jueves, 30 de octubre de 2008

Jalogüí y día de muertos

“Mi calaverita tiene hambre y no ha comidooo, ¿no tiene un dulce por hay? No se los acabén todos ¡déjennos la mitá! Quereeemos jalogüí. Quereeemos jalogüí, Ouí ouí ouí!” Combinación de culturas en mi México a veces no tan lindo pero aún querido, supongo que por ciertas personas más que por el lugar en sí. Tan cerca de los EEUU y tan lejos de Dios. Crecí en una zona arribista, clasemediera, un suburbio submental que mira a los EEUU como ejemplo de nación sin importar qué tan ajenas nos sean las ideas o las formas. No digo que el admirado país del Norte sea malo, ni que sea bueno, sólo diferente a esta caricatura rara del Sur. El lugar donde crecí es una zona donde de repente les dio por rescatar valores culturales propios, pero sin dejar de admirar al jefe mundial. Eso se nota más entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, pues se hace una verdadera mezcla de fiestas entre el día de muertos nacional tradicional y el Halloween, divertido pero importado. Así los niños salen a la calle a pedir su “calaverita-jalogüí”. Y por si la mezcla fuera poca, crecí en un lugar donde la clase media y la pobreza casi extrema conviven como vecinos potencialmente mortales. Desde el 31 de octubre las calles de mi fraccionamiento se llenan de niños disfrazados de fantasmas, duendes, brujas, demonios y piratas, con disfraces hechos en China, pero algunos traídos de los EEUU. También los pobres se contagian, con este carnaval de época fría, y dejan de ser muy tradicionalistas, cambian las ofrendas por el disfraz, y sin querer sonar cruel, muchos niños calaveritas que no requieren de disfraz salen a las calles a pedir limosna que durante esos días se le llama “calaverita” o “jalogüí”. Después de esos días son simples calaveritas que piden limosna. Es curioso vivir en este país que presume de tanta autenticidad y de glorias pasadas, que es una encrucijada, un tanto servil para mi gusto, donde en el fondo se imita lo que se quiere pero que por naturaleza no se puede tener. Donde se deífica al señor Dólar y se pondera la limpieza de las calles del vecino poderoso, donde incluso es grandioso contaminar el lenguaje propio con extranjerismos que parecen llenar de estúpida satisfacción (así la gente se siente cosmopolita, ciudadana del mundo, o de plano gringa). Ya lo dije, no somos ni menos ni más, sólo diferentes.

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