martes, 30 de septiembre de 2008
Uno más
lunes, 29 de septiembre de 2008
Resignación
Ayer la esperanza de muchos colores, hoy la resignación en un solo tono de gris, mucho pudo ser, el destino prometía, pero a la larga nada pasó. Tu voz solía encantar a mil serpientes que en ensueños podía correr, pero el encanto se acaba y tarde o temprano se descubre la verdad. Ayer tu cariño era un sol, hoy sólo queda un témpano de invierno, tan aturdido estoy que no distingo la derecha de la quebrada. Igual estoy pagando un error de otra vida, igual es el costo para entrar a algún paraíso sin policías. Tirando la primera piedra escondo la mano y registro lo que por pudor callamos. Ayer tu conversación, hoy el silencio de cuatro paredes desnudas. Si no pude alcanzar tu amor no quiero conformarme con tu desprecio. Mis manos que solían ser expertas en tocarte hoy se encuentran aturdidas y ateridas. Nada debe lograse a la fuerza, y de entre todo, menos debe obligarse a la compañía. Un adiós antes de perderme, mi última oportunidad para que me pidas quedarme. Ayer el esplendor de las estrellas, hoy el simple canto de un gallo, negándome lo que yo mismo me negué. No me gusta vivir de recuerdos, perdido en los laberintos del pasado, y sin embargo no siento tener presente sin ti. Un intento más o si no el último clavo, para empezar la carrera hacia la resignación.
domingo, 28 de septiembre de 2008
De la felicidad compartida
Era una casa (no como el hogar que siempre he querido, sino como las casas que siempre he tenido) y alguien llamaba a la puerta: “¡puerta!, ¡puerta!, ¿en dónde estás?” Nadie contestaba: “las puertas no pueden contestar, sólo saben abrirse o cerrarse como las piernas de ciertas mujeres con intereses especiales”. Alguien se molestó mucho con nadie por el tono metafórico y misógino que tuvo la respuesta, pero más le molestaba no saber qué contestar. Como suele suceder en este tipo de discusiones, en las que se dicen cosas que tienen como finalidad lastimar a otra persona, alguien se traga el enojo y se queda con la boca cerrada. Nadie dijo: “¡ahí tienes, la puertas pueden permanecer tal y como ahora está tu boca. Lástima que ésta no sea como las puertas que se abren sólo cuando uno lo desea”. Nadie se percató que habló de más y que no había tomado ninguna precaución, mientras alguien incrementaba mudamente su rencor, una persona abrió la puerta y dijo: “lo escuché todo, ¿acaso soy el responsable de las llaves de esta casa que nadie se empeña en convertir en hogar?” Alguien se sintió aliviado, nadie se sintió molesto y una persona tomó asiento. “No entiendo cómo te gustan los sedimentos de té y no lo bebes como todos los demás”, nadie dijo tratando de hacer sentir mal a una persona. “El resto me lo tomo igual que el asiento”, respondió una persona mientas alguien sonreía. Era grato atestiguar que una persona puede lograr lo que a alguien le resulta imposible, y llegar hasta el grado de lastimar a nadie. “No entiendo por qué nos empeñamos a vivir bajo el mismo techo, si ni siquiera nos soportamos”, dijo una persona a las otras dos. Nadie dijo: “esto es más absurdo que permanecer encerrado un domingo soleado de primavera, esperando una llamada que no tiene trazas de que será realizada”, y luego pidió a una persona que abriera la puerta. Lanzando dagas con los ojos (algo realmente difícil de hacer, pues la mayoría no podemos ni siquiera sostener un cuchillo con los párpados) nadie se fue para siempre de allí y una persona se quedó a vivir con alguien. Nadie pudo ser feliz, alguien lo pudo ser con sólo una persona; sin embargo la costumbre es más fuerte que alguien o que una persona.
