lunes, 25 de agosto de 2008

Que hable ahora o que calle para siempre

Soleado día de primavera, ¿por qué el muy desgraciado tenía que elegir un día tan bello?, ¿por qué Dios le concedió la gracia de un día así? Lo recordará con el cielo azul y el sol radiante. Ella estaba sentada en la cuarta banca de la izquierda, justo detrás de los familiares de la novia, así que lo que se proponía decir saldría justo de la zona en la que haría más daño. Estaba convencida de que él la amaba a ella y no a la mujer que ese día vestía de blanco y caminaba por el pasillo, nerviosa y orgullosa a la vez, rumbo al altar. Ella sabía que él estaba haciendo esto por una mezcla de capricho y compromiso, pues le había dicho más de mil veces: Yo a quien amo es a ti, y te lo digo con toda mi sinceridad. A lo que ella le contestó otras tantas veces: ¿entonces por qué te casas con ella y no conmigo? Y él siempre le respondía: porque tengo que hacerlo. Ella pensó que él desistiría al final, pero ya ves, hoy es el día de la boda, y ella está allí, en la cuarta banca de la izquierda, sintiendo náuseas y esperando el momento para hablar ahora y no callar para siempre. Pero justo cuando el sacerdote lanza tan resabida pregunta, ella toma sus cosas y se larga del templo. Hay veces que pesa más el pudor que el supuesto amor.

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