domingo, 28 de noviembre de 2010

La suerte está echada

Mentes que giran como en carnaval, buscando respuestas en ríos de palabras que vomitan los tiempos insensatos. Seres orgullosos que en su ego se olvidan de sí mismos, y ni cuenta se dan de eso. Esperas fastidiosas, esperas para que el destino se arregle por sí solo, así mientras lavamos nuestras manos, volteamos hacia otro lado; la preferencia es por la indiferencia. Promesas de amor que carecen de fundamento, dichas por corazones comprimidos que no sienten nada. Presiones sin sentido para elegir una de de las mil carreteras que no conducen a ningún sitio. El cielo oscuro presagia tormenta, pero todos sacamos nuestros relojes de sol. Cuando llueva fuego no nos servirán los paraguas, a menos que estén elaborados de asbesto, claro. En un monte alguien cita su frase favorita: “Alea jacta est”.

martes, 23 de noviembre de 2010

Muriendo

Arrojando la lata de veneno para ratas y el bote de coca cola, pensó que ninguno de los dos era la solución, o el medio, para llevar a cabo el objetivo final de sus tendencias suicidas. Tampoco lo eran arrojarse al océano ni a la autopista, ni acostarse en las vías del tren. Estaba convencido de que sólo necesitaba estar enamorado. Cosa de dos segundos tras verla y de un año de tratarla para tener la certeza de que ella era la forma en que se suicidaría. Flores, promesas, peleas y reconciliaciones. Luchas de poder y alegrías. Cada día apresuraba su muerte y ni cuenta se dio del momento en que murió. Siguió respirando, siguió siendo visto por todos, pero ya estaba muerto. Hasta que casi no había flores, ni promesas ni reconciliaciones. Había ganado la indiferencia. Compromisos, sonrisas tatuadas en sus rostros, hijos. Él seguía muerto. Ella también lo estaba, y a pesar de todo ambos se convencieron de que todo era normal y que por eso todo estaba bien. En algún momento llegó la religión. Pero no emularon a Lázaro. Pasaron los años y ellos se negaban el arrepentimiento, aunque a ambos les dolían sus almas muertas. Poco después los dos murieron por segunda vez, pero ahora les tocó esa muerte en la que uno deja de respirar y de ser visto por los demás. Ya nunca se supo nada de ellos, y a nadie le importó eso.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Microbús lleno

