"Martha no está aquí", te dijo el elegante recepcionista que olía a fragancia cara de Francia, en la elegante sala de espera de una empresa importante. Y contraviniendo las reglas de la compañía, quizás porque se sentía solo, porque le simpatizaste o porque nada le importara, el chico te dejó pasar a las oficinas para que comprobaras la ausencia de Martha.
Así que buscaste a Martha en cada cubículo ovalado o rectangular, cada rincón, alfombrado y sin alfombrar, en el comedor comunal y en los sanitarios a medio limpiar, en las salas de juntas y en los sitios más apartados. Buscaste a conciencia, no porque dudaras del fragante recepcionista, sino porque tu santo patrón es Tomás.
Efectivamente, Martha no estaba ahí.
Te preguntaste si Martha había llegado a la oficina ese día, pero se hubiera tenido que ir antes de que tú llegaras. Quizás ese día de la semana Martha solía arribar más tarde, quizás estuviera, escaleras abajo, subiendo como ángel de Jacob. ¿Sería que algún contratiempo la estuviera retrasando? ¿Estaría haciendo algo oculto, al margen de los horarios de oficina y de los estatutos morales? Cada uno de tus cuestionamientos quedó sin respuesta, todo era un abismo negro de posibilidades inciertas.
Entonces decidiste relajarte pues, de hecho, no conoces a ninguna Martha.
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