martes, 9 de diciembre de 2008

Otoño que sabe a invierno

Me escapo de la lluvia de rocas, con una piedra en cada mano, la conservo porque aún no acepto que exista nadie con más culpas que yo. Los ases se me escaparon de la manga en plena mesa de juego y mis sueños de grandeza se encogieron con el rocío del amanecer (“búscate sueños sanforizados”, me recomendó una vez el dueño de una tintorería, quien sólo bebía vino blanco), y ahora me siento tan solo como el risueño forzado que come sin compañía en restaurantes de segunda, únicamente para poder coquetear con las meseras. Ahora las cosas sólo son graciosas cuando son excesivamente tristes, pues de tanto llorar no me queda de otra más que reír, y realmente carezco de ganas para reírme. La última vez que usé corbata me fue fácil ligar a una bella señorita, pero ambas cosas me sofocan y volví a liberar mi cuello y a escribir historias bajo la luna. Lamento decirle a quien se ilusionó conmigo que me inspira una gran pereza fundar una familia, pero le recuerdo que a la larga, pasaré más noches que ella hundido en el sinsentido de la soledad. A veinte años de distancia los mosqueteros ya buscan el calor del hogar, quieren dejar atrás sus aventuras, no tanto porque les aburran, sino porque ya nada es igual. No se distinguen las cosas que están lejos y los saltos cuestan mucho trabajo. Siento que me quedan bastantes caminos por recorrer, pero creo que ya no quiero recorrerlos. El sol sigue brillando, y seguirá haciendo lo mismo cuando me haya ido. Ya no sueño con conocer a Sócrates en otra vida, pues en esta ya conocí a gente interesante. Mi objetivo es llegar a un lugar de paz. Dije y digo lo que pienso, y me sigo equivocando a cada rato. Tiro las piedras al vacío, pues de nada me sirven ya. Ojalá exista la bruja que tiene el secreto de lo que busco, ojalá y la encuentre pronto; mientras tanto tendré que seguir acabándome bolígrafos y cuadernos para plasmar en tinta mis superficialidades. La gracia salvadora ¿será en tren o en barco?

No hay comentarios: