martes, 29 de julio de 2008
Mujeres de negro
sábado, 26 de julio de 2008
Domingo familiar
Padre e hijo juegan en el parque. Soleado domingo en una mañana con claridad, de esa que odian los que tienen resaca. El pequeño viste con llamativos colores y en su pelota están impresos personajes de moda en la televisión. Para él, su papá es un héroe y en el mundo existe el bien, todo es correcto y los malos siempre pierden. Sabe que es malo decir mentiras, o al menos eso le han enseñado en su casa y en su escuela. Papá viste a la moda, igual que mamá y el pequeño, usa ese tipo de loción cuyo precio de una botella de 150 mililitros podría alimentar a una familia indigente de siete durante sendo número de días. Pero papá no tiene la culpa de esas situaciones, lo que sí tiene es una gran resaca, pues anoche salió de parranda. Sólo que en vez de ir a jugar dominó con sus amigos, tal como le contó a mamá, fue a un bar de table y acabó gastando una buena suma en una rubia rumana más buena que el dinero. Papá le dice a su pequeño que es malo mentir. Mamá viste a la moda y se maquilla como dictan las revistas. Está pensando seriamente en ir con un cirujano plástico para que la plastifique y restire. Para que cumpla el sueño que esas cremas y lociones no le han cumplido. Mamá piensa que de todas las batallas que suelen perder las mujeres, la del tiempo es la más amarga. Ella sabe que papá miente y que gasta mucho dinero en una secretaria joven, pero calla; no por sumisa, sino por conveniencia y resignación. Se miente tanto diciéndose a sí misma: “Total, todos los hombres son iguales”, tal como se lo decía su propia madre, que ya hasta se creyó la historia. Mamá enseña a su hijo que no hay que mentir. Papá abraza al niño con los mismos brazos que anoche ataban a un rubio elixir de la juventud traído de Rumania, besa al niño con la boca que miente. Algún día el pequeño aprenderá a mentir bien, quizá hasta papá lo guíe orgulloso por el camino de la hombría falaz, y orgullosa también estará mamá pues “todos los hombres son iguales”.
El arte del Pokemón
16 de septiembre, el día en que a casi todos los mexicanos les sale lo ‘mexicano’ y celebran su inexistente independencia. Ese día en que realmente creen tener una identidad bebiendo refrescos gringos, vistiendo ropa tradicional mexicana fabricada en China y chocando alcoholizados sus autos importados de Japón o Alemania. Era la hora del 16 de septiembre en que sólo estaban despiertos los fanáticos del ejercicio, los padres de niños pequeños o los insomnes. La inspiración es una mujer llena de caprichos (bien podría ser un hombre, pero su nombre es femenino como el de la dificultad y el de la codependencia) y uno nunca sabe a quién le otorgará sus favores; el gran artista bien puede estar 10 años rogando porque regrese mientras el aprendiz de escritor puede encontrarla sin siquiera buscarla. Sí, su nombre es tan femenino como el de la humanidad. Realmente todo empezó la noche previa, la del 15 de septiembre, Johnathan Pérez, un mecánico de quinta que habitaba en un barrio de décima, donde cada hombre tiene de menos una cicatriz nacida de un encuentro violento y cada mujer tiene una virginidad perdida desde temprana edad, donde la mitad de los perros tienen un mecate podrido anudado alrededor del cuello y la otra mitad busca un escaño político afiliándose al partido en el poder; en ese barrio vivía Johnathan, alias el Pokemón. Él era un hombre cuyas únicas ambiciones eran beber, coger y alburear (no necesariamente en ese orden) y esa noche de 15 de septiembre, tras 17 caballitos, nada cabalísticos, de un tequila tan malo que podría ser un buen diluyente de pintura, y tras tres bolsas de fritangas enchiladas, tuvo una revelación: Necesitaba crear una obra de arte que lo trascendiera. El hombre de manos con perpetuas manchas de grasa y aceite se preguntó de dónde habría salido esa necesidad artística, lo hizo, claro está, con su anquilosado cerebro de aturdidas y siempre etilizadas neuronas. Pero no importaba el cómo, el caso es que tuvo la apremiante necesidad de dejar una huella en la vida a través del arte, de ser trascendido por una obra suya. Ahora el punto era definir qué obra realizar. El Pokemón pasó esa noche en vela, tal como la pasan los febriles enamorados solitarios o los miserables hundidos en deudas impagables. Pensaba que si fuera pintor, pintaría algo que asombraría al mundo, algo mejor que la monalisa; pensaba que