martes, 31 de marzo de 2009

Mis 25 (cosas) a mis casi 50

Con esto empiezo el final, todo lo que empieza acaba y todo lo que sube, baja (menos los precios).
1. Me encanta el idioma español. Alguna vez en el pasado lo odiaba, muchas reglas muchos acentos, mucho mucho. Prefería el inglés. Ahora adoro el idioma español (en serio).
2. Soy muy soberbio. Desplantes de divo. Eso dicen, igual tienen razón, pero creo que lo que espero es un respeto de parte de los demás similar al que muestro por ellos. ¡Nah!, ¿a quién engaño? Creo que si soy soberbio, pero eso no me honra. Llevo 41 años tratando de arreglar eso. La soberbia es síntoma de inseguridad, por eso procuro usar siempre cinturón.
3. Esta especie de confesionario me recuerda a un juego de la primaria. No recuerdo muchas cosas de la primaria. Mi memoria es buena, pero creo que ya se mezclan en ella los recuerdos verdaderos de los inventados.
4. Soy adicto a la lectura. Cualquier adicción es mala, incluso esa. Creo que me gusta leer no para aprender ni conocer, sino para fugarme. Me gusta el cine y la música.
5. Las buenas conversaciones son uno de los mayores placeres que tiene la vida para mí.
6. Creo que “la vida está en otra parte” debe ser mi lema (y eso es contra mi voluntad).
7. Comprobado, cada que bebo (en demasía, lo cual es frecuente), sufro el síndrome del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Ya no me gusta. Hmmm esto no debe ser sorpresa para nadie.
8. Enrique Bunbury, Andrés Calamaro y Joaquín Sabina, son para mí los mejores compositores-letristas que hay en español. Dylan es divino, el mejor en general.
9. Tardé mucho años en probar las drogas porque siempre he creído que tengo drogas incluidas. Igual empecé a experimentar cuando se me terminó la dosis interna/natural.
10. El diez es un número presuntuoso, igual el 100. No me gustan las matemáticas, pero cuando no pienso que estoy haciendo matemáticas las cuentas me salen bien. Creo que con ellas tengo pánico escénico. Los números me intimidan, prefiero las letras.
11. Ahora soy muy miope (no sé si culpar a los libros o a la computadora, o a ambos), todo adquiere tintes impresionistas más allá de los tres metros contados a partir de la punta de mi nariz. Al menos tengo la ventaja de tener grande la nariz.
12. 25 cosas sobre uno es una lista muy larga. No me gustan las biografías no autorizadas. ¿Quién carajos le da el derecho a quien escribe esas cosas a decir lo que el biografiado (¿existe esta palabra?, bueno el tipo(a) que es objeto de la biografía) no quiere/quiso decir? Me encantan las autobiografías aunque sean realmente mitografías.
13. Creo que mi única vocación verdadera es carecer de vocación verdadera. Lo más cercano a vocación para mí es escribir y tener buenos amigos. Aunque lo segundo más que vocación es una suerte divina.
14. Tengo que vivir al menos un año en Buenos Aires.
15. Soy muy visceral (eso no significa que mi abdomen sea muy abultado, bueno lo es, pero no lo dije en ese sentido).
16. Hmmmmta, 25 cosas, son muchas. Me dan miedo los fantasmas y las cosas sobrenaturales. Agradezco no tener el sexto sentido como el de la película de Bruce Willis y no ver deambular gente muerta. Realmente lo sobrenatural me aterra.
17. Quisiera que al morir todo se acabara. Nada de vida eterna, nada de reencarnación. Una vez es más que suficiente para mí.
18. El trabajo es un medio, no un fin. Necesario. Soy un vagabundo que prefiere tener dinero. Con la edad uno se acostumbra a la comodidad, de hecho la exige. Sin embargo también me aterra la vejez. Me choca estar en el umbral de ella. Quien dice que la vida empieza a los 40 miente. La vida empieza en el momento en que uno nace y cada momento y edad de la vida es importante.
19. El ser humano no es bueno por naturaleza (Rousseau además de tener demasiadas vocales en su apellido se equivocaba). El hombre es un ser extraño. Puede ser bueno, pero no creo que sea por naturaleza, sino por compromiso. En general el hombre es un holgazán moral. Prefiere ser guiado, busca quién le diga qué hacer y por dónde ir. Siempre necesita un líder. OK, no todos los hombre, pero sí la mayoría. “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset (es uno sólo, pero con un rimbombante apellido) es un libro que no sé si me influyó mucho o me identifiqué mucho con él. Ahí se habla del hombre como un holgazán moral. Gracias a Dios siempre hay excepciones a todas las reglas.
20. Hay veces que añoro creer en una religión. Creo en Dios, o en una fuerza divina, pero no creo en ninguna religión. Ellas son simplemente creencias institucionalizadas. Realmente le tengo tirria a San Pablo por encargarse de hacer del cristianismo una institución.
21. Me qeuivoco (quise decir “equivoco”) con frecuencia y mis propias palabras suelen ser el elemento más común de mi dieta. Espero ahora tener menos errores que aciertos, pero no sé, eso sólo el tiempo lo dirá, y el tiempo jamás habla, sólo pasa. Errare humanum est. Ese es de los pocos latinajos que conozco. No me gustó “El nombre de la rosa” porque se me hace un libro interesante, pero pedante, lleno de frases en latín (ninguna de ellas traducida). Alea jacta est. Requiscat in pace.
22. Me gusta mi letra manuscrita, sobre todo cuando estoy de mal humor.
23. Me gusta mucho el Pato Donald (Mickey Mouse me desagrada, nadie puede ser tan ‘buena persona’). Las caricaturas de Tom y Jerry me hacen reír mucho (de niño las odiaba, son muy estridentes) y no creo que sean para niños.
24. Soy muy muy impaciente (¿ya se va a acabar la lista?)
25. Capricho es una palabra que me disgusta.
Ese soy y un poco más.
M

domingo, 29 de marzo de 2009

Palabras que sobran

Después de que se ahoga el niño tapan el pozo. La retrospectiva es una ciencia exacta. Es algo raro estar en el lugar donde hay que comprar para sentirse vivo. Por lo tanto hoy estoy medio muerto, en el día que dicen que es el más triste del año, por las circunstancias climáticas. No me siento mal, pero podría sentirme mejor. No hago caso al hombre que habla del clima por televisión, porque ni televisión tengo. En la isla desierta, que es en realidad una península, estoy sin estar. Estirando palabras como ferrocarril, o como desoxirribunucléico hasta que se rompan. El rompope de las monjas no produce embriaguez, primero caerás asqueado.

