La morena se puso su mejor conjunto. Negro y blanco combinados con aceptable equilibrio. La ropa le favorecía ocultando los resultados de su holgazanería y desidia, tan patentes en su anatomía. Con maquillaje no sólo ocultó las ‘pequeñas imperfecciones’ de su rostro, sino que también le imprimió a su cara una efímera belleza artificial. La morena, con su falsa belleza y su bien disimulado sobrepeso fue y se sentó frente a una mesa. Sonreía como si tuviera motivos reales para hacerlo, se sentía la presa perfecta que sale de cacería. La morena, en blanco y negro sonreía, disparando coquetas miradas con la intención de disipar de inmediato su agobiante soledad. La morena fue descubierta por un blanco vestido de gris, que estaba a sólo dos mesas de distancia. El blanco no era apuesto ni tenía personalidad. Su interior prometía ser más gris que su saco o su pantalón. Él se había peinado y perfumado, vistiéndose lo mejor que le era posible. Incluso sus zapatos brillaban como la más linda estrella del cielo. El tipo blanco, gris como el tedio y el hastío, había salido con la intención de mandar lejos a su asfixiante soledad, que no podía evadir ni con las férreas rutinas ni con las interminables horas de televisión. Se miraron, se resignaron, eran lo mejor que podían tener esa noche. Se aceptaron. Los ojos se encontraron, se imantaron. Sonrisas simpáticas y el inminente acercamiento. Platicaron idioteces que ambos fingieron interesantes. Salieron del lugar después de beber un poco de vino y de bailar unas cuantas piezas. Se abrazaron y se besaron con desesperación. Hicieron el amor como dos condenados al destierro en una isla desierta. Sin precaución alguna. Después de la desesperada pasión, en el momento en que la razón es recuperada, ambos sintieron ganas de vomitar, pero ninguno dijo nada. Sonrieron y se mintieron tantas veces que fue un abuso escandaloso. La soledad pareció alejarse de sus vidas. Resignados a aceptarlo se casaron. Tuvieron hijos y contaron su historia como si se tratara de un cuento de hadas. Su versión jamás tuvo ni una pizca de coincidencia con la realidad. Es verdad, en el fondo jamás se agradaron. Optaron por vivir solos juntos, con tal de no enfrentarse de nuevo a la soledad natural. El asco mutuo no desapareció, por el contrario, se hizo más grande. Pero siempre estuvieron juntos, fingiendo que todo era maravilloso. Juntos hasta que la muerte los separó y ella lo miró bien muerto, en un ataúd tan gris como había sido su vida y el traje con el que lo vio por primera vez. Tres meses después ella también murió, todos dicen que de tristeza, pero que cada quién piense lo que quiera. Te aseguro que es totalmente cierta esta historia dizque de amor.
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