sábado, 27 de septiembre de 2008
La compañía
El llanero solitario tenía a su indio y posiblemente un gran parásito en las tripas. El indio se llamaba Toro, o Tonto, o igual era las dos cosas. Dicen que el quijote tenía a su Sancho Panza, con prominente barriga según lo pintan. No importa que ambos lacayos supieran que sus jefes estaban locos, lo importante era hacerse compañía para conversar. Yo he ido a algunas partes pero me tengo que guardar las conversaciones o escribirlas, como lo hago ahora, porque no tengo escudero, excusa, disculpa, ni perro que me ladre. París fue un buen lugar, y aunque estuve algunos momentos con un buen alemán que me sirvió de guía y con una mujer más buena que el alemán, estuve realmente solo, como lo he estado siempre que viajo. Lo que pudiera preocupar es que quizás ya me acostumbré a la compañía mía que sólo yo me proporciono, y por eso ya ni siquiera puedo tener amistades esporádicas. Esto es preocupante por un pequeño detalle: estoy comenzando a aburrirme de mí. Todo iba bien mientras me sentía una persona interesante. Las lecturas me distraían gratamente y las películas eran valiosas fugas momentáneas. Ahora ya no hay autores que me sorprendan como antes (y no creo haber leído tanto como pudiera pensarse) y las películas me parecen variaciones del mismo guión. Por otro lado, parece que al fin me conocí y con eso perdí mi capacidad de sorpresa. ¡Está bien! Si tuviera un Tonto o un Sancho Panza, una Julieta o una Otela, las cosas podrían ser peor, estaríamos dos a disgusto en vez de sólo uno. ¿Para qué buscar ya un socio o una compañera?, ¿para conseguir un chivo expiatorio que lave mis frustraciones?, ¿para tener a quien poder recriminar por teléfono?, ¿para competir con alguien y descubrir quién tiene el grito más elevado del vecindario?, ¿alguien para medir fuerzas y voluntades y saber qué tanto podemos aguantar antes de de caer en la violencia verbal y luego en la física? Hay que tener cuidado porque el egoísmo prolongado puede ocasionar la pérdida de la capacidad de amar. Otro problema es que cada vez me produce más pereza conocer a alguien (para lo que sea). Ya no se me ocurre qué decir después del primer “hola”. Y la verdad eso me tiene sin cuidado. ¿Me convertí en lo que temía? Pavor me daba ser un materialista aislado del mundo, centrado en sus posesiones más que en sus posiciones. No, realmente no soy el Jeckyl de ese Hyde (igual soy el Hyde del Jeckyl). No soy tan materialista, sólo un comodino indolente que se queja en su pasividad, pero que no quiere ya dar ningún paso. Me la paso pasando en el juego de la vida. Aún podría despertar de nuevo, reinventarme otra vez, aunque no estoy convencido de ello, pero ya también me cansé de estar dormido. No hay sangre ni vino que puedan redimirme de este tedio, no hay cielo ni infierno que me motiven o asusten. Es el vacío con todo, o la nada llena, da igual. ¿Dónde estamos ahora? ¿Qué sigue? Ya ni la curiosidad me alienta. Mi voz suena cansada. Hay cada vez menos qué decir. Me creí hasta mis mentiras y ahora ya no puedo creer. No puedo dejar de pensar en Dios, pero ¿hasta cuándo se mantendrán apilados los guijarros de mi fe? Esto me recuerda a la estación de trenes de Torreón, pero con la diferencia que entonces conocía la hora aproximada en la que llegaría el último tren. Bien, tengo el boleto en la mano, por lo menos eso creo, veamos qué tan lejos llega mi paciencia. El cielo comienza a nublarse, iré a protegerme antes de que empiece la tormenta. ¿Cuánto tardará en llegar el tren? Si ves en los clasificados un anuncio que solicite Toros, Tontos o Sanchos, no lo respondas, lo más seguro es que se trate de un potencial ladrón de tu tiempo.
viernes, 26 de septiembre de 2008
Breve teoría de la negatividad
Sentado en donde no hay tiempo, en un sitio que no ocupa ningún espacio. Esperando a nadie, aguardando nada. Todo es una negativa multiforme. Nada por aquí, nada por allá. Nadie te espera. Ni siquiera existes, y sin embargo dudas que eres. No leas mis mensajes al revés, nada es concreto, ni siquiera lo que ves.
