Dicen que la verdad estuvo en belén alguna vez, ¿si ya no está allí por qué no buscarla donde ahora se encuentra? Yo conocí a mi verdadero amor en una funeraria, y entonces noté que siempre llego tarde, hasta para encontrar pareja. Todos jugamos a soñar y terminamos soñando que vivimos, ambicionamos quimera y atesoramos sin medida las monedas. Al final todo es oscuridad y, según dicen, despertamos, pero de eso nadie está seguro porque de allí nadie ha regresado. Yo tenía prisa por muchas cosas, y el tiempo me sorprendió vacío; en el ayer quedaron las rosas, la alegría, las mujeres y el vino. Hoy ya nadie me cree capaz de nada, soy completamente inofensivo; un anciano en muy poco se diferencia del recién nacido. Las tareas afanosas terminan siendo nada cuando la vida llega a su término; las cartas y las promesas de amor suelen ser lo que se marchita primero. Sólo me acompañó la costumbre en los últimos días de mi vida, al menos es lo que medio recuerda mi memoria perdida. Supongo que la verdadera verdad nos será revelada, pocos momentos después de que ‘efectuemos el último suspiro’. Yo conocí a mi amor verdadero en una funeraria, llegando tarde hasta para encontrar el afecto. De nada sirvió creer que algo podría cambiar, de nada sirvió luchar por cambiar ese algo; todo pareció una ocupación obligada para rellenar los huecos hasta el final no anunciado. Aprendí a conducir un auto, que ahora no me lleva a ningún lado. Aprendí muchos idiomas que hoy me sirven para un carajo. Con nada llegué y nada me llevo, pero lo que más me duele es haber conocido a mi amor verdadero en una funeraria.
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