jueves, 30 de octubre de 2008
Jalogüí y día de muertos
sábado, 25 de octubre de 2008
Apreciación del arte
Saliendo de la estación del metro Bellas artes, por esa salida que tiene una donación francesa, Art Nouveau en la capital azteca, miras a tu derecha y encontrarás la famosa Alameda, el parque callejero que es de los pocos lugares en pleno centro de la ciudad donde hay más de seis árboles juntos. Es una tarde nublada, tan gris como las ratas que buscan comida entre los arbustos y bajo los puestos de económicas tortas de jamón barato. Pasando el monumento que rinde homenaje al más famoso compositor sordo está ella, acompañada de su grabadora de baterías, que toca a todo volumen los éxitos de una pseudo estrella cuya efímera fama se había apagado hacía más de dos décadas y que sólo vive en el recuerdo de aquellos que se aferran a la memoria como único escape al intolerable presente. Ella tiene el cabello largo, oscuro y alborotado, tal como lo usaba la pseudo estrella de antaño, viste un abrigo negro, grueso como la obsesión, que le llega hasta medio muslo y que le permite mostrar sus delgadas piernas envueltas en medias negras, calza zapatos más negros que las medias, de tacón alto, que le dan más estatura, pero no la suficiente. La mujer tiene un micrófono y baila, simula cantar las melodías que se escuchan huecas y distorsionadas en su grabadora de bocinas dañadas por los años. Cerca de ella, diseminadas en las bancas del parque, hay varias personas que simulan no ver a la mujer, pero que realmente la observan de reojo. Unos son desempleados sin esperanza, otras empleadas domésticas en su día libre que viven romances con albañiles y burócratas de quinta. Termina una canción y la mujer agradece, como estrella consumada, los aplausos imaginarios que sólo escucha dentro de su cabeza, diciendo en voz alta: “Gracias, son todos muy amables…”. Una canción más y un viejo con pinta extraña es el único que se anima a aplaudirle y a mirarla con concentrada atención. “Gracias por el aplauso solitario”, dice ella, reaccionando por un momento a la realidad, y continúa: “a ver si reconocen la siguiente canción”. Se echa el pelo hacia atrás, descubriendo su rostro, que resulta cubierto de tanto maquillaje como pintura hay en el museo de arte moderno. Comienza otra canción de la pseudo estrella de hace dos décadas y la mujer de negro retoma su mímica coreografiada. El tipo del aplauso solitario no viste de negro, sino de color marrón, su traje es viejo como él y seguramente lo guarda debajo de su colchón para que no se le arrugue tanto. Los codos de su saco y las sentaderas de su pantalón brillan con lustroso desgaste. Se nota que hoy se quiso sentir elegante, pues hasta usa corbata (adornada con una redonda mancha de grasa) y el poco cabello que tiene a los lados y atrás de su cabeza está sometido bajo la fuerza aglutinante de un tarro de gomina mal distribuida. Mira a la mujer bailarina con una intensa atención, que él no se preocupa por disimular. Pero en sus ojos está ausente la lujuria del sacerdote sin vocación o del célibe fiel a la dama que no le corresponde, en su mirada realmente se nota la soledad y la compasión. La canción prosigue y el viejo es el único en admitir que el espectáculo de esa mujer, por grotesco y extraño que fuera, llama la atención. De repente los sonidos rítmicos de ositos apretables y chilladores de plástico rompen el encanto de la mujer de negro. Es un payaso que pasa por ahí, cuyos zapatos a cada paso que da emiten un sonido de juguete apachurrable para bebé. La dama de negro lanza una mortífera mirada al payaso interruptor y grosero, por obligarla a hacer un paréntesis en su acto, pero el show debe continuar y ella retoma su número bailando con más vigor y, según ella, con más sensualidad. La gente que está allí desde el principio comienza a retirarse, pero pronto es sustituida por otras parejas, otros desempleados y otros albañiles, los recién llegados, al igual que los idos, simulan no poner atención a la dama de negro. Sólo el viejo marrón sigue fiel en su lugar, aplaudiendo cortésmente entre canción y canción. Ella no pide dinero, realiza su mímica autodidacta por puro amor al arte y el viejo, tan solitario en sí mismo, supo detectar eso y a la solitaria colega que había en esa mujer. Al viejo no le gusta la música, sólo está pagando su cuota semanal de compasión. Pasaron más canciones y la dama de negro sólo interrumpe la actuación para cambiar de lado el casete de su grabadora. De repente se hizo de noche y además del viejo sólo hay un par de albañiles un poco pesados y pasados de copas que miran a la mujer con ojos de llameante lujuria. Ellos le lanzan piropos que son agradecidos con coquetas sonrisas. El viejo presiente que esto podría tener mal final. La mujer no presiente nada y concentrada en la música termina su acto. Agradece a su ‘querido público’ y tras recoger su