He visto a muchas personan jurar en vano y sin embargo creo que lo hicieron honestamente, lo sé porque yo mismo me he propuesto cosas que con el tiempo olvido. Por eso debemos de dudar de quien promete algo para siempre, aunque sea sincero, pues si le crees es probable que termine lastimándote sin haber tenido la intención de hacerlo. A veces esto último es lo que más duele. Los fatigados peregrinos de la rutina continuaban su imparable desfile ante mi desatenta indiferencia, ignorando las gónadas en ganga de la gangosa con gangrena. “Es mucho pedir, dijo Pedro, el de la camisa azul y pantalones oscuros acerca de la disciplina que su hermana le pedía a través de un teléfono celular. Una mujer con celulitis circulaba presumiendo sus malformadas y descuidadas piernas con una minifalda que nadie en las islas Bikini se atrevería a usar. Yo me puse a pensar que las corbatas no sirven más que para colgarse los colores al cuello. Una mujer cuyo nombre había olvidado (no yo, sino ella) le decía a su acompañante anónimo que era muy mala para aprehenderse la letra de las canciones. Su papá había aprendido en la cárcel muchas tonadas en la harmónica, era un guardia que no tenía nada de ángel más que el nombre, pero había muerto sin aprehender tampoco ninguna letra (el tipo murió sin deudas). A mí me importaba un bledo la letra que escapaba de esa mujer, por eso intenté contar cuántas rubias naturales pasaban delante de mí. Conté 75, pero sospecho que muchas de ellas eran beneficiadas por la química estética moderna. Un pobre diablo repartidor a bordo de una motocicleta destartalada se sentía rey por un día al conducir lentamente por una calle estrecha, impidiendo el paso a dos docenas trágicas de automovilistas que intentaban acelerar detrás de él. En la noche el pobre diablo (y más de uno de las dos docenas) llegaría a su casa a probar con la lengua el sabor de las suelas de su suegra. Hechos de la vida, yo por eso no estoy interesado en las carreras de caballos ni en las acciones de la bolsa inactiva. Por otro lado me pregunto ¿de qué sirve dejarte constancia de mis tiempo si tú, igual que yo y que todos los demás, vas morir algún día para después, igual que yo y que todos los demás, serás completamente olvidado? Dichosos los triunviros virulentos monos que no ven, no oyen y no escriben.

“Hmmm” dijo él como única respuesta. “¿Qué opinas?”, dijo ella con esa típica urgencia que nace de la culpa no confesada. “No sé si decirte una brutal verdad o una piadosa mentira”, respondió él por fin, como una forma de ganar tiempo. “Dime la verdad”, dijo ella, quien por cierto, de postularse en la competencia bien ganaría el ‘Pinocho del año’. “Está bien”, dijo él, con una seguridad y aplomo sacados de la manga de un árbol de Manila, “haré lo que cualquier diplomático y te diré falsas verdades barnizadas de belleza”. Ella sonrió satisfecha.

En el radio sonaba la misma canción cansada de hace treinta años (como si nadie hubiese escrito nada que valiera la pena desde ese entonces). De repente la transmisión fue interrumpida por un hábil aviso que decía: “pronto, inscríbase al curso ‘el arte de saber personar’ y termine con esos odiosos odios, irónicas iras y fructifique sus frustraciones de una vez por todas. Comuníquese al 5555555555. El curso se impartirá en el centro nacional de la cultura y la promoción del arte. Y perdónenos la interrupción de su cascada canción”. El viejo tema fue reanudado sin atarse, exactamente donde había sido interrumpido sin permiso.

La mayoría de las personas en el recinto, como la mayoría de la humanidad, llegaban en ocasiones a formar ideas que pensaban serían demasiado ridículas como para ser expresadas. Nadie en el recinto resultó ser como esa escuálida minoría que expresan sus ideas y terminan siendo ricos por eso.

La mayoría del tiempo me pregunto: “¿qué hago en este mundo?” Sé que más de una persona me respondería con la palabra obvia: “vivir”; entonces yo arremetería con “pero ¿cuál es el sentido?” Algunos dirán que debo ser alguien en la vida. Hmm, como si pudiese existir (o hubiese existido) alguien que no terminará, tarde o temprano, siendo sepultado por las espesas arenas del tiempo. Otros dirán que el fin es amar. ¿Amar a qué o a quién? ¿Qué sentido tiene dedicarle la vida a alguien? ¿Acaso amar a la humanidad? ¿Qué caso tiene el amor que no es correspondido? El amor platónico es tan absurdo como tratar de usar una bolsa de plástico como abono natural. Habrá quien diga: “mira cómo te bendice el Cielo”. Y yo creo que así como hay muchos en peor situación que la mía, hay también algunos en mejor lugar. Honestamente no me gustaría ser ni unos ni otros. Ese no es el punto. Yo quiero saber cuál es el sentido de haber nacido. Cuando tenía fe, creía que esta vida era una prueba a la que nos somete Dios. ¿pero qué gana el todopoderoso con probarnos? ¿Somos su juego y lo hace para tener algo en qué divertirse en sus ratos de eternidad? La respuesta creo que no la obtendré nunca en esta vida, y si esta vida no me conduce a esa respuesta entonces ¿cuál es el sentido de vivir? Dejando a un lado la divinidad, si alguien se atreve a decirme que el objetivo es mejorar el mundo, le diré que no, que este mundo no cambia esencialmente. Cuando algo se modifica pronto regresa a su estado inicial y así todo se mueve en un círculo vicioso. Ojalá estos pensamientos fueran producto de mi enojo, pero no estoy enojado, simplemente confundido. Quizá ese sea el verdadero sentido de la vida: aceptar la confusión y después vivir como si nunca se hubiese pensado en ello, hasta ser sorprendidos por esa especie de ladrón nocturno que termina arrancándonos la vida. La vida puede ser, solamente, respirar hasta expirar. La perfección del absurdo. ¡Buen viaje!

La raja anaranjada rajaba la mañana porque según la roja Scarlett “mañana será otro día”. Y pobre de aquél que no sonría, pues será el hazmerreír de todos los que vean la foto. Alguien aprendió que el deshojar margaritas no solucionará su vida amorosa, si ésta ha estado siempre destinada al fracaso. Ni Heracles podría solucionar ese problema. Tarea tardía que tergiversa la homilía. De repente las noches del verano se transforman en el verano pasado, tan pesado como aquellos que confundidos buscamos el sentido al ritmo de nuestro corazón. Cierra la billetera amigo, eso sólo puede comprar bienes, salud y amor, hasta cierto punto. Yo me divertiré observando a los que maldicen a Colón dos mil años después.

¿Qué mas queda por hacer cuando hay urgencia por escribir, pero se carece de una historia? Dicen que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla. Yo, siguiendo el eco de esa presurosa premisa, soy el eco de mi propia vida, cualquiera que esta sea, y siendo un cualquiera a la vez. Quizá sea un pecado pensar tanto en vano, como lo es para muchos el pesarse en una báscula inmaculada; pero en esta ardiente pendiente todo es posible y parece que el único fin es tocar el fondo de una mujer vestida a la antigua, para después volver a subir. Suben los intereses, aunque la mayoría somos indiferentes, sube la inflación que nos desinfla, la moral es la misma siempre, igual que la profundidad del mar. Me dice el que cree que descubrió el hilo negro: “no te angusties, la rueda es redonda y nunca nada la podrá cuadrar, ese es el secreto”. Yo me río educadamente, como duque dichoso en un dique, y dizque valiente me enfrasco en un tarro donde guardo mis propios asuntos. Y sin embargo me muevo.

