Parte II.
De la lucha de la piadosa mujer en contra del Maligno.
“Santa Rosa Purísima…” decía Doña Lope salpicando de agua bendita todo lo que podía a su paso, ya en el interior de la casa de Dolores.
“Ruega por nosotros...”, respondía llorando a todo pulmón la afligida Dolores –parecía que le hacía cierto honor a su nombre- siguiendo de cerca a la vieja.
“Santa Teresita descalza de Bogotá te imploro que junto con la Virgen de las Culpas Remotas Sin Mácula y con Santa Catarina Bicolor de la Sagrada Hondonada, bendigan esta casa con el poder que me dan...”, continuaba la anciana.
De esta manera, ambas mujeres bendecían cada habitación por la que pasaban: la entrada, la cocina y la pequeña sala (incluyendo el televisor). Este monótono proceso fue detenido de inmediato cuando, al llegar a la recámara principal, Doña Lope palideció y se detuvo llena de terror al descubrir un gran cuadro que colgaba de una de las descarapeladas paredes del cuarto.
“¡Allí! ¡Allí! ¡Allí está Satanás!”, gritó de repente la anciana abriendo desmesuradamente sus siempre expresivos ojos y señalando con su trémula mano el cuadro, “¡Allí está el enemigo!”.
“¡Pero si es una imagen del Santo Niño de la Santa Paz en Beatífica Quietud!”, exclamó sorprendida Dolores mirando el gran cuadro de marco dorado.
En efecto, el cuadro era la reproducción casi perfecta de una de las múltiples presentaciones de un Niño Dios. No se trataba del Santo Niño de la Paz, ni del Santo Niño Pacífico, ni del Santo Niño del Amor Tranquilo, ni mucho menos del Niño Santo de la Quietud; el cuadro en cuestión era una inmejorable imagen antigua del Santo Niño de la Santa Paz en Beatífica Quietud con todo dulce mirada, pequeña capa morada, báculo dorado y boina negra.
“¡Tenemos que quemar ese cuadro maldito!”, ordenó la anciana con una autoridad mayor a la de Benito Mussolini.
“Pero Doña Lope, ese cuadro está bendito; además es una antigüedad de la familia de mi esposo; se lo han pasado de padres a hijos y de estos a sus hijos, y así desde su tatarabuelo. ¡Doña Lope este cuadro es lo que más quiere mi marid...”
“¡Con un carajo mujer! Yo te digo que ahí está el diablo”, interrumpió la anciana con ojos llameantes, y temblando de rabia, en tanto arrojaba chorros de agua bendita a Dolores, “o ¿es que Satanás te está convenciendo con sus mentiras? Vadre reto Satanás, Vadre reto”.
“No, No, No, Doña Lope, no se enoje. No me moje por favor. 'Orita quemamos el cuadro, 'orita lo quemamos”, y mientras esto decía, la afligida víctima de adulterio descolgó el gran cuadro de la pared y lo sacó al patio de la casa.
“Es el mismísimo Mefistófeles, enemigo del Señor y Señor de los Infiernos”, gritaba Doña Lope sin dejar de arrojar lo poco que quedaba de agua bendita al cuadro y otorgando a Mefistófeles el máximo rango infernal. “¡Virgen del Arroyo de las Santas Penurias te ordeno que mandes a éste al infierno al que pertenece, Santa Torre de la Sabiduría dame el poder de vencer a Satanás, Santísimo... Bzz, Bzz, Bzz...”.
Doña Lope pareció caer en un trance religioso al comenzar sus oraciones, que sólo interrumpió cuando le pidió una botella de alcohol a Dolores.
Lo primero que encontró la atribulada Dolores fue una botella adulterada de Bacardí blanco, apreciada propiedad de su violento marido. Entregó la botella a la anciana, quien dando órdenes al cielo, arrojó el contenido etílico sobre el cuadro y trató de encenderlo con un fósforo.
La escuálida llama fue efímera y no sirvió de gran cosa, pues con toda el agua bendita allí regada, era difícil que prendiera un buen fuego.
“¡El enemigo se niega a irse!”, gritó la anciana a punto de desgarrar sus pulmones, “no te quedes ahí parada mujer, ¡trae gasolina o algo!, antes de que nos gane el maldito”.
Dolores era ahora una completa autómata esclavizada, obediente únicamente a los mandatos de la santa vieja. Como de milagro, Dolores encontró en ese mismo patio un bote con gasolina, a un lado de una botella de refresco de toronja que en realidad contenía cloro.
Doña Lope vació el bote de gasolina y encendió el charco que se formó. Una inmensa llama anaranjada, llena de calor, se elevó unos cuantos metros arriba de las cabezas de las mujeres, consumiendo en su totalidad el techo de plástico que protegía de las inclemencias del tiempo al oxidado tanque de gas.
“¡AAAHHHHH! Nos quiere mataaaar”, gritó aterrada Doña Lope, “¡AAAHHHHH!”
Dolores, iluminada repentinamente por la Providencia, arrojó al fuego la tierra de todas las macetas que allí tenía, después corrió hacia donde había una manguera, abrió la llave del agua y con dificultad apagó el incendio.
Del techo de plástico sólo quedaron piezas carbonizadas y una gran mancha negra en la pared. Negro y enlodado había quedado también el tanque de gas. Del cuadro que representaba al Santo Niño de la Santa Paz en Beatífica Quietud, sólo quedaron cenizas y trozos ahumados de vidrio.
“Se ha ido mujer”, dijo la vieja sin aliento, de inmediato tomó sus pertenencias y abandonó la casa de Dolores con un andar majestuoso.
“¡Gracias Doña Lope! ¡Gracias!”, dijo Dolores medio extenuada y medio emocionada al ver alejarse la enjuta figura de la anciana.
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