jueves, 11 de diciembre de 2008

Un martes 13

La reina del Blues se fue apagando con la noche, mientras que el poeta perdido ya no tuvo por quién escribir. Los héroes de antaño se fueron rindiendo, uno a uno, pavimentando con sus viejas corazas el desnivelado camino. “¿En dónde están los valores?”, preguntó el iluso dormido. “De seguro bien guardados en un banco”, fue lo que respondió el exportador cínico, mientras que alguien se lavaba las manos en la sombra. Nada parecía cobrar dimensiones nuevas, todos estaban bien pagados de sí, las letras cambiaban en las letras de cambio; todas las mentiras eran verdades y las verdades sólo eran falsedades. Lo que estaba arriba, bajó; lo que estaba debajo se hizo a un lado. La credibilidad se mezcló con la desesperanza, y el pelotón de Magdalenas lloraba ignorando una razón de peso. La elefantástica amistad de dos adolescentes huyó cuando se enfrentó a la primera adversidad de la mañana y el cobarde decidió hundirse en el alcohol. Los filósofos se fueron vendiendo poco a poco, ya sólo faltaba que el tiempo se dejara de contar, nadie podía detenerlo y a pesar de la incomodidad, nadie lo quería intentar. “El mundo es de quien sabe vanagloriarse efectivamente de sus bajezas (sin importar que éstas sean ficticias)”, decía la pinta en la gran muralla china (¿dónde más cabría un mensaje tan largo?). Un rayo cruzó el horizonte partiendo en dos el cielo, como si de un gran pastel azul se tratara o Moisés confundiendo el mar con el firmamento. Todos se asustaron de repente, pero al asegurarse que nada pasaba, se encogieron de hombros, nada sanforizados, y retomaron sus actividades habituales. Era martes, era 13, y el tiempo no dejó de contar.

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