De pie en lo que considero la mitad justa (no muy convencido porque no creo alcanzar los 66) como teniendo un pie en cada lado del meridiano de Greenwich, me llegó la noticia de que todo en la vida simplemente sucede. Estoy de acuerdo en que puede haber un plan maestro (tiene que haberlo), y por eso no es bueno hacer planes, panes ni flanes. Hoy me siento sin mucho sentido, y la verdad no me importa mucho que alguien pensara de mí lo que por la mañana pensé de una mujer: “tiene un cuerpo bien conservado, pero en su rostro parece que los años se ensañaron”. Aunque en realidad nadie podría pensar eso de mí porque mi único ejercicio es respirar y escribir. B-leaf-me.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Revelaciones revueltas (adiós)

El ego inflado como un globo de Cantoya, aboyado en alguno de sus lados, que a pesar de ser pesado se despega del suelo, inflado a veces por palabras gratas de una bella puertorriqueña, y sin embargo el ego tan grande muchas veces es símbolo de inseguridad. Así es la vida, contradictoria hasta en sus contradicciones mismas. Muchos dicen misa, lamento si esperabas que hablara ahora de salchichas. Decimos muchas veces adiós porque no queremos realmente irnos. Me despido y dejo todo en claro, arreglando las confusiones para que no me caiga el telón como dicen que va a llegar el final: como monja en prisión. El que mucho se despide pocas ganas tiene de irse. Yo me quería ir mucho antes de empezarme a despedir, a ese lugar adonde todos vamos, pero ni juntos ni revueltos, para descansar de este valle de lágrimas y risas, lamento si esperabas que hablara aquí de salchichas. Embutidos en la existencia, como pasajeros del metro a la hora de salida, o de entrada, nos damos cuenta que por más que atesoremos no nos vamos a llevar nada. Nadie sale vivo de aquí. Yo intentaré llevar mi ego al vulcanizador porque vuelo, pero bien seguido me caigo, golpeándome feo, contra el suelo. Las cosas a veces se ponen color de hormiga, he visto hormigas tornasoladas y mujeres hermosas sonrojadas. Un ángel me saluda en mi camino a casa, me dice que aún no es momento y me dice hasta luego, en español. Mis pensamientos son demoníacos, porque en el fondo no me creo su santidad. Muchas veces las mujeres que aparentan dulzuras son las que gustan de decorar tu corazón con amargura, las decentes te dan las gracias, y gracias son las que las adornan. Espero que no esperaras que hablara de comida, mucho menos de salchichas. A veces siento que entre más incoherencias aparentes digo, revelo más de mí que cuando mi discurso puede ser seguido, fluido y dizque lógico, no lo hago a menudo, ¿o sí? Si me has leído mucho podrás entenderme, y mereces aplicar para santo en el Vaticano. Qué paciencia, soportar mi insolencia verbal. Job no se compara a quien atraviesa este pantano de palabras, quizás buscando diamantes, sólo espero que hayas pasado un buen momento. Yo sigo tratando de curar mi ego, que de tan enorme no me dejó admirar el paisaje. Fiel al vacío, me río, porque de lo contrario me pondría a llorar y la verdad ya me deshidraté. En mi impaciencia aprendí a ser paciente, en mi intolerancia terminé siendo indiferente. No me preguntes qué quise decir aquí, porque si me vuelves a ver lo más seguro es que lo haya olvidado. Un clavo saca a otro clavo, pero las personas no son de metal aunque se clavan muy profundamente. Siguiendo el ejemplo del quijote, al que no he leído ni creo leer, me embarco en proezas imposibles, en mundos increíbles, quizás para tener algo que decir o para presumir que yo también sufro. El faquir barrigón que come tristezas para despertar simpatías. Se oye incluso un violín de fondo, y mientras un gato se hace pasar por el alcalde de Nueva York yo espero que regrese la persona que sabe alimentar mi ego y que me ayuda a levantarme del suelo. Doy gracias a Dios por las bendiciones y le pido perdón por las quejas. Me quedaré lo que tenga que quedarme, aunque, como les sucede a todos, cada día está más cerca el final. Revelaciones revueltas.

martes, 24 de marzo de 2009

Soñando la vida

En la calle solitaria, sin nombre alguno, estaba la barbuda mujer de tres piernas que siempre quiso pilotear el Concorde. “No te hubiera reconocido sin la barba”, dijo al verla el piloto acrofóbico mientras le entregaba las llaves de su biplano bipolar, para empezar a charlar cálidamente. Por allí pasó la pequeña gitana morena, a quien le encantaba decir y hacer creer a cada persona su frase favorita: “nada es lo que aparenta”. He de confesarte que eso es cierto, hasta cierto punto. Por ejemplo, la mujer barbuda en realidad no tenía barba y tampoco tenía tres piernas, sino seis. “Debí dejar el tesoro por aquí, puedo sentirlo”, expresó el recaudador de impuestos que optó por esa profesión tras haber sido un pirata y un ladrón (no se quiso alejar mucho de la línea del negocio). El idiota existencialista, que había leído toda la enciclopedia de filosofía, estaba perdido en el laberinto de Creta, escuchando por centésima vez el Decamerón recitado por un decantado papa retirado y las Mil y una noches cantadas a ritmo de tango por Rushdie. Si descubres que la vida no es un juego, es como si chocaras contra un muro. La ruina te devora y no hay nada nuevo, sientes al fin la verdadera forma del mundo. Todos necesitamos apoyo, amor verdadero y cariño de hermanos, sólo que a veces nos desviamos a lugar que jamás quisimos y de allí no hay manera de salir ni de irnos. Lluvia salada y compañía de guitarras, vidas en vano, año tras año, todo por no ceder un poco, todo por no escuchar, ahora ya no podemos dar marcha atrás. La vida podría ser sólo un sueño, pero siempre habrá quien ansíe la vigilia, pude tratarte mal pero no quise ser tu dueño, aunque tampoco te vi sólo como amiga. Las cartas mienten a quien no se conoce, las personas ignoran al ser extraviado. El secreto de lo que deseas con el corazón, por nadie, por nadie te será revelado. Canciones tristes en troncos de palabras huecas, autocompasiones que no llevan a ningún lugar, besos y abrazos que se dan por no dejar. La vida puede no ser un juego, pero ya no importa, importa menos que sea un sueño. Lo hecho, hecho está, y no hay marcha atrás. La verdad será revelada sólo con el tiempo.

domingo, 22 de marzo de 2009

Ojalá que exista Dios

Ojalá Dios exista para que tantas plegarias no hayan sido en vano. Para que en realidad haya justicia y lo conozcan quienes falsamente lo predican. Ojalá Dios exista para que paguen cuentas las almas que tanto deben, para que tus esperanzas están fundadas en terreno sólido, para que esta vida sea más que una mala broma. Ojalá Dios exista para que vivan por siempre las canciones y las maravillas; para que se acaben todas las Iglesias y dejen de haber verdades a medias. Ojalá que Dios exista, pero que no sea un viejito de blancos cabellos y severa mirada, que su grandeza no sea imagen y semejanza de nuestra pequeñez. Que en verdad valore el amor y que no se alimente del sacrificio y dolor de sus hijos. Ojalá Dios exista para que en las catedrales haya algo de verdades y que no sean sólo monumentos a un gran fracaso. Que su poder sea tan verdadero como él, para que sepamos quienes son los lobos vestidos de ovejas. Ojalá Dios exista para que no haya purgatorio infierno ni cielo, y para que haya mucho más de lo que damos por cierto.

