lunes, 8 de agosto de 2011

Largo adiós (no es igual a: largo... ¡Adiós!)

El mareado segundero, a la misma velocidad, te revuelca con sus vueltas en el pan molido de la vejez. Muela del juicio perdido, por incompetencia de abogados baratos que no fueron consultados. El consulado cerrado y tú sin pasaporte, dinero ni techo. Extranjero aún en extranjía y nadie te echa de menos, eso te extraña de más. ¿La brújula?, perdida, pues una bruja de buen ver te la quitó, con los ojos cerrados, mientras dormías. Ya nadie se domina. El jugador perdió todo en apuestas apestosas; debió retirarse de la mesa cuando pudo. El dinero tiene la capacidad de regresar, el tiempo no. No hay devolución una vez salida la mercancía. El Mercader de Venecia también se empecinó demasiado con el vecino, y no sólo perdió todo, sino mucho más. Hay que agarrar al todo por los cuerdos, sacar pecho y ajustarse el sombrero. Avanzar aunque los perros sean mudos, viajar a varios nudos a pesar de la tormenta desatada. Uno no debe decidir nada mientras esté muy enamorado, aunque vista de violeta y la vestal prometa. Una carga extra es hacerse cargo de algo por encargo de alguien, ¡si apenas uno puede consigo mismo! Nada es igual después de que el viento se ha llevado todo al carajo. No mires abajo porque te mareas, no mires arriba porque no distinguirás nada, no mires a los lados porque aunque haya gente no encontrarás realmente a nadie, ni mires atrás, sino te convertirás en estatua de sal. Este fue el adiós definitivo, el número 2718. Espero que sea el último, pues yo ahora de todos me despido con las palabras, y con el fuego no se juega, aunque a veces se fuga. El papel es inflamable y el actor que lo representaba es insufrible. Arde como lo hizo el corazón mío. Sin razón. Corazón sin caparazón. Es largo el adiós.

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