si fuera músico haría una canción más famosa que el “chan chan cha chán” de Beethoven; ya de perdida, pensó que si fuera poeta haría un poema más bonito que el de la rosa que se cultiva en mayo o en febrero para un amigo sin cero o que si fuera actor haría una película famosa con muchas mujeres buenas, y no precisamente monjas devotas o sin botas. Johnathan se devanaba los pocos sesos que tenía tratando de buscar una manera de trascender en el arte. Para el mediodía del 16, el ojeroso Pokemón tenía la desesperación reflejada en el rostro. De repente su vejiga le reclamó una impostergable necesidad y al sacar el sarroso bacín que tenía bajo su pulguienta cama, descubrió la solución al problema que le había robado el sueño por toda una noche. Se vistió de inmediato, se puso sus zapatos tenis y, agarrando sus viejos botines de trabajo, salió presuroso de eso que solía llamar casa. En su carrera, Johnathan anudaba las cuerdas de los botines, convirtiéndolos en una especie de boleas gauchas. El Pokemón corrió hasta la avenida más importante de su barrio (que tiene el deshonor de llevar el nombre de un reciente expresidente de dudosa reputación) y una vez allí levantó la cara al cielo, vio con fijeza de halcón los cables de la luz en los cuales estaban posados, como notas en un pentagrama de fondo azul, varios pajarillos. Tal como David ondeó frente a Goliat, el Pokemón empezó a hacer girar sus botines por arriba de su cabeza, y cuando éstos alcanzaron una velocidad suficiente los dejó volar con dirección a los cables. Las aves huyeron despavoridas al ver que un par de hediondos botines volaba como mortífero proyectil hacia ellas. Los zapatos, tan lejanos ya del suelo, se enredaron en los cables de alta tensión y terminaron pendiendo allí, a gran altura, justo a la mitad de la distancia entre los dos postes, rectos e insensibles. Desde entonces, el Pokemón no perdió jamás la oportunidad de mostrar orgulloso su obra urbana a todo aquel que estuviese dispuesto a acompañarlo hasta la larga avenida de infame nombre. Al final la obra realmente sobrepasó al artista, pues el Pokemón murió hace un año en una pelea ‘entre amigos’, discusión que empezó por un partido de futbol y acabó con un puñal bien enterrado en la barriga cervecera del creativo mecánico, pero los zapatos siguen allí colgados. Ars longa, vita brevis.
Antes del naufragio
Tres marineros naufragan en tus tormentas y posiblemente terminarán varados en la isla de tu olvido. Otros tres vendrán a ocupar sus lugares, o quizás sean treinta veces tres o 70 veces 77. Yo no sé nadar y por eso, a estas profundidades de las circunstancias, sólo dependo de mi suerte. De tu clima depende este triple futuro, pero lo más probable es que todos naufraguemos en tu próximo huracán, sin importar cuántos seamos o de cuánta paciencia presumamos. A pesar de que mis aguas se amansaron por ti, no hay rencor ni recriminaciones, quizá sólo fue un ingrato descanso que dudo poder olvidar. Recuerda que a pesar de tus tormentas o de tu belicosa paz, sigo dependiendo de mi suerte porque yo no se nadar. Ignoro qué sucederá al resto pues, francamente, eso me tiene sin cuidado.
Bocanadas
Bocanadas de humo sagrado que se elevan hacia la divinidad creada a través del Otis por un quito piso que busca perder su virginidad. En ocasiones lo más simple resulta ser lo más misterioso. La princesa de los encantos pierde el sentido y cree que la solución está en el sueño de las 37 pastillas. El idiota bulto humano, a pesar de su cronología de cuatro décadas a cuestas, sigue hablando como un niño y se comporta peor que un adulto. Todo es a veces tan claro, sólo se requiere la referencia rogada, o robada (según sea el caso) para que todo encaje en la lógica común y el poeta sea desenvestido y su mente engrose las filas de las masas no reveladas. Tan canalla es ese ladrón como el que por anónima fama y mucho dinero exhibe los secretos de los magos por televisión o el profesor que enseña estrictamente la historia oficial. Pronto me iré y, como la Pompadour, en ese momento empezará a parecer como si nunca hubiese sido. El clímax pasó en el segundo renglón, el resto no es relleno, simplemente son piezas que le dan más curvatura a este círculo cuya estructura aceptada será difícil de encontrar sin la llave que sólo inconsciente podría proporcionar. Para entonces el humo no será divino y se perderá en el aire antes de alcanzar el sexto piso o el séptimo cielo.
