El marinero se puso los motines en las manos, hacía mucho frío en la ciudad, y como cuidado extra envolvió su cuello en una bufanda de lana. Calzó su gruesas batas y salió a la calle que ordena silencio. Allí afuera, el desafiante desfile de personas impersonales no tenía ni fin ni finalidad, todos parecían andar sin rumbo fijo; pero no importa hacia dónde vayas, siempre llegarás a algún destino, esté escrito o no. El marinero encendió un cigarro con insultos y provocaciones, luego decidió sentarse en una taza de café, al lado de un pavo real que lucía orgulloso sus estilográficas. Sonó su teléfono, y tras quitarle toda mucosidad contestó. “Aló mejor ¿quién es?”, preguntó con voz de barítono carente de tono y le contestó una respuesta sin pregunta específica de nadie en realidad, o por lo menos alguien que no importa ni exporta. Molesto el marinero, sacó de una bolsa de su abrigo de intemperie un zumo cuidado al que tenía demasiado cariño, y mientras bebía, contemplaba a la gente sin temple que desfilaba ante él. “¡Cómo me gustaría verla de nuevo!”, pensó el marinero respecto a un viejo amor despasado remoto sin control, “y saber cómo lucirá en el futuro la mujer que ahora elija”. En lo que apuraba sin prisa su zumo cuidado, sacó de su cartera una carta de aquel viejo amor en que iba adjunta, pero separada, una foto sin luz. Suspiró sin darse respiro y regresó esa memoria que no moría. “No es válido esperar sin esperanza”, se dijo para luego ponerse de pie y desfilar ente las impersonales personas y encontrar lo que declaradamente decía no buscar. El viento del Norte, como de costumbre, siguió soplando hacia el Sur.
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