"Me mandó un mensaje diciéndome que gracias por los mensajes y que me mandaba muchos besos", dijo a su compañera del servicio de limpieza la señora sin incisivos que tallaba los azulejos del baño público con un cepillo de dientes para niños, "ya ya no supe más". La afanosa mujer, una noche antes, había salido con un fulano de sonrisa prefabricada y lágrima domada, que la conquistó en una especie de bar de buena muerte (pues seguro allí por cualquier cosa te eutanasian). Tras los tragos baratos, tuvieron una mediocre relación sexual y él, después de la mediana satisfacción, decidió olvidarla cuando se despidieron con un beso de mármol. Grande fue la sorpresa del tipo que, a pesar tan poca destreza, después de despedirse al romper el alba (la llave se quebró al entrar en la cerradura) ella le mandara 48 mensajes de amor a su celular. Unos más melosos que la miel impura. Él, a la media hora de la separación, ya la había olvidado, ella estaba prendada y prendida por él; y no entendía que tras el mensaje de agradecimiento, él no contestara nada (fulano ingrato, después de tantos mensajes tiró ala basura su celular, dispuesto a robar otro para sí). Jamás se volverían a ver. Así pasó, el paso doble de la muerte que no fue contado como pensé que lo contaría. Pero tal como lo digo sucedió, y si no fue así, fue peor.
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