Aplastando las nalgas en las mismas gradas, usando los mismos audífonos,
probablemente escuchando la misma canción y el mismo artista.
El joven obeso, de anteojos gruesos, vestido de ropa deportiva,
echado como base de tótem, mirando pasar a la gente que se ejercita.
Hace meses, este chico se propuso bajar de peso, activarse y alimentarse bien.
Pero come la misma chatarra y únicamente se despega el monitor para ir a sentarse y escuchar lo mismo de siempre.
A veces le duele recordar los rechazos en la escuela, en la iglesia y en las entrepiernas.
Rechazos en cualquier lugar donde se apersone, rechazos que sólo le queda apechugar.
Ahora duda mas en hablarle a las chicas que le gustan y ni si quiera tiene valor para pedirles la hora a las que no le interesan.
¿Por qué lo hizo Dios tan repelente y tan candente?
Sueña en que se inventará una medicina o que encontrará el hechizo que le permita bajar de peso en un parpadeo, y ponerse todo duro... ¡Ja, seguro!
Sueña en que llegará el día que todos lo admirarán, lo buscarán, y dejará de sentirse solo, tan solo.
Piensa que el futuro será muy bueno con él.
Pero hoy es hoy e, igual que mañana, el chico obeso con ropa deportiva estará sentado en el mismo parque, sobre las mismas gradas, usando los mismos audífonos y escuchando la misma canción. Hasta el fondo del profundo hoyo de la autocompasión.