grabadora se dispone a marcharse. El viejo decide acompañarla para dar a entender a los dos albañiles embriagados que ella no está sola. El borracho par entiende el mensaje y deciden buscar a otra mujer. “Fue en verdad hermosa su actuación señorita”, dice el bien educado viejo a la mujer que de joven no tiene ya ni la niña de sus ojos. Ella sonríe, pero de repente se siente asqueada por la vejez del hombre, pues teme que algún día podrá lucir como él. El viejo tiene decidido acompañarla hasta donde ella vive, pero conforme avanzan, ella se siente cada vez más molesta con el viejo, pues en su mente nada inocente empieza a creer que el anciano quiere aprovecharse de ella, sin embargo no sabe cómo quitárselo de encima. Ella cree que el viejo es como aquellos clientes que hace mucho pagaron por su cuerpo. Sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas nomás por acordarse de aquellos puercos que fueron sus primeros y únicos clientes en ese negocio. “Tan decentes que se veían”, piensa. Luego se acordó de la humillación, de los golpes y de las quemadas, de la penetración por donde ella rogaba que no. “¡Tan fácil que se veía al principio!” Ella imagina lujuria en la inocente mirada del viejo y de repente, como caído del cielo, aparece un policía. Ella le grita al agente de la ley con desesperación, dejando al viejo atónito con semejante actitud. “Oficial, este viejo puerco quiere abusar de mí”. Otra cosa rara, el policía resulta ser uno de esos verdaderamente celosos de su deber en lo que se refiere a defender mujeres y con el vocabulario más profano que se pueda decir se acerca al viejo y agarrándolo de un flaco brazo se lo lleva detenido a la delegación. La mujer agradece al oficial y se sigue de largo. El viejo por más explicaciones que da, es detenido y pasará ésta y varias noches más tras las rejas. En su casa, el payaso cansado de los zapatos chillones y de haber lidiado todo el día con niños mal educados, fuma su mariguana para dormir tranquilo.
martes, 21 de octubre de 2008
Mi divorcio
miércoles, 8 de octubre de 2008
Tren de Praga a Hamburgo
miércoles, 1 de octubre de 2008
Hablar
Andar en el laberinto de la vida, intentando seguir por donde indican las señales que pusieron aquellos que presumen saber. No hay caminos colectivos, sólo puedes seguir el tuyo propio. La cruzada es interna y únicamente los ignorantes son los que presumen de no estar perdidos (pues ni eso saben). El mundo no está esperando lo que pueda decir yo, ni lo que puedas decir tú. Pero si te armas de valor quizá el mundo escuche. Nadie esperaba tampoco lo que el poeta laureado pudiera decir, pero después de que él muriera empezaron a ponerle atención. Van Gogh fue buen vendedor post mórtem. Si tienes algo que decir simplemente dilo, sin esperar de antemano reprobaciones ni aplausos. Críticas siempre las habrá y nadie es perfecto; pero es hasta cierto punto injusto tener oculta una lámpara brillante cuando en el mundo reina la oscuridad. No es correcto evitar ilusionarse para así no ser nunca desilusionado. Eso es como callar por temor a que no te comprendan. Es curioso cómo todos anhelamos la libertad, y cuando la tenemos no sabemos qué hacer con ella. Qué dicha deben sentir aquellos que logran controlar a esos dos caballos de los que habló Platón. Pero ya me estoy desviando demasiado. Quítale el freno a tus sueños y palabras, procura no perderte en rutas establecidas por otros. Confía en ti y usa las experiencias de los demás sólo para enriquecer tu camino, no para tratar de repetir los suyos. No hay garantías, igual no llegas a donde quieres ni consigues lo que anhelas, pero al menos te quedará la satisfacción de haberlo hecho a tu manera. Elvisinatrescamente. Es curioso que esto haya comenzado pensando en ti y termine sirviéndome más a mí.
Sin garantías
En momentos que obligan a la verdad, con sentimientos que no se pueden ocultar, llegó la hora de dejar de lado los disfraces y mostrar el rostro para entregar el alma. Si te dije que te amo es porque es cierto, sin ti no concibo que exista un cielo. Contigo podría enfrentar a un ejercito de demonios, a tu lado es menos lo que ignoro y más lo que entiendo. El universo dejó de girar a mi alrededor cuando te conocí, desde entonces hasta en invierno hay calor. En tu ausencia cada segundo sabe a eternidad. No puedo evitar el pensamiento de que yo te necesito más que tú a mí. ¿Qué es lo que me falta por hacer para alcanzar lo que más quiero? Cada latido me trae un recuerdo, de ti. Cada estrella me dice tu nombre. No hay ningún consuelo contigo tan lejos. No hay mayor misterio que lo que oculta la luna. Mis palabras vuelan en pos de ti, y mis pensamientos ya no me pertenecen. El destino y la justicia dictaminan que cada uno tiene lo que se merece. ¿Qué tanto me hace falta hacer? ¿Cómo puedo alcanzarte y convencerte? Lo que siento por ti es real, aunque no pueda garantizarlo para siempre.