sábado, 21 de marzo de 2009

Solía

Solía ser una buena persona, sólo que tuvo que ir a la escuela. Solía estar lleno de inocencia, sólo que se puso a ver televisión. Terminó creyendo que el éxito tocaría a su puerta y le traería carretadas de billetes, sólo era cuestión de saber el tono con el que toca la suerte. Solía ser considerado con los demás, sólo que entró a trabajar en una gran empresa, donde las ganancias y el buen puesto son lo único que se debe conservar. Pero no hay día en que no se desgasten sus engranes, a las máquinas siempre habrá que cambiarles piezas, cuando te dicen que mejor te quedes en la calle, se te acaban los motivos para organizar fiestas. Solía soñar, pero la realidad le provocó insomnio perpetuo, ya no puede sonreír desde que descubrió la falacia de ese mundo perfecto. Solía tener ideas, sólo que el consumo le dejó la mente en blanco. Le prometieron un otoño dorado y un final feliz, pero no se lo garantizaron. La negra sigue bailando y presumiendo su sonrisa de marfil.

martes, 17 de marzo de 2009

Tres ángeles

Tres ángeles sobre un arco de piedra, no en una tienda donde quieren venderte fe o superstición enlatada a precios divinos. Un simple arco de piedra, no de los que sirven para disparar flechas que cruzan el corazón de los enamorados. El trío miraba a la gente pasar. Un domingo cualquiera, día del Señor, cuando mucha gente tiende a descansar. Es extraño que esos días suelan ser soleados y que en ellos a veces se cumplan las ilusiones familiares de niños afortunados. Muchos padres llevan a sus hijos a vivir aventuras de un solo día, de oasis laboral, que posiblemente queden en la memoria de los pequeños por muchos años. Dicen que los ángeles son seres casi perfectos, que para ellos no existe el tiempo. Si son casi perfectos y no conocen el tiempo, ¿por qué entonces envidian un poco a ciertos niños y lamentan no tener recuerdos dorados? Los arcos de piedra no disparan flechas, pero los tres ángeles salieron de allí disparados, molestos, rumbo al cielo.

Omisión

La mesa bien puesta y el vaso a medio llenar o medio vaciado, y no es gracioso. El eco retumba como sepultura al cerrarse y el horizonte, aunque luminoso, no parece prometedor. Una princesa y un enano me recuerdan que me he comportado como santo, como pecador y como hijo pródigo. Mi última acción fue el adulterio para con mis principios y la inocencia perdida de mi fe. Ya no sé qué sigue, sólo espero ya no preocuparme tanto. Me recuerdo con el fango del ridículo hasta el cuello compadeciendo a la diva que se descubrió vieja el día de su cumpleaños. Por un lado me hundía y por el otro seguí viendo a todos por encima del hombro. Y sigo sin creer que nadie puede ser juez de sus semejantes. Fui el blanco rosado de muchas flechas de desprecio, pero yo también disparé bastantes de esas. Como Lucifer caí de la gracia de mis seres queridos y eso jamás lo he podido recuperar. Lo malo es que si comenzara de nuevo es muy probable que todo terminara igual. Lo único que espero ya es que cuando la muerte me lleve a su jardín no tenga yo remordimientos por las cosas que omití.

sábado, 14 de marzo de 2009

Lo que llevo en mi mochila

Tres collares de Nueva Orleáns de distinto color. Un cuaderno pesado con ideas ligeras. Un libro que contiene el peso de muchos mundos. Cinco plumas azules y dos con tinta negra. Pañuelos desechables para seguir respirando. Bastantes recuerdos tuyos para seguir suspirando. Algunos boletos de viajes pasados. Suficientes monedas por si se presenta la oportunidad de llamarte. Un cepillo de dientes y un tubo con dentífrico de menta. Una goma de mascar para desatascar mis ideas. Crayones de cinco colores para iluminar mis sueños. Muchos papeles que no están a la venta. Un sobre dispuesto para guardar la voluntad tardía y quizás meterla en un buzón; un CD con excelentes melodías. Firmas al final de cada escrito. Es lo que llevo siempre en mi mochila.