Microbús lleno. Pie en el acelerador. Pesado como la gravedad y el cansancio. Conductor del microbús pensando -por imposible que parezca que un personaje así pueda realizar dicha función cerebral- en las tres películas porno piratas que guarda debajo del diario amarillista de ese día. Nadie se puede imaginar que debajo del periódico, cumbre del mal gusto y que lleva como titular “Entambados como tamales en botes de leche industriales” van ocultas tres borrosas películas: “A la prima se le arrima”, “Club anito” y “Monsters Inc.”, en realidad la última no es porno, pero el conductor tiene siete hijos, con mala alimentación y peor educación, que tienen derecho a divertirse. El colectivo viaja a gran velocidad, la competencia con otras máquinas de transporte público es marca Ben-Hur, descaballada y sin Charlton Heston. De repente, frenado sorpresivo y violento que incomoda y reacomoda momentáneamente a cada uno de los pasajeros embutidos dentro del vehículo. “Cóbrese uno a las Torres”, dice el calvo burócrata que acaba de abordar el micro, mientras paga su pasaje al conductor y mira por el pasillo sin espacio vacío ("ahora entiendo por qué se le llama 'micro'", se dice mientras carajea interiormente). “Pásele pa' atrás joven”, le responde el conductor, pidiendo un imposible, una violación a las leyes más elementales de la física. El calvo tuerce la boca en una mueca de muñeca moderna. Es calvo y sin ilusiones; sin ilusiones y amargado. En su juventud, no tan lejana, había sido un soñador, pero la realidad se encargó de ‘despertarlo’, por eso ahora sólo era un burócrata avinagrado que por puro rencor se encarga de asesinar el aspecto soñador de cualquiera que se le plante enfrente. Microbús más lleno. Pie en el acelerador de nuevo. Jalón que empuja a los pasajeros hacia atrás. Burócrata amargado tratando de encontrar allí dentro una posición que le sea menos incómoda que la actual, pues va siendo empujado por los glúteos grasientos y aguados de una gorda; en su brillante calva siente la alitosa respiración de un gandul y su costado es picado por el codo de un vejete al que aparentemente nadie le ha dicho que ya se inventó el desodorante. A mitad del pasillo, un albañil bigotón y chaparro, con un poco de cal en el pelo, lleva sus instrumentos de trabajo, incluido un serrucho largo envuelto en papel noticioso. El trabajador de la construcción, a pesar de ser prosaico y vulgar la mayor parte de su tiempo, susurra cortésmente a un caballero bien trajeado que por favor toque el timbre para anticipar la parada. El albañil ya casi tiene que bajar. El mentado caballero viaja abstraído. Su auto descompuesto lo obligó a tomar hoy este transporte colectivo en el que no suele viajar. El mentado caballero va pensando en una linda princesa a la que ama, pero a la que no sabe demostrarle sus sentimientos. El albañil vuelve a murmurar con mucha pena que por favor le toque el timbre. El mentado caballero sigue sin escuchar. Microbús lleno. Pie en el acelerador. Burócrata amargado sudando por tanto calor humano. Calva chorreante. Albañil susurrante. Caballero sin caballerosidad. Las dos puertas del microbús están igual de lejos para el albañil, que se ubica justo a la mitad del micro. Si se fuera a la del frente, seguro el conductor le diría que la bajada es por atrás, por el puro hecho de molestarlo. Así que para salir por la puerta posterior tiene que recorrer un buen trecho y antes que nada pedir al caballero sin caballerosidad que toque el timbre y que lo deje pasar. Vuelve a susurrar su petición, nervioso y con un marcado complejo de inferioridad. El traje del caballero realmente le impone respeto. Pero no es escuchado de nuevo, y el albañil decide picar con su dedo índice derecho el brazo del caballero. Éste por fin vuelve en sí y mira desdeñosamente al albañil que le dice: “¿no le toca?” El caballero sin caballerosidad, molesto por haber sido despertado de su ensueño y cobrando conciencia del feo lugar en donde ahora está, toca el timbre mientras otro pasajero, testigo de todo el mini drama, piensa: “¡enano mala onda, mira que pedir que le toquen el timbre, sin albur, sin decir por favor!” Microbús atestado. Pie en el freno. Parada violenta. Burócrata amargado recriminando mentalmente al conductor pornomorboso por lo brusco del frenado. Caballero sin caballerosidad pensando de nuevo en su princesa inalcanzable, y el ensueño vuelve a reventar como burbuja picada, de vuelta a la cruda realidad. Albañil susurrante escabulléndose como puede para llegar hasta la puerta de atrás, golpeando sin querer con su serrucho a la gente que atesta y apesta el colectivo. El que se lleva el peor golpe es el pasajero testigo quien piensa: “maldito mugroso ¡muérete!” El albañil susurrante alcanza la puerta y salta, pero antes de salir completamente… Microbús lleno. Pie en el acelerador de nuevo. Conductor con urgentes imágenes pornomorbosas en la mente. La carne es débil. Burócrata amargado tratando de no perder el equilibrio. Caballero sin caballerosidad perdido de nuevo en ya-sabemos-dónde. Albañil susurrante cayendo estrepitosamente en la banqueta, pues el microbús aceleró antes de que terminara su descenso. Pasajero testigo asustado y experimentando culpa por el deseo maldito que formuló (“Dios a veces cumple lo que le pedimos”, le dijeron alguna vez y en este momento le aterra que eso sea cierto). “Párate asesino”, le grita el burócrata al conductor, por un momento el soñador que llevaba dentro revivió ante la injusticia que le está ocurriéndole al albañil susurrante que se retuerce de dolor en el suelo de la calle. De repente, salido aparentemente de la nada, un policía de esquina le ordena al conductor del microbús que se detenga y “baje del vehículo”. ‘Vehículo’ es una palabra que los agentes del orden en la ciudad gustan de usar, pues los hace sentir sofisticados. Microbús detenido por la ley. El burócrata vuelve a matar con amargura a su soñador brevemente revivido mientras se burla del conductor. Cinco metros atrás del microbús el albañil sigue revolcándose de dolor. El conductor desciende con un billete de $100 enrollado discretamente en una de sus manos y empieza a discutir con el policía sin dejar de preguntar “¿cuál tirado?, ¿cuál tirado?” El caballero sin caballerosidad vuelve a despertar ante la inquietud de los demás pasajeros y pregunta qué pasó. El pasajero testigo siente que se le retuerce el alma como caracol salado por la culpa que le produjo su malsano deseo. Microbús lleno detenido sin conductor. Caballero sin caballerosidad enterado del suceso y de regreso a sus ensoñaciones, tratando de evocar el dulce aroma de su princesa. Albañil susurrante incorporándose a lo lejos, recoge sus herramientas regadas, le mienta la madre al conductor y se aleja de allí cojeando en zigzag. Pasajero testigo sintiendo que se le quita un gran peso de encima vuelve a divertirse criticando mentalmente a los demás. El policía, ya sin ‘cuerpo del delito’ se conforma con $100 y como araña vuelve a su puesto para estar pendiente de las moscas que caerán en su trampa de corrupción. El conductor pornomorboso regresa a su microbús. El burócrata amargado se dice que así son las cosas en este país y se queja de que apenas sea martes. El albañil se reincorpora y se aleja cojeando; más tarde tendrá que ser atendido por la fractura de sus dos costillas. Microbús lleno. Pie en el acelerador. Conductor pornourgente maldice el tiempo perdido y acelerando se pierde con todos sus pasajeros en el tráfico de la ciudad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Por una niña mala

