás llegaba a encontrarme con ella. Esta mañana le envié un mensaje de texto por celular, pero creo que lo que no sé que le dije aquella noche ausente absinte le molestó mucho y no me ha contestado. Si alguien adivina quién soy, y la conoce, por favor dígale que la quiero mucho y que la extraño. En verdad es una amiga muy especial.


No es todo por hoy, pero ya se me acaba el tiempo.

Atentamente
Mob Tomasamot