sábado, 7 de marzo de 2009

Dolores

Siempre hay personas demasiado jijas. Recuerdo cuando Juan, carcajeándose a cada rato, me narró la historia de su tía Dolores. Ella actualmente tendría unos 65 años, fue la primera hija de un matrimonio que esperaba un varón. Nomás no la ahogaron en un balde de agua como a un gatito sobrante porque las leyes impiden hacer eso con los humanos y en el pueblo donde ella nació todos hubieran sospechado de su desaparición. Su padre huyó antes de que Dolores cumpliera un año, con una gitana, tras notar que su esposa no podía darle el hijo que él quería. Juan no supo qué fue de su abuelo. No acababa de enfriarse el lecho del esposo fugitivo cuando la esposa abandonada volvió a descubrirse embarazada. Según las matemáticas, el chamaco que nació después bien pudo haber sido hijo del marido escapista, pero algunos le colgaban en secreto el santo al curita del pueblo, pues doña Rufina, la madre de Dolores, debido a la pena que le provocó el abandono no salía de la iglesia. El caso es que fue niño y Dolores comenzó a ser educada, no para casarse, sino para ser la compañera de su madre hasta que ésta muriese. Pobre Dolores, desde pequeñita vestía ropas gruesas y oscuras, telas que apenas dejaban asomar su cabeza y sus manos. No era nada fea, como ahora podemos comprobar, pero esa increíble timidez extrema que Rufina le inculcó tuvo nefastos resultados. Con decirte que ni siquiera le permitió a su hija asistir a la escuela. Rufina enseñó a dolores a leer y escribir, previendo los días en que su vista decayera. Le enseñó a hacer las cuentas básicas también, eso nunca está de más. La pobre Dolores no se atrevía a levantar la mirada del suelo cuando acompañaba a su madre al mercado, pues con tantito que la joven alzara los ojos su progenitora le propinaba tremendo varazo en la espalda. Lo curioso es que nadie escuchó a Dolores proferir ni una queja. Ella era la sirvienta de su hogar, casi casi una esclava, pues ayudaba a su madre a hacer los bordados que las mantenían, siempre después de hacer todas las labores domésticas. Cuando Dolores cumplió los 18 años era una joven muy bella, y su lindura era conocida; por eso varios pretendientes rondaban por su casa como perros en celo. Sólo que las puertas permanecían bien cerradas para todos ellos. ¡Ah!, pero las cosas fueron bien distintas cuando el febril Romeo fue don Primitivo Chávez, el más poderoso ejidatario de la región, a quien podríamos llamar señor feudal, sin exagerar. Rufina permitió que Primitivo le hiciera la corte a Dolores, quien taimada como ella sola no sabía ni dónde posar los ojos cuando su otoñal enamorado la visitaba. La boda fue una gran comilona y mucho baile. Pero a Primitivo lo que le urgía era ver lo que había debajo de las gruesas ropas de su ahora mujer (eso de ‘ver’ sabrás que es un mero eufemismo de mi parte). Presa de la emoción, se llevó a Dolores a su casa a la mitad de la celebración y una vez en la alcoba le pidió marcialmente que ‘se encuerara’. Dolores temblaba de terror, pues el solo hecho de pensar que alguien viera su desnudez la hacía sentirse digna del peor rincón de los infiernos. Primitivo, al notar que su mujer no lo obedecía, no tardó en encolerizarse y se propuso desnudarla a como diera lugar. Pero tan pronto le arrancó la primera prenda, Dolores empezó a dar unos chillidos como de puerco atorado. Eso en un principio aumentó la furia de Primitivo, quien intentó arrancarle más prendas a su bella mujer. Pero a mayor furia, mayor intensidad de los alaridos. El novio sentía que los gritos le taladraban los oídos y que pronto le empezarían a sangrar. “¡Ya cállate jija de la…!”, le ordenó a Dolores con toda la violencia de la que era capaz, la cargó y la llevó hasta la carreta en la que habían llegado de la boda. Mientras tanto la fiesta continuaba, el ánimo del baile se incrementaba y más de una joven estaba casi dispuesta a aminorar sus resistencias ante su enamorado. De repente todo quedó en silencio, como si les hubieran vaciado a los festejantes un balde gigante de agua fría. Primitivo había llegado, cargando en sus brazos a la joven que ese mismo día había desposado. El furibundo ejidatario se acercó hasta donde se encontraba doña Rufina y le arrojó a Dolores a sus pies. “Ahí tiene a su pinche hija que no sirve para una chingada”. Rufina no dijo nada, esperaba que Primitivo no le pidiera de vuelta la cuantiosa suma que le había dado para poder matrimoniarse con su hija. Primitivo se dio la media vuelta y se fue de allí, su orgullo fue tan herido que nunca quiso rebajarse a pedir que le devolvieran ni un centavo. “Serás pendeja”, le dijo Rufina a Dolores cuando la tomó de la mano para abandonar el recinto en el que hasta hacía pocos instantes albergaba una fiesta. A partir de entonces nadie volvió a ver a Dolores. Se pasó el resto de su vida encerrada en la casa materna, cubierta hasta con guantes y velo. Dicen que cuando alguna persona llegaba a entrar en la casa y notaba la presencia de Dolores, ésta pegaba una carrera como de diablo en catedral, para esconderse. Dolores cuidó de su madre y de su hermano, quien creció hasta convertirse en un apuesto mozo, se casó, tuvo un hijo y, como si el esposo fugado hubiera sido su verdadero padre, huyó con una gitana que visitó un día el pueblo. Rufina no soportó ver el mismo drama por segunda vez y a la semana siguiente del escape de su hijo murió maldiciendo a las malas mujeres y a la ‘pendeja de su hija’. La cuñada de Dolores pensó que era injusto echar a perder lo que le quedaba de juventud por los malos tratos de un hombre y decidió dejar a su hijo, recién bautizado Juan, al cuidado de Dolores. Fue casi increíble que ella se encargara sola de la casa y del niño. No sólo alimentó y vistió a su sobrino, sino que lo educó y hasta le costeó los estudios de medicina. Juan, en vez de enfocarse en el amor que le prodigaba su tía, creció resentido con sus padres que lo abandonaron, por eso no perdía nunca la oportunidad de maldecir a su tía Dolores, como si ella fuera la responsable de su mala suerte. Juan nunca fue un buen estudiante, ya desde muy joven era famoso por sus juergas y por la cantidad de vino que ingería. Así que cuando se recibió nadie le auguraba un futuro prometedor. Su afición al juego lo obligó a buscar desesperadamente dinero para pagar deudas que no eran precisamente de honor. Desesperado, se tragó el orgullo y, fue con su tía para pedirle ayuda económica. El muy bruto no sabía que Dolores ya no tenía ni para que la enterraran en una fosa común. Juan, creyendo que su tía le negaba el dinero, le dio una bofetada y se fue a buscar ayuda a otro lado. Donde quiera encontraremos gente capaz de cualquier cosa con tal de lograr un fin, y el destino suele juntar a individuos con características similares. Eso fue lo que sucedió esa noche en la facultad de medicina. De visita se encontraba el famoso anatomista alemán Franz Von Hayer conversando con el profesor Raymundo Fernández. El primero estaba ideando una exposición de anatomía que visitara las principales ciudades del mundo, el problema es que no tenía cadáveres que exhibir aún. Necesitaba especímenes recién fallecidos para empezar a hacer realidad su sueño; precisamente por eso había ido a visitar a Fernández. “¿No conocerá usted a algún sepulturero dispuesto a proporcionarme cadáveres frescos para mi exposición?” Mientras hacía la propuesta iba por allí pasando Juan y a Fernández se le ocurrió una idea. ¿Quién mejor que Juan para la tarea? Con su necesidad de dinero y su carencia de escrúpulos, Juan era capaz de desenterrar a cualquier muerto fresco a cambio de una buena suma. Tras proponerle el negocio al disipado calavera, a éste nomás le brillaron los ojitos de codicia y alegría. Salió de la facultad rumbo a casa pensando en el cadáver más fresco que pudiese encontrar. Una vez en su habitación sacó lo que quedaba sin empeñar de su maletín de prácticas, llenó una jeringa con una sustancia eficaz para sus fines y ocultándola salió a buscar a su tía. La disculpa fue breve, las fáciles lágrimas de cocodrilo arrepentido brotaron de los ojos de Juan y tras el abrazo con el que se sellaba el perdón vino la inyección letal. Según el asesino su tía no sufrió mucho. Durante la noche el joven se quedó mirando el cuerpo inerte, cubierto de gruesos y oscuros ropajes, que yacía ante él. No hubo necesidad de ponerle ropa funeraria, pues ella después de su boda siempre estaba vestida para morir, aunque la vestimenta no era necesaria. Sólo era cuestión de esperar a que la recatada mujer se enfriara para llevársela al profesor y cobrar lo prometido. Entre los respetables médicos no fue difícil efectuar los trámites necesarios y barnizar de legalidad el asunto. Por primera vez Dolores fue vista desnuda por un hombre, el famoso anatomista alemán, quien procedió a extraer todos los líquidos del cadáver para empezar el proceso de momificación. Yo soy el vigilante del museo de anatomía en donde se encuentra exhibido, sin recato alguno, el cuerpo desnudo de Dolores. Mucha gente viene aquí para analizar las disecciones de su brazo y pierna izquierdos, otros vienen a ver el interior de su abdomen, pero casi todos quedan asombrados por la belleza del rostro y la escultural silueta de esta mujer que sigue mostrando su cuerpo desnudo sin poder siquiera ruborizarse. Todo esto contó el mismo Juan, un pobre borracho que deambula por las afueras del museo, dispuesto a contar la historia del cuerpo de su tía a cualquiera que le invite un trago. En fin, yo sólo espero que cuando me muera me incineren y que ninguno de mis hijos salga tan jijo como el pinche Juan.

