Marcha el ejército de puristas, esos que se creen perfectos, pateando al cojo que no eligió su condición, sólo porque pueden andar en dos patas, pero jamás aceptan que ellos igual se tropiezan. Lanzan piedras, hasta formar una tupida lluvia mineral; construyen cruces para divertirse clavando gente en ellas, luego cuando se aburren instituyen mártires y así sienten que aplacan sus culpas. Critican lo que no entienden y sepultan hondo al que consideran ignorante (por lo general es aquel que no entiende la corriente absurda impuesta). Así marcha el ejército de puristas, apurado por llegar a ninguna parte. Cada elemento viviendo una terrible soledad interna, por eso marchan en grupo, es su manera de sentirse alguien, en la pertenencia de su malnacida manada. Apuntan sus dedos de jueces al que no va a su ritmo, critican, condenan y abusan, todo con el derecho que se otorgan a sí mismos, pues se sienten elegidos de Dios. Así se la vive el ejército de puristas, tan institucional, tan formal (dehido y devenido) conservando sus putrefactos cadáveres idolatrados, marchan asépticos y sintiéndose vacunados con todo lo que les parece ajeno. Tan perfectos, son serpientes que devoran su cola, para tener un ciclo de nunca acabar. En el fondo saben que su perfección es una mera fantasía, pero marchan juntos para convencerse de lo contrario. Son tantos, pero tantísimos, que igual por eso tienen el mango de la sartén. Todos terminaremos quemados, mientras tanto ellos sueñan marchando, rezando a un dios inventado, contagiando a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Perpetuando el ciclo... hasta que salga el puerquito a decir: “Eso es todo amigos”.
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