martes, 23 de diciembre de 2008
Breve divagación existencial
Guardando imagen
lunes, 22 de diciembre de 2008
Todos los autobuses paran aquí
Mejor conservar el misterio
sábado, 13 de diciembre de 2008
Los pordioseros de la belleza
Sept 16 2008,
Hotel Dolomiti, Roma. 4 am
Síntomas
Con una caperuza roja andaba, sin saltar, sin cantar, ni el lalalá más simple, pensando que el capitalismo es tan venenoso como el comunismo. El amor a veces cae como una roca que aplasta a coyotes, salida de la nada, desde el cielo. Las secuelas de ese golpe contundente pueden durarte años, probablemente el resto de tu vida, aunque haya quien diga que todo se pierde en el olvido. El tiempo cura, pero el tiempo no siempre es medicinal. Hay medicinas veneno, eso también es cierto. El problema del amor es cuando el objeto de éste es una persona como Jeckill y Hyde, que te ama y que a la vez quiere alejarse, sin importarle mucho la destrucción. Combina eso con el síndrome de Tom y Jerry, así le llamo a las relaciones con muchas emociones violentas, amor apache, que se van tragando, destruyendo a sí mismas poco a poco, y te van minando, hasta que ya no puedes siquiera mantenerte erguido y te importa un bledo que existan siete enanitos que saquen los diamantes de allí. Llega un momento en el que no quieres salir, pero que también es imposible permanecer adentro. Llegas a la cima, a la punta del Everest de las crisis, y de allí, sinceramente no queda otro camino más que tirarse de cabeza al vacío. No me crees, ya verás si te pasa. Ojalá no te pase, eso no se le desea a nadie. La memoria es selectiva, aunque los problemas hayan estado allí desde un principio, el autoengaño te dice que lo bueno siempre ha sido más constante, que por eso te has mantenido en la relación. No es cierto. Eso es lo que crees. Si llevaras un registro verías que el infierno ha estado allí, al igual que el cielo, en todo momento. Lo ideal del asunto es verdadero como el sueño y tan falso como un billete de cuatro dólares, ilegalmente tierno (ilegal tender). Descubrirás que probablemente también eres un ser disfuncional, uno para el otro, supermán y kriptonita queriendo formar una vida juntos. La función debe continuar. Y bailan, como a la fuerza, un vals en el campo minado, viendo cómo vuela un miembro distinto casi a cada paso, pero aferrados a continuar. Ocasionalmente la razón los visita, pero como buenos maleducados la corren arrojándole macetas vacías (y a veces llenas) a la cabeza. No hay contrato, no hay papeles, es ese tipo de uniones en las que se sigue por mera voluntad, más fuertes que un contrato social, aunque muchas veces uno de los dos sienta que ya no quiere seguir, sigue argumentando que hay mucho cariño allí y que no se puede desperdiciar. Me imagino que siempre hay un momento límite, en el que se acepta haberlo perdido TODO y se decide seguir hasta que la muerte los separe o matar de tajo la relación. Nada es sano, porque no fue sano siquiera al empezar. Se desconfía de todo y de todos en ese momento, hasta de uno mismo. Es la confusión inicial del vendado tras las vueltas y los giros en el juego la gallinita ciega, pero experimentada todos los días, de manera perpetua, sin venda y sin vueltas, más que las de los regresos. O te quedas allí, masoquista de capilla en Iglesia recién inventada o te arrojas, como te dije, al vacío sin paracaídas. Lo más feo es que a estas alturas ya hasta le encontraste buen sabor al sufrimiento, pero a la vez duele insoportablemente. La costumbre es algo más difícil de romper que los principios. Al final el cuento no termina bien porque, como dije, empezó mal.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Un martes 13
Promesas y Don Juan
martes, 9 de diciembre de 2008
Otoño que sabe a invierno
jueves, 4 de diciembre de 2008
El porqué
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Ilusiones en la barra
Donde sólo venden alimentos obtenidos del mar, en un extremo de la barra estilizada, decoración de la década de 1920 en pleno siglo XXI, comen y conversan dos tipos: altos, mediterráneos, latinos, apuestos galanes y fornidos. Llega ante la barra, a dos lugares de distancia de ellos, una rubia natural, bajita, delgada, tan delicada como una canción de cuna, joven y guapa como una muñeca sin tiempo. La chica espera que le lleven el menú. Ocasionalmente lanza miradas a los dos que tiene al lado, para ver si éstas hacen contacto con los ojos de ellos. No pasa nada. Ella ordena su comida, su bebida. Come, bebe y suspira. Decide optar por la táctica última cuando va a la mitad de su segundo plato, cuando le queda un cuarto de su segunda copa de vino: deja caer su servilleta al suelo. Ella espera, espera y luego suspira desesperada, la táctica no produce nada más que un dolor en su corazón. La chica termina sus alimentos y paga; se aleja de allí herida de una forma que ninguna medicina de farmacia puede curar. Los dos tipos se quedan conversando, como dos enamorados, para ellos no ha pasado nada más allá de sus personas. La servilleta negra, tan estilizada de pasado, se queda olvidada en el piso. Un punto más a la cuenta de la derrota.