viernes, 11 de octubre de 2019

Muerte

Hasta el más valiente le tiene miedo a la muerte; y quien diga lo contrario miente, con o sin sus dientes.
Es porque morir significa entrar a lo más desconocido, quizá a la nada. Es ir al lugar del que solo tenemos propaganda hecha en casa que en el fondo sospechamos mentirosa.
No importa lo que digan las religiones, nadie que "se haya ido" ha regresado para contar la experiencia, que nos cuente lo que hay "del otro lado" (es más, aún se espera el regreso del mesías cristiano ¿no?).
Supongo que en el momento previo al de estirar la pata de colgar los tenis, de entregar el equipo debe perderse la fe por completo, igual se recupera pronto antes de los estertores previos al frío definitivo, pero de menos seguro debe haber un momento de terror, de duda absoluta. ¿Y qué tal que recuperar la fe no represente ningún alivio?
El mártir vocacional y el suicida con convicción, por más que tengan su esperanza puesta en el más allá o quieran liberarse de la decepción absoluta en el más acá, seguro tiemblan en el instante cuando la muerte se les acerca.
El Día de Muertos no es una burla, es la risa nerviosa de un pueblo (celebración que comenzó por recordar a los que "se nos adelantaron" y terminó siendo un intento de homenaje a lo macabro para presumir que se es muy valiente ante la muerte), un pueblo que quiere creer que muerto seguirá viviendo.
De los que santifican a la muerte, mejor ni hablo. Pocas cosas me resultan tan absurdas como la pagana adoración al vacío que se le implora protección.
Igual pienso mucho en que un día moriré, pero por más que me haga la idea de que eso nos pasa a todos, de que es mejor morirse que seguirse muriendo, no dudo que temblaré como gelatina cobarde en el instante previo al último suspiro.
Así es la vida, puede que así sea el paso hacia la muerte.
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