jueves, 18 de marzo de 2010

Tristeza

Ah la tristeza. Reflejada en la plástica cabeza de payaso a punto de llorar y con barbas de vagabundo, incrustada como brujería en la antena de radio de un colectivo en la rápida vía. La tristeza es ese marginal que como sea se siente con ganas de encajar, y al que todos le hacen el feo, tal como al pato que un día sería cisne. Que se tizne. El blues del descastado sin cresta. La tristeza es ese pobre ser, de bolsillo y alma, que no encuentra la calma en esta vida, ni en la otra. Es aquella novia amarilla que entrena para venganza y regocijo propios, a futuras mujeres fatales que pretenderá convertir en imposibles amores para inocentes pintores. La tristeza es una película con un mal actor de voz chillona que hace que tus entrañas se remuevan gracias a su lastimero tono y a un efectista guión de tercera. Puede ser también la canción, de violín y bandoneón, que habla de penas tan ajenas a las tuyas, pero feas, y que terminas adjudicándote o creyendo que te han pasado. Puede que sí las hayas vivido, pues al final no hay tantas historias en el mundo. Tristeza es negar tres veces la fe, que te cante un coro de gallos, y seguir creyendo en el Diablo. La tristeza es no tener entereza cuando sopla un ligero viento, breve pedo de Eolo, y allá, lejos, vuela tu integridad de pan integral. Tristeza es buscar que Dios te responda directamente y si llega a hacerlo no notarlo. Tristeza es el final de la película del Dr. Zhivago. Trsiteza es querer estar cerca, pero no estar en ningún lado.

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