Madurez
La mayor parte del tiempo la gente está muy ocupada como para hacer caso a sus sueños (no se diga para esforzarse en hacer realidad sus ilusiones). La escuela nos enseña a ser productivos y nos corrige esas infantiles ansias de querer caminar sobre las nubes. Nos forma y nos hace prácticos para terminar ansiando el éxito masivo que se nos inculca. Pero de repente volcamos nuestra admiración hacia aquellos que, habiendo dejado de ser niños cronológicamente, nos cuentan que saben caminar sobre las nubes. Ellos se convierten en el recuerdo materializado de lo que soñamos alguna vez; y nosotros, para justificar la frustración, nos autoengañamos diciéndonos que esas personas son muy especiales, que tienen un don y que son genios. El don creo que lo tenemos todos, pero estamos demasiado ocupados como para hacer caso a eso.
jueves, 25 de septiembre de 2008
No me gusta enamorarme
No me gusta enamorarme porque el proceso de recuperación es lento y doloroso, porque no se garantiza que las cicatrices cierren del todo, porque no me va bien ni en el juego ni en el amor. No me gusta enamorarme porque es una apuesta que pierdo de antemano, no sé cómo me las arreglo para que todo me explote en las manos, puede que aunque no lo admita ya esté acostumbrado a mi soledad. No me gusta enamorarme porque es un ensueño del que tarde o temprano despierto, porque no soy buen oponente en ese tipo de encuentros, porque siempre se espera que yo sea otro, no me gusta porque en ello nunca he encontrado equilibrio. Es un laberinto en el que siempre me toca pelear con minotauros salidos de nichos sagrados, porque las migajas que dejo para mi regreso siempre se las tragan los pájaros o termino tragando migajas de otros. No me gusta enamorarme y, sin embargo, es una trampa en la que siempre caigo, no hay cera que me impida escuchar el canto de las sirenas, ni poste al que me pueda atar. No me gusta enamorarme, pero aunque sólo puede ser cuestión de tiempo para que me vuelva a equivocar, creo que me volvería a enamorar.
El asalto perpetuo
“Arriba las manos en la masa”, dijo gravemente el asaltante asalariado cuando entró a robar la panadería sin gravedad. Los apantallados panaderos se pandearon obedientes y arrojaron sus bollos al bello suelo. “Que nadie se pase de listo”, remarcó el asaltante junto a una pintura sin marco. Y todos fingieron ser más estúpidos de lo que eran. “Coloquen todos los corolarios en el costal”, ordenó castamente el asaltante mientras recordaba a la novelesca novia que le dijo que no. Todo parecía el vivo cuadro de una naturaleza muerta. En sigiloso silencio, aunque callaban su escándalo, los bienes mal habidos giraron a malas manos bien cuidadas, demostrando así que por alguna razón lógica el dinero suele acuñarse en monedas redondas. El jefe de los panaderos era un fakir cansado de las farsas, y al descubrir que todo esto era sólo un medio para gastar tinta, papel y tiempo, se concentró centralmente y ordenó a los músculos moluscosos de una mano que se cansaran secamente de inmediato. Y así sucedió, el asaltante se quedó para siempre robando la panadería sin conclusión alguna. Sólo una laguna y una mano engarrotada por una fantástica maldición que evocó un personaje mal pensado.
