Una joven blanca, completamente vestida de negro, con grandes gafas oscuras que ocultaban casi la mitad de su rostro, se acerca presurosa arrastrando su negra maleta, como el último vagón de un tren que viaja alimentado por furia, y llega hasta la banca de cuatro asientos, dos de los cuales están ocupados por sendos viajeros cansados. Ella le grita exigente y acusadora a uno de ellos (el que se encuentra más cerca de la orilla izquierda de la banca): “¡Oiga!,¿ha visto mi bolsa?” Su tono es tan ofensivo como desesperado. El tipo -quien dejó de lado el libro que antes de ser interrumpido tan groseramente estaba leyendo (un best seller para freír bien sus pocos sesos y poder presumir que lee)- responde bastante sorprendido y temeroso con un tembloroso monosílabo negativo en minúsculas a pesar del punto en el signo de interrogación previo. La joven sale de escena, igual que como llegó: como un torbellino, para volver casi inmediatamente acompañada de un policía. “Le digo que aquí estaba mi bolsa, no pasó ni un minuto que me fui de aquí y me acordé de ella. Regresé y ya no estaba”. El policía llama por radio a sus compañeros y en la llamada despierta al encargado de vigilar lo que las diversas cámaras de video le muestran en pequeños monitores (hay gente a la que le pagan por ver TV). El Gran Hermano de la seguridad, recién despertado, maldice el hecho de tener que revisar las grabaciones de las cámaras para resolver el misterio de la bolsa desvanecida, abducida, tomada y/o robada, como sea. El policía que está con la joven sonríe y trata de calmarla, cada minuto ella está más molesta que los 60 segundos anteriores. De repente, como un magnífico mago en su último acto de la noche, la joven se agacha y saca triunfante de debajo de la banca una bolsa negra, que resulta ser su bolsa ‘perdida’. “¡Oh!, perdone”, le dice ruborizada la oscura chica al gentil policía, “aquí está, ésta es mi bolsa”. El policía le sonríe, pero no se preocupa por disimular su mirada que claramente, en lenguage esféricamente corporal, le dice “estúpida” a la joven y con la voz le comunica a ésta: “no se preocupe señorita, pasa todo el tiempo. Qué bueno que la encontró”. El policía se va a hacer cosas más importantes que prestarle su atención a una loca. La chica toma su bolsa, también la agarradera de su maleta negra y con una cara tan roja como el tomate más saludable le dice al sentado viajero del best seller: “odio cuando me pasa esto”. El viajero le dice con palabras: “a veces sucede”, pero con la mirada le dice: “estúpida”. Ella se va presurosa, aún con la cara roja, que no se ve tan mal combinada con sus negras prendas. El viajero simplemente retoma su lectura hasta que empiece el abordaje del avión que espera. El otro viajero registra su historia en una libreta.
Sept 17 2008. Roma. Inspirado en algo visto en el aeropuerto de Gatewick.
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