Dos temporales sin tiempo, atorados como un toro en la orilla de una villa. Ignoro cómo llegué a esto, sólo sé que todo empezó cuando dudé de Dios por creer en ti. Entonces las nubes dejaron de ser algodones flotantes para convertirse en visible humedad suspendida, fue cuando tus llegadas se convirtieron en una despedida prolongada. A lo mejor, peor quizás, se deba al cambio de la pluma con la que escribo o a la guerra que los diarios describen, pero las sombras me parecen más oscuras y las ilusiones comienzan a escasear. Lo único que aprendí a tocar fue tu piel y las puertas, lo único que supe afinar fue tu órgano de catedral. Me pregunto si alguna vez quise realmente la manzana o sólo la probé porque se supone que es lo que todos debemos hacer. “Soy totalmente pocilga”, digo como pulga al ver desfilar la moda en absurdas publicidades televisivas. Lo único que ha madurado en mí es mi indiferencia hacia los extraños y por lo que mañana será historia. Mi cometa jamás se elevó más allá de los tres metros, sin importar que soplase mucho viento; viento que se pudo haber llevado todo menos tu recuerdo, el cual me esfuerzo en olvidar, vanidad de vanidades y sólo vanidad, todo en vano. Mientras me acusas de ser el abogado del diablo por decir lo que pienso, por dudar lo que dudo y creer lo que creo, que es poco en realidad. Ya ni siquiera tengo maletas porque no se permite el equipaje en el lugar que me falta visitar, en el fondo espero que ese destino sea ningún lugar. La estación está en desorden, el tren no tiene horario, dicen que llegará como los ladrones o como el fin del mundo. Yo lo esperaré recitando el diccionario.
sábado, 16 de agosto de 2008
Esperando
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