Dos alquimistas dejando un viejo milenio, o llegando al nuevo, yo casi extinto, tú recién creada. La magia duró por bastante tiempo, tiempo que podía detenerse con sólo cerrar los ojos, pero al abrirlos ya no estábamos juntos. Me dijiste que todo terminó hace un año cuando dejamos lo que no quisimos pagar en el estacionamiento de un supermercado. Nos separamos y nos reunimos tantas veces como tonos hay de gris, nos empeñamos en revivir lo que ya hacía mucho había muerto. Actuamos lo mejor posible, y nadie nos dio ningún premio. No hay manera de hacer magia con los retazos, no hay forma de volver a creer que el vino es sangre sagrada y no sólo bebida de uva. Yo en seriedad me hundí, tú por ser liviana flotaste. Cuando se pierde la fe, las montañas se quedan quietas y las estrellas dejan de conceder deseos. De alguna manera perdimos la fe en nosotros. Podemos seguir como autómatas mercenarios en guerras comerciales de galaxias muy lejanas, sacando beneficio rutinario de algo que realmente nos dejó de importar. O podemos rescatar el último pedacito de orgullo y reconstruirnos, cada quien por su lado, esperando encontrar a alguien con quien podamos volver a hacer magia verdadera. Para entonces quizás nos convenzamos que lo nuestro fue sólo un mal sueño, del que despertamos al caer de la cama a la mitad de un aguacero. Es mejor aceptarlo que resignarnos o que terminar despedazando lo poco que nos queda. Tienes el futuro por delante y yo tengo poco tiempo para olvidar el pasado. Buen viaje entonces y ojalá que encuentres lo que siempre has deseado.
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