lunes, 12 de mayo de 2008

En el Cielo

En el Cielo todo está bien. Miami puede presumir al Mundo que es la ciudad en donde habitan los vagabundos con mejor color de piel. Bronceados que envidian esas ansiosa ancianas anquilosadas que parecen buitres excéntricos, las que a las 8 de la mañana van al salón de belleza Rococó Pompadour para que las hagan el milagro de hacerlas parecer vivas. Momias estilizadas. Distintas, en lo que a actitud existencial compete, de las momias no sagradas que se ejercitan diario en South Beach, corriendo en bikinis, presumiendo una piel tan colgante como las cortinas teloneras del viejo cine Ópera o como los maravillosos jardines de una Babilonia muchísimo antes de que existieran los EEUU. En el Cielo todo está bien. En la estación del metro de Coconut Grove muere en reposo, como Buda grasoso, carente de gracia, un vagabundo blanco, de cabeza rapada y más de cien kilos de peso. Siempre tirado, dormitando en una barda o conversando, tendido en el suelo, con sus colegas. Sus pies descalzos parecen recubiertos por un calzado de mugre. El más leve movimiento provoca oleadas de tejido adiposo en su cuerpo. Ignoro a qué huele, pero a diez metros de él, y de sus amigos, se percibe el aura de jugo de vejiga. En el Cielo todo está bien. En el país de donde yo vengo, los vagabundos tienen largos cabellos y son delgados, como las ilusiones cimentadas en realidades, apestan, algunos se creen emperadores travestis, otros piensan que son dueños del sol, del aire y del reflejo de la luna sobre el agua, pero no usan zapatos deportivos y rara vez pesan más de 50 kilos. En el Cielo todo está bien. El Moby Dick de Coconut Grove me importa un pito, de hecho todos los pitos me importan ídem, menos el mío; auqnue nunca he sido Rodolfo Valentino y tiendo a encontrarme a Gloria Gilbert en cada mujer, o se el equivalente feo de ella en cada mujer que encuentro. Espero que la maldición hermosa se haya roto. En el Cielo todo está bien. Sólo hay tres posiciones en las que puedes encontrar al gordo vagabundo: tendido boca arriba, tendido boca abajo o transportando su cuerpo (que ocupa el espacio de varios) de un punto de reposo a otro. Debo ser sincero, jamás lo he visto desplazarse, pero sí lo he visto reposar en distintos lugares, no muy distantes uno del otro. Igual y tiene uno de esos carritos eléctricos en los que por ahí se mueve la gente tan gorda como él, jubilados o mantenidos, se mueven en carritos pequeños por cuyos lados se desborda anatomía humana deformada por la obesidad. La obesidad parece obsesión, es pandémica en este país. Igual no es descuido, quizás es una enfermedad de la tiránica tiroides. Respecto al desplazamiento del vagabundo, no sé, como son aquí igual y llaman a los bomberos para transportar al obeso los cinco metros que hay entre un punto y otro de su reposo. Eso explicaría por qué con tanta frecuencia veo pasar los camiones de bomberos rumbo a una emergencia y jamás he oído de ningún incendio. En el Cielo todo está bien. Los vagabundos ‘productivos’ están en Lincoln Road, cerca de la playa. Éstos son jóvenes y fuertes, algunos musculosos que se ejercitan en Ocean Drive, pero todos bien bronceados, y su arte es hacer florecitas y animalitos con tiras de palmera. Y las hacen siempre, no sólo el Domingo de Ramos (los López, los Pardavé, los Pérez, los Jiménez, los Romero y otros más se quejan porque ellos no tienen, como los Ramos, un domingo… eso le vale un pito a la oficina encargada de recibir sus quejas). Te ofrecen las artesanías de palma como si fueran un regalo y si lo aceptas, al modo gitano, te exigen un pago. Mal de ojo garantizado. En el Cielo todo está bien. Si caminas a lo largo de la playa, por donde las olas intentan conquistar delicadamente la arena de la orilla, podrás encontrar muchas conchas (de probable maculada concepción) y varios vidrios ámbar de botellas de cerveza, todos inofensivos, pues el mar se ha encargado de quitarles el filo. En el Cielo todo está bien. En Coconut Grove hay una tienda de helados, muy muy lejos del vagabundo obeso, en la que ofrecen muchos sabores, de entre los cuales para mí destaca la amarenata (adicción que contraje en el viejo mundo, cuando vivía en el tercero, y que me vuelvo a topar ahora que habito el primero). No me gustan los postres, los dulces ni los helados, pero con la amarenata y los tres chocolates, hago una excepción. La regla se rompe y se corre el riesgo de sufrir o gozar un embarazo. En el Cielo todo está bien. El gordo pasa su vida sin preocuparse de los demócratas ni de los republicanos, Obama suena a Osama, a él le importa un pito si EEUU le da o no dinero a México para que combata el narcotráfico (México celebra el día de su pseudo independencia en Septiembre). No le importa el colesterol ni el valor de las acciones en Wall Street o las de Nasdaq. No le interesa que empiece a haber crisis de hambruna en Centroamérica, de hecho, como muchos de sus compatriotas, ni siquiera sabe dónde está Nicaragua. No sé si el obeso indiferente viva realmente, al menos en comparación con los engranes productivos que hacen algo de nueve a cinco y al final van a sus casas a doparse con TV. Los monitores de plasma gastan más energía que los antiguos televisores, pero no importa, aquí todos quieren ver la misma porquería de siempre pero con mayor nitidez. No importa la energía ni el ambiente, aquí los limpiadores de las calles usan máquinas que consumen gasolina en vez de escobas. ¿Adónde ira a parar el Mundo (con todo y vagabundos, bronceados o decolorados)? No lo sé, no soy adivino, ni gitano ni hago animalitos con tiras de palma. En el Cielo todo está bien… eso lo creen muchos, porque a muchos les importa un pito la opinión de Lucifer.

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