viernes, 11 de julio de 2008

Soy muy feliz

Era delgada y pálida, sin embargo tenía un cuerpo sinuoso resultaba demasiado agradables a cualquier vista. Era de estatura mediana, guapa y joven, en ella no se asomaba la vejez ni siquiera como un esbozo. Tenía el corazón roto, sin duda, pues tanta felicidad presumida no podía ser normal. Siempre reía y saltaba, como niña emocionada. Nos habíamos topado varias veces en la calle, sólo dos cuadras separaban nuestras viviendas, sin embargo, hasta esa noche, la lejanía que experimentábamos era como la dos galaxias, una a cada extremo del universo. Entré al McDonald’s de la esquina por cualquier cosa para aplacar el hambre. Ella estaba allí, jugando con su cajita feliz, no había nadie más, excepto dos empleados que gustaban de coquetear entre sí. Ella y yo nos saludamos con un levantamiento de cejas como suelen hacerlo los extraños desconocidos, pero algo familiares. Era casi medianoche. “Quiero sentirme una cerda”, me dijo cuando se acercó a mi mesa y le dio una mordida a su hamburguesa. Sonrió y se sentó junto a mí. No hablamos de nada, silencio absoluto por un buen rato. De repente me preguntó: “¿te gusta Fellini?” Yo no entendí su pregunta y sólo me limité a negar con la cabeza. Esa noche yo ansiaba compañía. Ella termino su hamburguesa y retiró mi comida para arrojarla a la basura. “Vamos”, me dijo y jalándome del saco me sacó de allí. Llovía a cántaros. Atravesamos la avenida y dimos vuelta en la esquina de su calle. Reía a carcajadas en lo que nos mojábamos y golpeaba mis costillas con la punta de sus dedos. Me dolía, sólo pudo arrancarme una sonrisa. Llegamos hasta la puerta del edificio donde ella vivía y me preguntó si me gustaba. Sólo asentí. Ella me besó, enredando su lengua con la mía. Después subimos por un viejo elevador hasta el séptimo piso, acariciándonos furtivamente, aunque no hubiera necesidad de ello. Llegamos a la entrada de su departamento, abrió la puerta y me jaló hacia dentro. Nuestro camino quedaba marcado por el agua que chorreábamos. Rió y me volvió a besar. Nos acariciamos un momento, de nuevo. Me quitó el sacó y yo le quité su suéter ensopado. Entré al baño, ella fue hacia la ventana, la abrió y miró a la calle. Yo observaba su reflejo en el espejo que cerraba al botiquín. “Soy muy feliz”, dijo mientras se arreglaba un poco el cabello y mantenía la vista fija en un anuncio de neón. Coca cola es la chispa de la vida. Cuando yo salía del baño la vi saltar sin hacer ruido. Me detuve hasta que el silencio fue interrumpido por un golpe seco en la lejanía. Tomé mi saco y salí de allí, cuidando de cerrar bien la puerta. Es obvio que no nos volvimos a ver nunca más.

1 comentario:

Bizomáticas dijo...

Mauri, me encantó esta captura, ruptura, sutura, el amor puede ser eso, irse, saltar, morir, dejar.
Abraxo Gute