Dejando de lado la apuesta por la resurrección, perdido como el niño que cazaba mariposas en el bosque denso, sin rumbo fijo, estás buscando cualquier puerta. La religión te mintió, como un llanto sin lágrimas, de mil profetas uno dice media verdad. Me gustaría decirte que hay un camino, pero estoy más perdido que tú. Los dados en el aire y César habla de la suerte, busquemos mejor arañas en el techo hasta que nos sorprenda la muerte, con una caja envuelta en papel azul. El abandono es frío como un beso al mármol, el rito desgastado ya no tiene nada que ofrecer. Cada vez más juntos y por dentro más alejados. El tiempo dejó sus peores huellas en tu cara. Una guitarra vuela mientras el mentiroso sonríe, y tú le crees sólo por la blancura de su dentadura. ¡Qué impostura! Yo me despido como cuando le decía adiós a papá. Todos terminaremos en el olvido. Te veo partir en el tren de tu decisión y yo me quedo limpiando la estación. El desfile de los seres grises carece de música, pero te absorbe aun contra tu voluntad. De cabeza en el precipicio de la duda te preguntas: ¿dónde está ahora lo que ayer fue certeza? Quizás mañana el cuarto se ilumine, quizás también tenga yo algo qué decir. El alcohol saca a flote muchas tonterías y verdades. El dolor cuando es muy intenso empieza a dejar de sentirse. Quemas tus diarios y borras tus recuerdos. Francamente querida, me importa un bledo. En el fondo ¿a quién pretendes engañar? La hoguera de las vanidades arde sin dar calor. Ya es tarde para creer en el amor. Está lista tu ropa blanca para la fiesta de lodo. Los dados vuelan y César habla de suerte, sé que podré olvidarte hasta que me sorprenda la muerte.