Las grandes botas de cuero hacen resonar los pasos de Don Juan en la gran sala. Él llega pensando en lo fácil de sus conquistas y en las tres damas que hoy dejó burladas. Todo parece ser más sencillo cuando nada se toma en serio y se eluden los sentimientos. Todo es más probable cuando no se va más allá de la superficie del celo. La gente parece tener ansias de que le mientan por siempre, luego, cuando las cosas terminan mal, gustan de culpar a la surte. Don Juan sonríe y sabe mantener el encanto, mientras clava sus dagas en tu espalda. Yo no soy un santo, ni siquiera soy bueno, y en tu corazón aún no logro nada. Quizás mañana aprenda a mentir y a hacer bien el mal; quizás mañana aprenda a decir que te amo mientras sólo busco un cuerpo que acariciar. Pero eso lo he pensado desde un remoto pasado y nada ha cambiado, sigo siendo el mismo idiota que teme herir y ser herido, ser el que con justicia es acusado. Don Juan sonríe sabiendo que una de sus conquistas me interesaba a mí; esa que con palabras insinceras y sus promesas irreales se adjudicó para sí. Espero que con un poco de fortuna yo pueda encontrar a la mujer que no se deje llevar fácilmente por la seductora voz de un falsario. Pero yo no soy un santo.
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