Hacerse viejo

Ella sabe cómo andar entre la multitud, fingiendo demencia, desconociendo a los conocidos, y tú también decides negarla aunque no haya un gallo que cante tres veces. No hay nada por hacer ya que no se puede retroceder el tiempo, no queda más que tragar y aprender, aceptando que todos somos más viejos. Él se queja de haber entregado todo sin recibir nada a cambio. Pero para ser sinceros ella jamás lo obligó para que hiciera eso. No es válido ofrecerse y luego empezar por ello los reclamos y el arrepentimiento; mejor es sacar pecho y aceptar que uno se va haciendo viejo. El tipo del ego gigante, quien respira aplausos decide ignorar que algún día caerá en el olvido; y esto no es ningún error, es simplemente la ley universal del destino. A veces es sutil como una caricia, otras es fuerte como latigazo, pero siempre llega el descubrimiento de que a pesar de nuestros esfuerzos en contra, nos vamos todos haciendo más viejos. Silencioso en una habitación fría, conoces en carne viva el significado del abandono. La felicidad duradera por estos rumbos es demasiado escasa cuando también es escaso el dinero. Si fueses un genio desde tu lámpara podrías pasarte la vida riendo, pero a pesar de eso no evitarías el irte haciendo más viejo. Intentas robar doncellas en tu afiebrada imaginación, intentas montar caballos que ya tienen dueño. Mi corazón está demasiado aturdido, apenas y siento, sólo sé que a cada momento me voy haciendo más viejo.

¿Adónde se fue el cariño?

De la obsesión amorosa al odio intenso tan solo hay una pequeña distancia. Extrañas enfermedades del alma que sólo el tiempo y la suerte pueden curar. Hay quienes prefieren soportar las peores humillaciones antes que sufrir la indiferencia, hay quienes prefieren vivir como lo hacen las piedras. Entre la adoración extrema y la repulsión excesiva sólo hay una separación que mide lo que el grueso de un fino cabello. Aleja de tu persona, como a la peste, cualquier verdad a medias. Huye de la duda. No esperes a que se mueran los mejores sentimientos. No dejes que fallezca el afecto. Muchos se han preguntado lo mismo a lo largo de la historia, y los que pudieron evitar el crimen se lo siguen preguntando: ¿adónde se fue el cariño? Esos momentos de felicidad sobrehumanos se convirtieron misteriosamente en tormentosos recuerdos que te impedirán volver a ser la misma persona. Por eso no dejes que la marea de las dudas termine ahogándote y destruyendo tu sentimiento.

viernes, 6 de marzo de 2009

Decepción

Cansado de la necesidad y de las rivalidades, Venus y Marte son sólo planetas y nosotros animales. Me cansa rogar y no me gusta verte llorar. El mundo gira, sin importar que estemos solos o acompañados; no le interesa que soñemos o que nos desengañemos. El viejo bulevar pavimentado con trozos de corazón, huele a amor no correspondido y a la rutina profunda como precipicio. Caí ante ti por tu belleza, creí que tenías grandeza, decepcionado, como si hubiera probado un dulce salado. Ahora no sé si debo continuar a tu lado, cansado de contar a todos lo que me pasa, cansado de pintar lo que a todos pasa. Quejas o conformismo, explotación e idiotismo. Lo más raro es que no estoy enfadado, sólo desilusionado, cínicamente echado a un lado. El viejo bulevar, pavimentado con ambiciones olvidadas. Por allí te veo pasar, pero no dices nada. Caí a tus pies por tu belleza, y pensaba que también tenías nobleza. Decepción, como el número equivocado. No debo continuar a tu lado.

jueves, 5 de marzo de 2009

El gordo y el flaco en el banco

El que la mañana no suceda como te la esperabas no te justifica para que la agarres contra el mundo. Por eso decides tragarte la incipiente furia y salir de casa con la mejor disposición posible. Tu primer tarea es la de acudir al banco a cobrar un cheque. Llegas hasta la ventanilla después de una tediosa espera tortugosa en la fila. Allí te reciben dos tipos de aspecto tan grotesco como dispar, protegidos, como animales, por un grueso cristal. A prueba de balas y de saliva, a prueba de una comunicación humana directa. El primero de los dos está tratando de hacer funcionar la computadora, es un delgado moreno de cabello engominado, luce como maniquí demacrado. De sus posibles 60 kilos de peso, seguramente 45 kilos son de puro gel para cabello. El otro es un cerdito rosado, listo para una abundante cena lechona en una isla caníbal, servido en una charola gigante aunque debe ser servido con una máscara, para evitar ver sus amargas facciones. Su cara sería blanca si careciera de tantas póstulas del cruel acné anárquico. La turbia mirada del gordo se fija un momento en un gran fajo de billetes que cuenta a una velocidad vertiginosa e increíble para sus obesos dedos. Esperas frente a la ventanilla detrás de la cual la pareja dispareja parece no reparar en ti, aunque no estés descompuesto. Aclaras tu garganta con un ejemplar “ejeeemm ejeeem”, tras esperar lo que consideras lo correcto y los saludas con una sonrisa que te cuesta muchos esfuerzos producir. Por las miradas que recibes de sus cuatro ojos sientes como si hubieras roto el encanto del mejor éxtasis. Un insulto quizás hubiera sido más dulce para ellos. Sin remover la sonrisa deslizas el cheque a través de una pequeña franja de la ventanilla. Les dices: “Hola, venía a cambiar este…” te detienes porque descubres el error de conjugación y esperas el automático correctivo a tal error que está tan de moda en un programa de televisión: “¿venía o viene?”, pregunta el gordo. “Vengo…”, respondes reforzando tu sonrisa, …“a que por favor me cambien este cheque”. Amargo, autoritario y descortés el cerdo te dice “un momento” y reanuda el conteo de los billetes. Al terminar, suspira como con molestia y fatiga y toma violentamente tu cheque con sus salchichosos dedos. Observa el reverso del papel y gruñe, lo vuelve a poner en el lugar desde el cual lo tomó y te dice con una voz bajita bajita, como la moral en Sodoma: “agries gref mgnues mngfados mngfí”. Al menos eso es lo que entiendes. “¿Disculpe?”, le preguntas mientras la cortesía que había en tu cara da lugar ahora a un gesto de incomodidad, la misma cara que ponían en el mundo antiguo los que iban a interrogar a la esfinge una vez que ésta les escupía sus acertijos. “TI-E-NES QUE PO-NER TUS DA-TOS A-QUÍ”,grita el gordo como si estuviera tratando con el ser más idiota de la Tierra mientras golpea el reverso del cheque con un dedo que tiene la uña deforme debido a las mordidas. Te preguntas si las uñas tienen tantas calorías como para hacer un cerdo de quien las come con frecuencia. El flaco engominado por fin se digna a apartar la mirada de la computadora para dirigirte un gesto de asco mezclado con incomprensión. Como un servicio a la comunidad diré a la gente tan inexperta como yo en cosas bancarias, que cuando vayan a cambiar un cheque no se olviden de anotar sus datos al reverso del mismo antes de llegar a la ventanilla. Tras anotar lo que se te pide vuelves a deslizar el cheque por el resquicio de la ventanilla. El gordo se te queda mirando como esperando algo. Tú te le quedas viendo también a los ojos como si vieras a un perro en la calle que no sabes si te quiere atacar. El obeso no reacciona y decides preguntarle: “¿Sí?” (en nada te pareces a la Monalisa y no estás acostumbrado a que te contemplen). “Una I-DEN-TI-FI-CA-CI-ÓN”, te dice el gordo exasperado mientras se rasca su geográficamente accidentada mejilla derecha. Deslizas tu identificación por la parte inferior de la ventanilla y el gordo la recoge con su mano, que ahora tiene pequeños rastros de sangre en las uñas de los dedos índice y medio. El cerdo empieza a realizar el trámite acostumbrado y burlonamente le muestra el reverso del cheque al escuálido engominado, quien dibuja una sonrisa en el rostro y voltea para mirarte la cara. Mira de nuevo al gordo y enarca las cejas levantando los hombros. El gordo imita los movimientos de su compañero y reanuda el trámite. Ahí se te acabó la poca cortesía que te quedaba. Eres consciente de que no eres alguien que puede servir de modelo para una escultura de Adonis, de que tu cutis no es terso como trasero de bebé y de que tienes un gran número de defectos, como cualquiera, por eso al menos yo no tomaré a mal tu reacción. Es un hecho que si hubieses exigido cortesía a ese par de pelmazos, lo más seguro es que se hubieran revestido de cinismo para confabularse y hacerte pasar un momento realmente malo. Así que no tomaré a mal tu reacción. Comienzas emitiendo tus famosos gestos de asco (similares a los que la gente hace cuando pasa cerca de una rata gorda que lleva muerta tres días en una avenida) y luego no despegas tu mirada de la mejilla del gordo. Él nota de inmediato tu actitud y empieza a demostrar nerviosismo e incomodidad, y lo está porque hasta pierde la cuenta del dinero que va a entregarte y tiene que contarlo otra vez. El teléfono suena y el flaco contesta. Y como si fuera un milagro similar a la apertura de un mar o la resucitación de un Lázaro, atestiguas la transformación de un patán pedante en un humilde siervo. “Buenos días licenciado… ¿cómo está?” Tú sólo volteas a verlo y con una voz clara le dices: “¿Es tu amo verdad?” El flaco termina la llamada y empieza a injuriarte. Tú le aplicas la de Séneca y decides que no hay injurias mientras no exista quién se sienta ofendido por ellas. Sabes que el flaco seguirá detrás de esa maldita ventana todo el día, si no es que por el resto de su vida y que tú sólo vas de paso. El gordo te entrega tu dinero mientras el asco regresa a tu cara y miras la mejilla del gordo. Dices “gracias” y te das la media vuelta, pero al segundo paso vuelves a mirar al gordo como para asegurarte de que la asquerosidad que acabas de ver es real. Sales del banco mientras el gordo se rasca de nuevo la mejilla derecha y el flaco te sigue lanzando miradas de odio hasta que te pierde de vista.

