sábado, 2 de agosto de 2008

Emancipación y decadencia

En la cima de la montaña huraña una araña teje el destino alrededor de la quietud de tus frías acciones sin mercado aplicadas a tus Romeos de fuego, mientras tus caballeros andantes, amantes, se derriten por un deseo oscuro e insatisfecho. Las cuerdas de tus marionetas estetas se rompen como botellas de rompope monacal fuera del convento convexo de tu irreligión. Un ladrón fue crucificado junto a su señor y tú esperas que no desesperen tus pretendientes y se queden hasta quedarse sin dientes; ellos en nada te entienden cuando imaginas maravilla en tierras extrañas que no existen. Pero tú tampoco te mueves, sólo conmueves y excitas con éxito sembrando frustraciones y futuros desamores amargos, que sabrán rancios con la leche del destiempo de mañana sin maña, donde se rezarán resignaciones originadas por los insignificantes instantes en que ellos, los amantes de antes, se dedicarán a voltear hacia atrás sin más remedio para ver tu mal recuerdo y alegrarse de haber roto las candentes cadenas cardenalicias de tu oscuro deseo. Con frío de río deshielándose pagaste sus fervorosos regalos sin otorgarles demasiados favores y ninguna de tus gracias, que al final serán desgracias y una pérdida absolutamente disoluta de tus segundos disueltos y de tus horas doradas, dedicadas a tu completa autoadoración. Todos quedarán como mudas estatuas estatales cuando les digas que no los quisiste. Tu infelicidad crónica es contagiosa y aguda, clavada como aguja en el corazón de cada iluso que te ama. El león no es como lo pintan y tú no eres quien pretendes. Ellos se recuperarán, tú no. Estas son pálidas palabras de lo que pasa y pasará cuando tu tiempo se pasado.

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