"'ira wey esa calaca, 'ta chiiiiiida", dijo la mamá a su hijo, que viajaba junto a ella en el autobús, mientras apuntaba su índice a una calavera enorme en la acera, la cual estaba decorada con muchos colores, al igual que otras tantas calaveras exhibidas a lo largo de la avenida con motivo de la inminente celebración de Día de Muertos en la Ciudad de México.
"Sí 'má, 'ta chiiiiiida", respondió a su madre el niño, como de 9 años y medio, aprobando la apreciación estética de su progenitora y agregando: "'ira 'ma es'otra calaca, 'ta chiiiiiida", señalando la siguiente calavera que se vislumbraba en la acera.
"Sí'ijo, tá chiiiiiida", asintió la madre, "'ira es'otra, también 'ta chiiiiiida...".
"Sí 'má, 'ta chiiiiiida. Pero 'ira es'otra, también 'ta chiiiiiida...", dijo el niño.
Ese diálogo no tuvo variación durante las siguientes 32 calaveras en la avenida, hasta que en su turno del responsorio pagano el niño, algo cansado del monótono juego, dijo: "no 'má, esa no'stá chida, ¡hasta parece que la hicistes tú!".
Ese insulto hirió hondo el orgullo de la feliz madre, fue como un trago del vino marca Gólgota, cosecha año 0. La dolida mamá respondió: "¡No seas grosero!", y queriendo cambiar de inmediato la conversación, al ver la Fuente de la Diana Cazadora dijo: "'ira, una vez te traje a esta fuente, ¿te acuerdas?".
Claro que el niño lo recordaba bien, en su memoria estaba bien grabada la impresión de ver una 'ñora encuerada hasta arriba de la fuente, pero con ánimo de seguir jodiendo a su progenitora negó como cualquier Pedro embriagado de poder: "no 'ma, nunca venimos ahí, tú me confundes con otro niño".
La ofensa de la madre se hizo más profunda, porque su supuesto arreglo resultó agravar las cosas. Ahora no sólo estaba ofendida, sino también humillada y encabronada, y le respondió al hijo ingrato con enfado: "¡cómo que te confundo wey!, si eres mi único pinche hijo. Qué pinche grosero eres, 'ora nos regresamos a la casa y no te llevo a las lanchas".
El niño no era borracho que traga fuego (eso lo será en unos 10 años más) y, tras percatarse que se había pasado un poco de la raya, dijo zalamero: "'ira má, esa calaca 'ta chiiiiiida".
La madre de inmediato se conmovió por la dulzura de su pequeño y le respondió: "sí, 'tá bien chiiiiiida... 'ira es'otra también 'ta chiiiiiida...".
Y así siguieron los dos, como si nada feo hubiese pasado entre ellos, chiiiidiando calacas el resto del camino, hasta que llegaron a las lanchas del lago de Chapultepec, donde se divirtieron mucho esa tarde de domingo.
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