viernes, 6 de junio de 2008

Carreteras

El tiempo que he vivido ha sido dictado, autoritariamente sin exigencia aparente, por el ritmo de tu propio reloj. Los caminos que he tratado de seguir han sido los indicados por tu brújula, cuya aguja parece hélice de biplano volando o un ventilador en verano. Por ti he esperado cuando a mí no me gusta ejercitar ni la paciencia. Tú, tan fijada en el pasado, dejas morir el presente, pudriendo de antemano los posibles frutos del mañana. Y yo, tan tarado, que me sigo mareando sin salir de tu círculo vicioso. Llegó el día de las recriminaciones, decir “yo todo te lo di” y oír la respuesta de “yo jamás te pedí nada”. Bien pagados los dos. Uno quiso saber quién iba a escribir la historia de lo que pudo suceder, la otra siempre quiso escribir la historia de lo que era y lo que sería. Así sucede que tras quererse tanto, siendo dos extraños, se separan con amarga espuma del mar de la rabia. Se separan heridos, ardidos bajo el quinto sol y como viviendo en el sexto infierno. Dos incompatibles desconocidos que se creyeron compañeros de viaje y que al conocerse se dieron cuenta de que no tenían nada en común, ni la corriente eléctrica de sus impulsos. De aquel cariño ficticio sólo quedará. Si bien les va, la indiferencia y el mal sabor. Ojalá hubiesen visto a tiempo los signos de la carretera.

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