Ese destrozo desastroso que nos dejó destazados. La tormenta, a veces rápida, a veces lenta, que nos dejó vacíos y fríos, aunque ya muy (re)volcados estábamos para entonces. Sin crédito y sin credibilidad. Imposible intercabio de palabras. Final. El rencor pesaba más que el pesado pasado, convirtiéndose en un lastre aniquilador para el futuro. Los límites habían sido todos cruzados, y en esas cruzas se engendraron monstruos cada vez más feos. ¿Por qué si es lo mejor, se siente uno tan mal? Al fin nos comprendimos, se necesitó para ello más odio que cariño. El rosario de abusos fue demasiado, los rencores alcanzaron marcas mundiales. Hundimiento conjunto hasta el fondo del mar, más allá de donde llegó el capitán Nemo. Final. Golpes de todo tipo, los más dolorosos fueron aquellos que se llevan dentro. Los corazónes permanecieron mucho en el suelo. Sin funeral, pero se lleva el duelo. Las disculpas y perdones estaban demasiado desbordados como para ser aceptados. Las caras dobles cobraron factura. Jano jodido. El final. El mundo ahora me asusta, eché a perder mi gran conexión. Ahora floto en una soledad abrumadora, sin faro ni estrella. No es autocompasión, simplemente un abismal arrepentimiento. Cortado el cordón umbilical de la codependencia, siempre queda un sabor a extravío. No hay de otra que aprender a vivir de nuevo.
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