Noches comunes

La tormenta había liberado las últimas gotas de su furia, el verdor regresó a gobernar los jardines y el médico brujo sentía el anacronismo de su profesión, aunque seguía ganando mucho dinero. Miles de personas sufrían la soledad de la ciudad sin saber cómo matarla. El médico brujo no tenía la cura para ellos, y tampoco el cura podía curarlos. El alcohol corría por las calles húmedas, era otra noche de fuga. Los confusos eran confundidos, los poemas eran poco como para brindar consuelo a todos. Remedios que sólo curan por momentos la enfermedad. Así había sucedido durante siglos, por eso el médico brujo seguía ganando mucho dinero. El verdor no se aprecia bien de noche, me sorprendiste en falta y descubriste que miento; pero sabes muy bien cuándo digo la verdad. Sientes que algo te calma, pero la paz no dura mucho, es tiempo de tu cita con el médico brujo. En tu camino salúdame al fantasma de neón.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El campeón

Se acerca desgarbado dando tumbos con su anatomía de tambo. Una panza descomunal como la que yo empiezo a formarme a finales de los 30 (que quizá alcance la descomunalidad a los 45), pero él no tiene ni 20. Exceso de McDonald’s y cosas similares, mezcladas con horas de videojuegos. Sus únicos músculos fuertes son los de sus ojos y sus dedos pulgares. Lleva el pelo en una larga trenza solidificada y tiesa por el sebo y la mugre. En las manos no lleva un libro, sino un disco, su premio por un campeonato de videojuegos. Aborda el colectivo que resiente su peso, si las cosas hablaran, el colectivo seguro lo insultaba. Mira con cierta envidia los anuncios que afean las calles, soñando con ser uno de los musculosos o flacos modelos andróginos que aparecen en ellos anunciando hasta ropa interior. Yo alguna vez soñé con ser escritor y terminé traduciendo. No puedo evitar preguntarme en qué acabará él. Quizá sea un gerente en un restaurante de comida rápida o en una tienda de videojuegos. Quizá repartidor de pizzas. Igual y tiene suerte y se saca la lotería, pero seguro se compraría todas las consolas de video habidas y por haber, para encontrar consuelo existencial en ellas. Como están las cosas es probable que termine como lector de noticias en un noticiario matutino. Bueno, si es que se hace la liposucción. Lo más probable es que el fulano acabe en la misma cola de desempleados que yo, mendigando un trabajo que nos permita ganar nuestro pan de cada día. No es melancolía, es la realidad.

martes, 3 de marzo de 2009

A ver qué pasa

No te prometo nada que ni pueda ni quiera darte, ni me regresaré a mi encierro para dejarte ir; sólo debes poner lo que está de tu parte para ver si cumplimos lo que nos dicen que es bueno. No negaré tu libertad y respetaré tus ideas, quizás ya no escriba tanto acerca de ti, el que no te mencione siempre no debe ser tomado como si te hubiera olvidado. Ahora no sin sólo palabras para quedar bien, tampoco promesas que se deslavan con la primera lluvia, vayamos juntos hasta donde nos lleve el tren, y después de eso, pues ya veremos qué.

