Ahora me pasa lo contrario. Tengo personajes de sobra pero la única historia que se me ocurre es la que no quiero contar. Tengo a la mujer que quiso independizarse y poner un negocio; puso el café en mal lugar, y pese a que no es fea y usa ropa entallada, los clientes no llegan. Pero hasta allí, no puedo contar más porque sólo pienso en ti y en lo que pudimos haber hecho mal. Tengo al anciano que el día del trabajo se enteró que su presente es tan aburrido como el resto de los días de su anquilosada vida. Tomó sus bolsas y salió de compras, pero al intentar cruzar la calle hacia el supermercado, lo atropelló una joven con toda la esperanza por delante. No puedo desarrollar nada más, sólo me acuerdo que los buenos momentos que viví contigo eclipsan a los pocos instantes amargos, aunque me bastó una palabra para acabar con todo. Tengo al afortunado hombre opulento que se divertía vistiéndose mal y baratamente para entrar así a tiendas ‘exclusivas’ y provocar que lo maltrataran; después, mostrando su verdadera identidad, creía dar una buena lección a aquellos que se dejan llevar por las apariencias. Hasta allí, no se me ocurre nada más, pues me pregunto si eres tú a la que verdaderamente amé, ¿por qué no resultó lo nuestro? Tengo a la mujer fea que logró casarse con el hombre de sus sueños y que convenció a éste que ella era lo mismo para él, pero cómo puedo escribir esta historia si tú y yo fracasamos tras mis esfuerzos y a pesar de los tuyos. Es por eso que tengo un desperdicio de personajes y ninguna historia que contar, excepto aquella que no quiero.
1 comentario:
Sino quieres, no cuentes.
Besos.
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