El mastodóntico amo saca a pasear a su miniatúrico perro, pues no hay mucho lugar en el microscópico departamento del vertiginoso piso 40. Yo los observo tratando de evadirme del momento mientras soy observado ávidamente por un grupo de corruptibles policías. Las cocodrílicas lágrimas brotan de tus precámbricos ojos mientras desclasadamente dices adiós al que indiscriminadamente llamabas amor. Tu ártica sangre fluye por tu raquítico cuerpo, que ahora tiene una primitiva función pero extraordinariamente exclusiva para unas nóveles manos, de alguien que perjuramente jura ser sincronizadamente sincero. Ese alguien que avariciosamente posee tu latídico corazón (y mucho más). Obnubiladamente por la luz incandescente te digo adiós deseándote suerte. Y cuando con parsimonia te alejas los agentes sagaces se acercan sigilosamente a mí para sacarme el dificultoso dinero por haber aparcado puercamente el auto en un lugar estrictamente prohibido. Son gajes desgajados del oficio.
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