A lo largo de la vida, como cualquiera —como cada uno de los que conformamos ese mazacote llamado "todos"—, he deseado muchas cosas.
He pasado gran parte de mi existencia elaborando largas cadenas con eslabones de deseos.
Muy pocos, realmente un indecente índice pigmeo —por estatura, mas no por etnia—, de esos deseos se han realizado.
Sin embargo sigo respirando y sigo deseando. Imagino que es parte de la vida.
Ahora no deseo conscientemente, salvo en raras ocasiones:
Cuando la lujuria me ataca ferozmente de nuevo, haciendo que me olvide de las enseñanzas del Buda.
Cuando me topo con gente más vil y mezquina que yo, pensando que ojalá fuera un Harry Potter con varita de Némesis.
Siempre que pago mis impuestos.
A veces deseo el Armagedón y el fin del mundo mormón, como me lo enseñaron cuando asistí a la escuela de la Iglesia los Santos del los Últimos Días.
También llego a desear la Paz Mundial, pero casi nunca, pues en raras ocasiones deseo cosas imposibles.
Sigo respirando y sigo deseando. A veces trabajo para tratar de alcanzar mis deseos, otras espero un genio al estilo de las Mil y Una Noches que venga a servirme, pero en cuyo contrato no haya letras pequeñas.
¡Ay de mí, tan egoísta!
Si hay conciencia después de que morimos —al cambiar de plano, como dicen algunos—, me temo que entonces seguiremos deseando, no sé qué, pero me sospecho que así será.
¿Será que el universo es un deseo infinito?
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