Despertar (contemplando el desperdicio)
El poema ajeno entregado a tus manos indica que tu brújula no apuntaba realmente a ninguna dirección. Y ahora no vale la pena ni salir en busca del tiempo perdido. Sólo hojas nuevas para comenzar otras historias. No hay vacaciones en la escuela de la vida, y comienzas a cansarte de de no aprobar el mismo curso. El arrullo de los aplausos y los destinos esclavos aún te seducen, sólo es cosa de despertar otra vez al instinto soñador. Cualquiera puede ser un cualquiera, y a veces te esfuerzas demasiado en serlo. Para comer hay que ser como los demás o ser muy muy especial, a la mitad se quedan los perdidos, los tibios vomitados por Dios, las sombras cuyas vidas dieron lo mismo. Las personas ordinarias admiran a los malabaristas de palabras, el amor no es el verdadero motor de la vida; ojalá pudiera ahorrarte la mitad del camino, pero estoy tan perdido como tú. Regresemos a contar estrellas y a descubrir ecos luminosos de lo que hace mucho dejó de ser; ser o no ser es quizá el dilema, la vida es sueño y tal vez un día despertaremos. Sólo una burbuja que se reventó a la mitad de su ilusión.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Un mundo feo
Con el poder de las flores despreciadas, a 110 kilómetros por hora, el mismo día en que un mercenario se convirtió en santo con todo el descaro, te busqué donde siempre y sólo encontré una calle demasiado reconocida y muchos rostros borrosos en la TV, mientras alguien me intentó vender la foto de la mujer que no estaba allí, un vil fantasma de la ópera anémica, quien por un amor impropio intentó hacer gargarismos con ácido. 22 tipos perseguían un balón y yo escribía con sangre, que por inmadura no es azul y por indolente no es negra. He omitido muchas cosas que pasaron en tu ausencia, pero para qué hablar del que amenazó con tirar a su hijo desde el alto edificio o del cincuentón que mató a sus padres con pedazos de silla porque éstos, sordomudos, le confesaron a gritos de manotazos que él era adoptado. El mundo ya es muy feo sin que tenga que mencionar lo que sucede en él, pero es horrendo en tu ausencia.
Una pareja conversa
El mundo de las charlas de los viejos, se asombran de aquello que para las nuevas generaciones es lo normal, lo cotidiano. Parecen olvidar que cuando ellos fueron jóvenes, también escandalizaron. Ahora sus recuerdos son con tinte ocre de nostalgia y huelen a naftalina. Visten ropas que les parecen juveniles, y que en realidad son tan modernas como sus añejas ideas. La mujer del grupo, antes una belleza, muestra los surcos que dejaron las sonrisas y los años en su cara, su acompañante ya no está planeando la estrategia para llevársela a la cama. La lujuria también acumula polvo, y para ellos es una vieja leyenda. Voces que se escuchan huecas, frases repetitivas, temblores que no son ocasionados por el nerviosismo. Por ahí se dice que “si tenemos suerte”, todos vamos a acabar así.
Dos en espera del bus
Dos niños gordos como budas felices esperando la llegada del bus, sentados en el suelo con la mirada perdida en un horizonte de concreto y smog. Las roturas actuales de sus dos corazones no son nada en comparación con lo que el destino les depara a la vuelta de una no muy lejana esquina. Gran parte de lo que ahora aprenden de forma académica y sistemática no les servirá para maldita la cosa. Uno terminará levantando valencianas de pantalones, no en España sino en el departamento de caballeros de una explotadora tienda del verdadero tercer mundo. El otro buscará el dinero fácil y terminará siendo un peón relleno de plomo, chivo expiatorio de unos amos de gran poder ilegal. Por eso les conviene no soñar mucho y seguir así sentados como dos budas felices, con miradas perdidas en lo que llega un bus.
