Cuando vi “Gladiador”, en los tiempos en que se estrenó, recuerdo que el nombre del personaje me sonaba a nalga no marina, pues se llamaba Máximo, Gluteos Máximus, asociación de ideas que tengo desde hace años. Por otro lado, glúteo es una palabra que suena a gorgorismo gorjeante de Gorki o Gogol. Todas palabras rimbombantes y ‘rimbombante’ es en sí otra palabra llena de rimbombancia. Caminaba por Le Jeune road, una de las avenidas importantes de Coral Gables, y creo que de Miami en general, no sé, la botánica y la acupuntura nomás no son mis ciencias, a dos calles de Miracle Mile, quizás no deba, porque no me gustan las deudas, pero hablaré un poco de Miracle Mile. Éste es un tramo, imagino por su nombre que como de una milla (en realidad mide media milla, su nombre nos miente a todos), de una larguísima avenida llamada Coral Way, que va de no-sé-donde hasta quién-sabe-dónde (pero es muy larga, como el tiempo en el sillón del dentista) en esta ciudad llamada Coral Gables. Si consigues mapas y boletines turísticos de Miami, por lo general te toparás con la mención de Miracle Mile. Son tres cuadras donde supuestamente hay tiendas elegantes y que vale la pena conocer por… hmm, pues dizque por las tiendas. Quizás sean elegantes, pero no te esperes encontrar nada de renombre. Hay una librería no-tan-mala y un lugar donde venden burritos, esa comida Tex-Mex que muchos consideran mexicana, que no son nada del otro mundo, ni de éste. La verdad es más la leyenda de Miracle Mile que su realidad. Aunque si lo que buscas son tiendas que ofrezcan vestidos de novia, éste es el lugar que te conviene, al menos por cantidad, pues hay más de cinco de ellas a lo largo de las tres cuadras. También hay una farmacia donde no venden tan cara el agua, ni los cigarros, donde los perfumes de marca suelen estar rebajados, pero que carece de todo lo que le parece ‘chic’ o ‘in’ a la gente. Del lado de Le Jeune road, los sábados he visto que al terminar Miracle Mile se ponen unos puestos donde venden frutas, verduras y cosas naturales, todo a un precio razonable en esta ciudad de precios irrazonables. Es por esa zona donde ocurrió lo que te contaré. Venía caminando por Le Jeune road, en dirección al sur, cuando a una calle antes de llegar a Miracle Mile (prometo ya no mencionar de nuevo ese nombre) vi que en la esquina se agrupaba un grupo de gente, mirando algo que estaba tirado y que se quejaba. Crucé la calle, y al notar que ese algo en el suelo era una persona aullando de dolor, me imaginé que un auto la había arrollado, que con algo de trabajo había llegado hasta la esquina para ponerse a salvo y que allí yacía ahora doliéndose de un atropello (literalmente hablando). Se me hizo extraño, con lo ‘eficientes’ que son los servicios en este lugar, que no hubieran detenido al cafre culpable y que no hubieran llegado ya las ambulancias y los policías, e incluso que lo hubieran linchado si se apellidaba Castro. Además, si eso hubiera ocurrido muy recientemente, como parecía, yo habría alcanzado a ver al culpable huyendo y el alboroto por tratar de atraparlo, pero nada de eso había ocurrido. Mi camino me obligaba a pasar por la esquina de la adolorida, y eso me permitió ver qué sucedía. Mucha gente estaba reuniéndose preocupada ante la mujer tirada. Algunas personas llamaban a los servicios de emergencia desde su celular. Algo así en mi país hubiera indicado seguro que algún mal conductor tras atropellar a alguien se dio a la fuga, pero no, éste es primer mundo y la fulana estaba tirada allí, en ropa deportiva, gritando de dolor y sobándose el glúteo izquierdo, porque había sufrido un repentino calambre que le impedía caminar. Sin sangre ni herida, sólo una parte del cuerpo acalambrada. Para detener así el tránsito peatonal en mi país necesitas tener de menos cuatro huesos rotos o las tripas de fuera (regadas por el pavimento), aquí basta que te duela mucho aquella parte del cuerpo que dio nombre a un gladiador del cine. Ahora veo que las cosas cambian según las latitudes y yo me sigo sintiendo tan extranjero aquí como en mi país de origen.
Comentario al margen del pie, totalmente descalzo: La vez pasada mencioné un libro de Guillermo Arriaga (el mismo que escribió Amores perros, Babel y El búfalo de la noche) que estoy empezando a leer, se titula Un dulce olor a muerte. Me está gustando, lo que he leído de Arriaga me ha gustado, porque retrata muy bien situaciones y maneras de hablar de los mexicanos. Me encanta la narrativa de ese autor, es muy natural y fluida, como mantequilla en sartén caliente. Se trata de un cadáver encontrado. Por lo menos lo que llevo leído me está gustando. El libro que acabo de terminar es Enrique Bunbury, Lo demás es silencio, de Pep Blay, una biografía interesante, y nada tediosa (como suelen ser las biografías), de uno de mis cantantes-compositores favoritos. Allí también se habla de la historia de los Héroes del silencio. Yo a ese grupo lo oía porque le gustaba a todos mis hermanos, pero a mí nomás no me entraba, sus letras me daban flojera. A Bunbury lo descubrí cuando leía un libro de Dostoievsky, creo que era Los hermanos Karamazov. Estaba tendido en una habitación leyendo cuando desde la sala de la casa me llegaron unas notas musicales que me gustaron. Sonaba a algo distinto a lo acostumbrado, fue como mágico. Bajé a ver qué era. En la sala estaban mi hermano y su novia, escuchando Pequeño, el segundo CD solista de Bunbury, de allí salían las melodías encantadoras. Ella era fanática del zaragozano, y cuando pregunté qué estaban escuchando, como anuncio comercial me lanzó un discurso tratando de convencerme de algo que ya me había convencido minutos atrás una tonada sin necesidad de discurso. En fin, tanto el libro sobre Bunbury, como el CD de Bunbury, son altamente recomendables, aunque debo decir que ése no es mi CD favorito de ese cantante, pero me sigue gustando mucho. Bueno, esto nada tenía que ver con calles chic de Miami, Glúteos Máximus Adoloridus, ni cafres en ciudades latinoamericanas, pero es algo que estoy leyendo.
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