Ella no había sido la primera. No se separaron por nada extraordinario. La historia de ambos, como todas las historias, incluyendo las histéricas, tuvo un final. Así, nada más, ella se fue y él cerró la puerta por dentro. No transcurrieron muchos días cuando él empezó a añorarla, recordando sólo lo bueno, lo positivo; hasta que olvidó por completo el porqué de sus separación, haciendo del rompimiento el mayor misterio del mundo para él. Lo primero en desaparecer fue el auto. Nada insólito si se toma en cuenta la inseguridad de la ciudad. Lo reportó robado y jamás fue encontrado. Cosa de todos los días, a cualquiera le pasa. Decidió no reponerlo y volver a caminar, pensó que le haría bien. Después fueron los amigos, poco a poco se perdieron. Los números telefónicos que tenía en su agenda ya pertenecían a puros desconocidos y nadie pasaba ya por su casa. Siguió mecánicamente con su vida, o con lo que le fue quedando de ella. Una mañana, su casa amaneció sin espejos. La siguiente desaparición fueron los muebles y una tarde, a su regreso del trabajo, donde solía estar su casa encontró un enorme terreno baldío, lleno de mala hierba que al parecer llevaba mucho tiempo enraizada. No se estaba volviendo loco, la dirección era la misma, los vecinos también, pero nadie parecía reconocerlo. Vivió bajo un puente. Su trabajo también se había esfumado, ya no tenía caso pagarle a un compositor para quien las notas desaparecen. Comenzó a mendigar para mantenerse entretenido. Se le fugó el interés. Sus recuerdos se fueron desvaneciendo hasta que su memoria no dibujaba el rostro de ella y sus labios no evocaban su nombre ni en sueños. Una mañana de abril sintió un agudo dolor en su pecho y fue llevado de emergencia a un hospital de beneficencia. Los médicos que lo atendieron no creían lo que atestiguaban: al vagabundo adolorido le faltaba el corazón. El caso se hizo famoso, un hombre ‘vivo’, aparentemente sano, que en vez del músculo vital tenía un hueco. Nada, sólo vacío. No lo pudieron certificar como muerto, pues el tipo respiraba, se movía y pensaba; sólo le faltaba el corazón. A partir de entonces ya nada desapareció. Un inteligente empresario circense lo contrató. Ahora cualquiera que tiene suerte (y que pague el boleto), podrá asistir al circo, cuando éste se encuentre cerca, y mirar al hombre que no tiene corazón.
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