Lo peor del caso entre la divagación y la realidad, cuando conoces en persona a la persona que escribe públicamente, y que aspira a ser algo sin necesidad de aspirar nada para inspirarse, es tomar lo que dice como un mensaje personal. Es curioso que la entrada anterior haya sido escria hace tiempo y parezca ahora tan vigente. No hay coincidencias. El problema es que a veces el inconsciente, subconsciente, careciendo de lo que indica su nombre, es más judas que yago y proporciona puñaladas traperas con un trapeador. Los adioses deben decirse de viva voz, no a través de mensajes en botellas, arrojados al océano intranquilo de los ojos curiosos o indolentes, indiferentes y sin dolor. Aquí va un mensaje personal: creo que algo me está hartando, mucho. Al notar que no soy quien quería ser, al desconocerme en actitudes y actividades, al perder el sentido de las calles y de la vía apia y zanahórica... no sé, eso que antes iba tan bien, ahora no va ni medianamente lindo. Esto no es una divagación, es lo más personal que he puesto aquí (quizás no, pero sí es lo más directo). Por otro lado, ahora que recuerdo, mis despedidas han sido muchas, demasiadas, todo un volumen, bajo y obeso, de adioses, de todos sabores y colores; pero como búmeran, siempre regresé, pero sólo con una persona. Igual y la próxima ya no aplico la del General McCarthur, quien, con su pipa de Popeye, volvió, sin que su estómago tuviera nada que ver. Suena a amenaza, al suicida que anuncia "me voy a matar", para que lo disuadan. Pedro, el del lobo, que acabó como carne molida en una barriga. Soy malo para las ficciones y en lo que digo siempre hay algo de lo que vivo. Siguiendo el ejemplo prudente de Sherezada, callaré discretamente, y no exhibiré más cosas tan personales.
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