Noche de fábula

Allí estaba el gran cerdo, con una rosa tatuada en el trasero, con la frase “bésame mucho”, grabada en letras amarillas neón. Demasiada TV acerca de situaciones que en realidad no importan, fumé otro cigarro y un gato empezó maullar mi nombre, entre el humo de las estupideces quemadas, bajo la luna. Nadie sabía en ese momento hacia dónde íbamos, y muy tarde descubrimos que no fuimos a ningún lado, eso fue después de que la pluma expiró. Extraños secretos y febriles delirios, si no me crees pregunta a edgar alan poe. Algunas hermanas de la caridad ofrecieron su ayuda a las estrellas y a ciertas personas que nunca pudieron verlas. El tiempo es más relativo de lo que pensaba y terminé preguntándome hasta cuando iba a soportar la obra. “Ding, Ding, Dong”, cantaron el villancico unos chinos invadidos en su propia casa por una cadena de supermercados. Lo ridículo está de moda y tu amor siempre se fue con el mejor postor, tras dejar mi pozo en la peor sequía. Dentro de su complejidad todo está muy claro. El beso del alcatraz negro fue la despedida. Moraleja: No hables de lo que ignoras y no ignores lo que debes conocer.

domingo, 1 de marzo de 2009

Los hermanos Bloco

Cuenta la leyenda, y lamentablemente las leyendas casi nunca pasan las pruebas que la estricta ciencia con su cara larga les hace, que los hermanos Bloco viven juntos en una casona simplemente para presumir que tienen un techo sobre sus calvas cabezas y para no dejarle al otro hermano el derecho de adjudicarse la propiedad. Dicen que esa era la razón por la que ninguno de los dos quiere abandonar la gran casa que su madre les heredó cuando murió. Como buitres testarudos, ansiando que el otro muera, los hermanos Bloco llegaron a convertirse en un par de ancianos amargados, moribundos y pensionados, por el circo estático, al que se fugaron cuando niños, abandonando a su madre, para trabajar en la carpa perpetua que estaba justo enfrente de la casa materna. Ahora se pasan la vida sentados, uno frente al otro, en sendas mecedoras, esperando la llegada de la muerte. Ambos en continuo silencio para no compartir ni siquiera lo que en la existencia habían aprendido. Ambos temblando, porque es invierno, y de sus sillas no se levantan más que para comer e ir al baño. Esta tarde un vecino de ellos pasó por la gran mansión y les dijo: “son una blasfemia existencial, miren que desperdiciar sus vidas de esta manera es algo pecaminoso”, dicho lo cual apresuró el paso para llegara su casa y ponerse a ver televisión durante horas. Cuentan que una noche, de mendigante luna menguante, un empedernido romántico pensó en los Bloco y en la total falta de amor fraternal que había entre ellos. “¿Cómo han podido vivir todo este tiempo sin amar a alguien?”, había exclamado el romántico en lo oscuro de su propia habitación y luego se calló para aguzar el oído en espera de las pisadas de aquella mujer que tanto amó y que lo había abandonado hacía, en ese momento, catorce años, siete meses, cuarenta y cinco horas y tres minutos. Para ser honestos, nadie puede afirmar que los Bloco son infelices, aunque tampoco nadie puede afirmar lo contrario. “Si tan sólo hubieran sido más ambiciosos, hubiesen gozado y hubieran obtenido más de la vida”, dijo el empresario moribundo que esta misma mañana había tenido que abandonar su mansión para ser internado de emergencia en un hospital debido a otro ataque del corazón ocasionado por el estrés. Ese ataque fue el último de su vida. Posiblemente los Bloco serán olvidados, pues no dejarán nada que permita a las generaciones futuras conocerlos. Y eso lo digo yo, quien escribe estas palabras que ni yo mismo creo volver a leer mañana. Bueno, después de todo sólo fue una leyenda.

Olfato callejero

Huele a muerto, como el rancio ranchero musical de antaño al que todos recordaron sólo por que se murió, al morir resucitó del olvido. Apesta a perro sucio, pues a los viejos canes de la casa jamás los bañan. Hiede a anciano, un vejete que espera sentado en el lado del conductor de esa gran camioneta último modelo, en la que espera con impaciencia a que descienda su esposa. La misma de siempre. Huele a naftalina, la ropa bien limpia de la añosa mujer que baja, como la economía de mi país. Apesta a diferencia la humilde sirvienta indígena que les abrió la reja de la cochera, para que los dos viejos opulentos metieran su gran camioneta. Hiede a un pasado negro, pero ahora ambos viejos se ven tan inofensivos, sin embargo uno se pregunta ¿cómo es que esos viejecitos vivan en una mansión digna de un joven poderoso? Apestas a crítico, parece decirme la vieja con su mirada al verme pasar. Huele a humedad o al menos eso dijo alguien recientemente acerca de mí. Yo puedo oler a muchas cosas, pero no a humedad. Los viejos entran en su casa seguidos de su sirvienta, y sus perros pestilentes duermen la siesta mientras yo paso de largo por una calle familiar que probablemente no vuelva a recorrer más. Aunque el olfato funcione, el tiempo no se detiene y el destino sigue trabajando. ¿A alguien le importaría realmente que los viejos bañen a sus perros? ¿A alguien de verdad le importa a qué huele un anciano? ¿A alguien realmente le interesa que yo huela a humedad? Vaya manera de despedirme de esta calle tantas veces recorrida.

Zoo rutinario

Allí estaba el hambriento de afecto, mendigando cariño en la mesa de los insatisfechos involuntarios. Se efectuaban demasiadas acciones, pero ninguna se hacía con la intención de que tuviera sentido. La princesa de chocolate amargo, por ejemplo, se sentía toda una anciana y apenas tenía 22 años de edad. Por otro lado, la Indecisa profesional no sabía ni lo que quería ni lo que no quería, no sabía siquiera si quería algo en absoluto. “Dame un mundo aparentemente satisfecho y te mostraré miles de almas torturadas”, era el mensaje de la galletita de la mala suerte que se suponía que tenía que ser tan inútil para nosotros como la estrella más lejana. El hambriento de afecto se puso de pie y optó por esperar afuera, de pie junto a la puerta alfombrada, con el fin de ver si su destino cambiaba con la marea de los pensamientos múltiples. El Mentiroso compulsivo ahora estaba molesto consigo mismo, pues se había creído todas las mentiras, incluyendo las suyas. El corazón de la Anciana ansiosa (quien no tenía nexo alguno con la Princesa de chocolate) estaba tan seco como la boca del Tímido perpetuo, y sin embargo aún tenía un raspón de esperanza. Sandra la salamandra tiraba de nuevo los dados en el centro del incendio para encontrar otra respuesta, pero ya era demasiado tarde, ella carecía de honor, de dinero y también de afecto (jamás se enteró de que los dados no dicen nada más que los resultados de un juego que no se relaciona de ninguna manera con la vida). El hambriento de afecto soportó estoico la tormenta, de pie junto a la puerta alfombrada. La perpetuamente decaída Lucía depresiones bebía y compraba para olvidar su situación mientras que Adonis anabólico hacía ejercicios y fortalecía su meta de encontrar una compañía tan perfecta como su espejo. El Contador metódico tachonaba con rabia la palabra “rutina” cada que la veía impresa y golpeaba la boca de quien se atrevía a pronunciarla, llevaba 27 años haciendo lo mismo. Juana sagrada leía las mismas tres páginas de su Biblia, creyendo comprenderlo todo, pero sin querer ir más allá (pobre Juana, ni cuenta se dio cuando un Lázaro resucitado se pasó de vivo con ella). Romeo y Julieta de plástico se besaban insensiblemente, en tanto que Laura desesperación escuchaba los mensajes de su correo de voz para ver qué tan efectivo resultaba el anuncio que puso en el periódico (“Dama decente desea ser deseada. Seriedad absoluta”). El agua tenía el mismo sabor que el tiempo perdido. Fue entonces que al no ver cambio alguno el Hambriento de afecto perdió su paciencia y se alejó de la mísera puerta. “Quizás aún no sea demasiado tarde para mí”. El día siguiente fue casi lo mismo.