La paciencia es una de esas cosas que siempre echamos en falta cuando más la necesitamos, como los retretes, la fuerza de voluntad y el vigor sexual (si eres hombre, claro está). Es también de las cosas que más se predican sin el ejemplo, por eso es hermana de la verdad, la virtud, la justicia y la honestidad.
"Paciencia", dijo el jefe de policía a sus subalternos brutos cuando notó que se les estaban pasando los puños en el interrogatorio de un inocente que se empecinaba en no confesar el delito no cometido.
"Paciencia", fue el título de una balada tranquila, escrita por el cantante arrebatado y retador, en un oasis de calma existencial. Fue como un ruego para que la vida le concediera lo que considera inalcanzable e imposible.
"Paciencia", suelen pedir al pueblo oprimido, con voz almibarada, los ricachones, papas y faraones de la falsa democracia, pues, total, ¿no se les dará a los pobres felicidad con creces en la eternidad del más allá, mientras los primeros del mundo bailarán hula hula en el ojo de una aguja?
Paciencia es lo que nos esquiva cuando no coinciden nuestras opiniones y juicios. Cuando carecemos de buenos argumentos para sustentar nuestras palabras.
"Paciencia", nos dirá el portero del Cielo para saborear el tiempo que simule revisar su lista en blanco de invitados, atisbando nuestras vanas esperanzas y carcajeándose por dentro, antes de revelarnos que nuestro destino es el infierno.
Simple paciencia, compleja ciencia.
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