Estar a la mitad. Ni joven, ni viejo, ni ignorante, ni sabio. Ni amante ni amado, un solitario acompañado. Así sabe estar a la mitad, el gusto de la nada. Gracias. Entre la indolencia y el compromiso, entre la verdad y la mentira. Dicen que Dios detesta a los tibios, dicen que incluso los vomita. Ni principiante ni experto, ni cazador ni presa, el de las mil palabras huecas que a pesar de todo nada expresan. Eso es estar a la mitad. Entre la cuna y la tumba, sin gasolina en una carretera, vacío por dentro y seco por fuera. Estar a la mitad. Cuando el éxito te eludió por elecciones erróneas, cuando alguien te compró por una almohada en Sodoma. Los amaneceres pesan por su desesperanza, para quien se hizo adicto al sabor de la nada. Como el beso al aire y la carta no enviada. Como las candentes caricias sobre una piel anestesiada. El homenaje a un muerto, tus gritos bajo el agua. Eso es quedarse a la mitad, viviendo la vida de la nada. El momento en que despiertas suele llegar ya muy tarde, pero ya nadie te querrá, ni siquiera tu madre. Eres una sombra en la penumbra absoluta, planeando imposibles justo a la mitad.
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