Tu ausencia (¿o la mía?)
Miro al cielo gris, cargado de nubes amenazantes que suelen cumplir sus promesas; pero aunque el cielo estuviera despejado mi vida sería de todas maneras un desastre gris, porque no estás tú. Sonrío, de manera automática, porque no hay ninguna gracia; pues la gracia suprema sólo tiene sentido cuando estoy feliz, y sólo estoy completamente feliz a tu lado. Únicamente cuando estás lejos, es que la distancia tiene significado para mí, un dignificado que sobrepasa al del diccionario y duele como las agujas que atacan al que no es faquir. Mi sinrazón sólo tiene encanto cuando hablo contigo. Espero que no pasemos otra vida separados, ignorándonos mutuamente o sometidos por el compromiso. Ojalá que la añoranza no sea la constante que cobije los días que me restan, deseando por siempre que estuvieras aquí. Miro al cielo y realmente el sol es inclemente y directo, pero me resulta opaco y frío, pues para mí no hay nada tan luminoso como tú.
sábado, 19 de julio de 2008
No es válido esperar sin esperanza
Mujeres
Recorta ahora tus propios cabellos, Dalila, pues las columnas ya nada sostienen. A pesar del sol, entre sombras caminamos y las profecías sólo se entienden una vez sucedidos los eventos vaticinados. Aguanta la respiración Ofelia, no tenemos que apresurar lo que está a la distancia de una vuelta de segundero. En la noche perpetua del ladrón creemos que lo único constante es el cambio, pero detrás de las notas y los colores todo es siempre igual. Nada puede protegernos de la lluvia de piedras Magdalena, esas que lanzan los que se creen libres de cúpulas; por eso piénsalo bien antes de lavarle los pies. Cada quien tendrá siempre sus propias visiones, y cada quién será inconsistente consigo dependiendo del tiempo, ¿cómo esperas Judith que estemos todos de acuerdo? No es negativismo pesimista, sino un intento por depurar las presiones que impiden concentrarse en lo único garantizado, porque el resto, como le dijeron a la reina de Saba, es pura vanidad. Y Salomé seguirá bailando.
Amor espectacular
Puede que pienses que el culpable de todo haya sido el ‘creativo’ de la agencia de publicidad encargado del diseño y realización de la campaña; pues él consideró una buena idea utilizar la imagen de un payaso con uniforme de bombero para anunciar seguros contra incendios. “No es cosa de risa”, era la ‘brillante’ frase de la campaña. El creativo no debió tomar las cosas tan a la ligera y sí recordar la naturaleza melancólica de los payasos, así como el hecho de que estos –al igual que las mujeres que abusan del maquillaje– tienen siempre algo que ocultar. El mismo creativo fue quien concibió el ‘original’ concepto de hacer un anuncio de champú con una chica linda, en verdad hay gente creativa, y a algunos les pagan por ello.
No es que el anuncio de los seguros fuera digno de admiración –sólo se trataba de un payaso en primer plano, quien de fondo tenía una casa en llamas y nos decía “No es cosa de risa” –, simplemente esa mañana todos lo vieron porque era ‘algo nuevo’, una breve chispa que iluminaba la gris rutina. Al día siguiente, el anuncio se perdería entre la sobrepoblación de espectaculares que saturaba el cielo de tan importante avenida.
Una vez instalado, el payaso cobró consciencia de su existencia. A su inherente inseguridad payasa, se le sumó un complejo de inferioridad ocasionado por los alegres colores de aquel anuncio de refresco de cola, por el porte valiente y arrojado de un vaquero que recomendaba cigarros (y que en letras muy pequeñas advertía que fumar ‘puede posiblemente llegar a hacer latente la probabilidad de quizás contraer cáncer’).