No niego que yo le hice la corte, y que ella terminó cortándome.
Lo que me sorprende es que ella siga creyendo todavía en sus trucos de magia verde, que nada tienen que ver con la ecología.
Es una pena el desperdicio de su carisma. Es una pena escuchar sus falsos ideales, como esa humildad que presume y que siempre termina arrastrándote.
Lo siento reina, tengo que salir de tu castillo, pagas muy mal el puesto de bufón.
Cómprate un cocodrilo sin caries para que sigas admirando sonrisas y un barril de orgullos tragados para que guardes en él tus amarguras.
Tú que lees, te diré que no entres en ese castillo, pues el tiempo castiga cruelmente a la reina y en un momento de distracción podrías terminar siendo el inestimado candado de su alcoba apolillada.
Reina, no niego que alguna vez adoré la imagen que representabas tan bien.
Septiembre de 1995
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