Empezar a hablar acerca de sucesos recientes suele inhabilitar el freno de las palabras, entonces -como en las peleas- se dice más de lo que se quiere decir y se tiende a cometer errores quedando un mal sabor y la necesidad de pedir disculpas. La historia es una ciencia exacta, o lo sería si no fuera casi siempre la versión de los vencedores. Cuando las relaciones humanas se contagian del virus de la guerra se llega más rápido a la meta del carajo. Siempre pensé que dos personas que se llevaron bien o que incluso se quisieron, no deberían terminar odiándose; sin embargo ese final es tan común como el mal gusto y la idiotez. Siempre es triste sentir que se termina algo que se pensó tuvo tintes buenos, es más triste cuando parece que todo fue un espejismo, un abuso, mentira y mascarada (o al menos eso se dice en la discusión final... ¿guardar figura?). Guardar figura por parte de ambos bandos, cuando en realidad no había nada que guardar, las cartas estaban sobre la mesa, las manos buenas y aún así las mangas atiborradas de cartas. Se pierden los valores que nos deslumbraban en un principio, y en los últimos días esas características se convierten, como por arte de oscura magia, en defectos insoportables. Rencores, recriminaciones y las faltas magnificadas (incluso las magníficamente grandes). Del amor al odio hay un paso, si es que ambos sentimientos no guardan muchas veces algo del otro, y a veces cuando no son tan fuertes, la línea que los divide es tan tenue que se puede cruzar en cualquier momento. Y si en la furia se habla mucho de más, lo mejor sería callar en la primera fase del enojo y volver a abrir la boca hasta pasada la tormenta, si es que fuera necesario. ¡Pero nah!, somos humanos, y eso dizque nos hace mejores que las bestias. Hablamos de más, insultamos en exceso, nos dolemos y lastimamos, tan fácilmente como respiramos. Bla, bla, bla... para muestra este botón.
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