martes, 29 de abril de 2008
Pensamiento cursi sin cursivas
Leí, en un libro escrito en un estilo tan parecido al que llamo mío (y que posiblemente por esa razón me quitó por un tiempo el deseo de escribir), que el amor de nuestra vida es aquel con el que no nos casamos. Eso puede explicar mi estado civil actual, mas no el estado geográfico en donde ahora vivo. Si esa frase es cierta, entonces sólo me convenzo más de que la gente no se casa por amor. Con el amor solemos confundir la calentura, el enamoramiento, la locura y la pasión. Por otro lado, personalmente dudo que exista un amor verdadero (de pareja, que el Platónico se vaya mucho al carajo) sin dosis de todo lo anterior. Enrique VIII, de seis esposas, sólo estuvo casado una sola vez por amor, ¿eso nos indica que debemos al menos intentarlo seis veces pasa saber cuál fue la persona correcta? Alguien nos vendió desde hace muchos años la idea del ‘vivieron felices para siempre’, como si el matrimonio fuera una meta, cuando realmente es sólo un inicio, y por creer en esa idea es que las relaciones de pareja se acaban. Otra frase que cala es aquella de “aún el amor infinito se desgasta”, esa la entiendo por el lado de que es un trabajo de dos, y uno solo no puede hacerlo todo; si es así, sólo es cuestión de definir el día para empezar la separación. Igual y alguien se casa con el amor de su vida un soleado día de primavera, con lindos pajarillos cantando y ningún buitre a la vista. Pero diez años después las personas ya no son las mismas, aquella que fue la linda novia dulce e inocente, se convirtió en una linda mujer que conoció la filosofía, en tanto que aquel galante joven sonriente se torno en un bonachón fulano repetitivo y adicto a la tv. Diez años después no son los mismos que se comprometieron ante varias leyes aquel lejano día de primavera, y diez años después ninguno notó cómo es que su pareja se transformó para llegar a ser lo que es en el presente. Desilusión en tonos de gris. Nunca he estado en ese compromiso, y cualquier cosa que diga será hipotética e hipocondríaca, pero creo que si alguna vez me subiera a ese tren, lo haría con la diaria consciencia de no dar nada por hecho y haciendo lo posible para no tener que saltar de él a la mitad de una noche. Espero que si alguna vez lo hago sea por amor, y que por amor al amor no deje yo que se muera. “Palabras, palabras, palabras”, escribió burdamente el Bardo.
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