Como la nube de polvo que se levanta al bajar el ataúd, surgieron los recuerdos cuando se cayó el velo del olvido. Así sucede siempre. Cuando crees que por fin olvidaste, cuando haces consciente la desmemoria, ¡vuelves a acordarte! Quizás el rostro esté un poco borroso, quizás sólo acudan a ti los indefinidos restos de su perfume, igual y de la voz no quede ni rastro, ni quede el eco lejano de un murmullo; pero su esencia está en ti, asolándote como espíritu rebelde que no quiere dejar la vieja mansión, riéndose de los fallidos intentos de cualquier exorcismo. Así, como caracol, llevas a cuestas su lastre. El único orgullo que tienes de esta experiencia, es que fuiste quien tuvo la sensatez suficiente de dar por terminada la destructiva relación, ella se encargó de apagar la luz y clausurar definitivamente las puertas. Todo estaría bien si tú hubieses estado totalmente seguro antes de partir. Uno debe primero armarse de certidumbre y luego tomar el camino sin retorno. Tu orgullo se va reduciendo a la nada ahora que la vuelves a llamar, con un pretexto ridículo. Ella, triunfadora y con el ego rumbo a las estrellas, se niega a verte. Es duro descubrir que ella no te necesita, que ya no requiere ni de tu admiración. ¿Quién iba a pensar que tu partida era todo lo que necesitaba para convertirse en una verdadera mujer? Los días pasarán y su recuerdo tendrá más fuerza, cada vez más borroso, pero más intenso. Para ella serás sólo una experiencia, mientras que para ti será la derrota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario