martes, 9 de febrero de 2010

Don Nadie

El fulanito gris se plantó en el centro de la concurrida plaza dominguera. Niños con globos, globos con niños, padres con panzas de globos y madres con bustos globosos. Vendedores y gritería. Sol de medio día. El fulanito gris empezó a gritar a todo pulmón, ¡y vaya si su voz era apavarottiosa!, en frases cortas cada cosa que había hecho en los últimos dos días. "Amaneciendo con el radio encendido", "los Beatles siempre son buenos en las mañanas", "desayuno nutritivo", y así, pasando por "la experiencia en el W.C. hoy no es fluida", "ya se me quitó la comezón del ojo izquierdo", "los huevos han subido de precio", el fulanito gris dio los pormenores de su grisácea existencia... o por lo menos eso intentó. A las dos horas de su perorata, antes de llegar al "beso a mi osito de felpa y a dormir", la gente lo abucheó. Le arrojaron todo lo arrojable en una plaza dominguera (nadie se atrevió, sin embargo, a tocar las heces de perros que yacían por allí bronceándose momiosamente) hasta que el pobre fulanito tuvo que abandonar la plaza, embarrado de tomates y caramelos. La gente globera y contenta se sintió aliviada. En la noche, mientas esa gente revisaba regocijada las múltiples novedades en su twitter, en su facebook, o en sus redes sociales, acerca de personas anónimas fuera de esos ámbitos, y actualizaban su propia información, ni siquiera se preguntaron ¿a quién carajos le importa enterarse de la vida de un don nadie?

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