Entre Alexandra Ripley y Donald McCaig, lo que el viento se llevó se está pareciendo un poco a Star Wars. Parece que a los seres humanos nos gustan las cosas terminadas, los finales definitivos, pero cuando los tenemos muy cercanos a la perfección queremos saber qué más pasa, hasta que caemos en el desencanto y nos decimos ¿por qué lo hicieron? Lo que el viento se llevó es una de las mejores novelas que he leído, es curioso que sin grandes aspiraciones literarias Margaret Mitchell haya logrado una de las obras más interesantes acerca de una relación tormentosa, a veces tan borrascosa como ciertas cumbres, que tenía un excelente final. Sin embargo la gente acostumbrada a la comida enlatada, a las decisiones tomadas y a ser pastoreadas; o bien uno que otro curioso que quiere saber qué Alicias hay del otro lado del espejo, siempre caerán en la trampa. No niego que la tentación por saber qué sucede con Rhett y con Scarlett a veces me ataca, pero creo que se sobreentiende que él se va para no regresar y la historia original era el universo que empezaba con el encuentro y terminaba con el desencuentro. ¿Para qué querer más? Luego nos quejamos que caímos como soldaditos de plomo en la alcantarilla cuando Indiana Jones es un anciano que apenas puede con su alma y tiene un encuentro cercano del tercer tipo con el mero fin de vendernos una tramposa franquicia, maquinita para hacer dinero. Como los buenos jugadores (que creo que no existen) hay que saber cuándo pedir más cartas y cuándo retirarse.
sábado, 31 de mayo de 2008
La segunda parte de Lo que el viento se llevó
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