Donde sólo venden alimentos obtenidos del mar, en un extremo de la barra estilizada, decoración de la década de 1920 en pleno siglo XXI, comen y conversan dos tipos: altos, mediterráneos, latinos, apuestos galanes y fornidos. Llega ante la barra, a dos lugares de distancia de ellos, una rubia natural, bajita, delgada, tan delicada como una canción de cuna, joven y guapa como una muñeca sin tiempo. La chica espera que le lleven el menú. Ocasionalmente lanza miradas a los dos que tiene al lado, para ver si éstas hacen contacto con los ojos de ellos. No pasa nada. Ella ordena su comida, su bebida. Come, bebe y suspira. Decide optar por la táctica última cuando va a la mitad de su segundo plato, cuando le queda un cuarto de su segunda copa de vino: deja caer su servilleta al suelo. Ella espera, espera y luego suspira desesperada, la táctica no produce nada más que un dolor en su corazón. La chica termina sus alimentos y paga; se aleja de allí herida de una forma que ninguna medicina de farmacia puede curar. Los dos tipos se quedan conversando, como dos enamorados, para ellos no ha pasado nada más allá de sus personas. La servilleta negra, tan estilizada de pasado, se queda olvidada en el piso. Un punto más a la cuenta de la derrota.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Ilusiones en la barra
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