El fulano llegó puntual a la cita. Vestimenta típica para una rutinaria entrevista de trabajo. El entrevistador cumplió con su papel desde el principio. El fulano, no. Carente de sonrisa y la vista perdida la mayor parte del tiempo, el fulano llevaba un rictus de muerto, pero no de risa. Entregó el curriculum vitae, diciendo: “Esto debería llamarse mejor tedium vitae”. Y se vendió de una manera en que nadie lo compraría. “El trato es el siguiente”, dijo, “denme un lugar decorosamente humano para trabajar, exíjanme las tareas que se deben exigir a una sola persona, respeten mi tiempo libre como si fuera lo más sagrado para mí y páguenme en justa proporción a mi labor. Eso es todo. Creo que cumplo con los requisitos que buscan para el puesto. Por mi parte, les ofrezco trabajar con toda la ética posible y entregar un trabajo de la mejor calidad”. El entrevistador, debido a la sorpresa, borró (por la centésima fracción de un segundo) la sonrisa obligada de su papel. Pero estaba bien entrenado y pronto se recuperó. Después dijo, en el tono de siempre, “muchas gracias, nosotros nos pondremos en contacto con usted”. Jamás llamaron al fulano. Mefistófeles no se conforma sólo con lo aparente del contrato, además de tu alma te quiere quebrar la espalda, y exprimirte con el menor esfuerzo posible de su parte. Si quieres comer tienes que firmar… ¿realmente tienes que firmar? Sigiloso silogismo sencillo.
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