sábado, 13 de septiembre de 2008
Luna rota
viernes, 12 de septiembre de 2008
Sentimientos asentados
sábado, 6 de septiembre de 2008
Voy por cigarros
“Voy por cigarros”, dijo y cerró la puerta. Jamás volvió. Lo buscaron en el lugar de la abuela que vuela, donde lo rancio y pasado sólo por ser viejo es considerado ‘clásico’. Un clásico idiota. Lo buscaron en un puerto sin mar y en el tugurio del mal augurio; en el edificio sin tiempo y en la ciudad del estrés, cualquier ciudad que se precie de serlo desborda estrés, a la una, a las dos y a todas horas. Lo buscaron en la montaña artificial de aventuras dosificadas, empaquetadas, y en los lentos rápidos de agua clorada. Lo buscaron en los brazos vacíos de sus viejas amantes y en la mirada descarada de la Maleva de San Telmo. Lo dieron por muerto. “Voy por cigarros”, dijo el mismo día que pensó que su vida no era realmente suya, que la curiosidad murió cuando cambió sus tiendas de campaña por una casa de ladrillos construida por un práctico cerdo. La perdió el día en que su aerostático globo se llenó de lustrosos niños lastrosos y lloraba en silencio, sin lágrimas; el día en que su egoísmo fue enterrado por las arenas de un autoconvencimiento con fines ilusorios. Había que ser excelente. Perdió su vida el día en que confundió la felicidad con lo que se dice que debe ser. El final empezó cuando el sexo fue maquinal, cuando la sal sabía a papel blanco y los besos ya no tenían electricidad, cuando le importó un carajo lo que salía de boca de su esposa, cuando la puerta no estaba allí para impedir la entrada sino para no dejar salir. El día en que ya no lo calentaba el sol, sino la hoguera de Juana de Arco. Todo le dio asco y terror, hasta el momento que sin haberlo planeado dijo: “Voy por cigarros”, y después de cerrar la puerta por fuera jamás volvió.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
El parque
Ignoro cuántos primeros pasos se han dado aquí, cuántos niños hicieron sus primeros descubrimientos y cuántos ancianos han dado sus últimos pasos; cuántos enamorados descubrieron en este sitio el universo que se abre con el primer beso. Cuántos recuerdos se forjaron aquí y cuántos momentos que la gente preferiría olvidar. A pesar de todos los recuerdos que se crean en este parque, a pesar de que si me esforzara un poquito podría llenar hojas y hojas de mis memorias, realmente en este lugar siempre me acuerdo de ti. Sé que aquí te dije que te amo, nada original pues en este lugar muchos habrían dicho lo mismo. Sé que aquí sentí más de tres veces que era la última vez que te vería, y sin embargo nos volvimos a ver. Recuerdo la vez del taxi, con tus cajas, recuerdo también la vez que dijiste que lo nuestro carecía de futuro (quizá no en esas palabras, pero así lo entendí), recuerdo cuando dijiste que esperabas un hijo y la primera vez que lo vi. Recuerdo que aquí solucionamos una de nuestras mayores diferencias. Recuerdo haber sentido aquí mismo que mi sombrero de trucos estaba ya vacío y que también se me habían acabado los ases en la manga. Cuando más sentía eso, sin habértelo mencionado, tú me dijiste lo contrario. Lamento decir que si alguna vez hubo aquí un beso, lo he olvidado. Siento a este sitio como el lugar de los adioses y de los holas; de abrazos y de lágrimas, de noticias que podían construir monumentos de esperanza en el alma y de frases que los destruían hasta sus cimientos sin dejar siquiera ruinas. Hoy quise venir sin esperar encontrarte, pero de todas maneras te encuentro. Tengo la sospecha de que si algún día pierdo la memoria, no podré perder esos recuerdos.
martes, 2 de septiembre de 2008
El viejo del saxofón golpeado
El saxofonista anciano de Prado Norte, (con su saxofón golpeado como cualquier digno representanta de una economía terrenal) caminaba por una de las calles en apariencia más pudientes de esta contaminada ciudad, pero no te dejes engañar, la pudiente calle es en su mayoría maquillaje y oropel, con jóvenes profesionistas que simulan ser exitosos, tal como ven el éxito representado en las películas de Estados Unidos, o ‘americanas’, como les dicen los muy idiotas, esos jóvenes profesionales que tienen algo, y que todo lo que tienen lo tienen gracias a deudas que ya hace mucho sobrepasaron sus cogotes. El saxofonista es viejo, no tiene tampoco nada de profesional ni de globalizado, quizás sólo su barriga con parásitos, no sé qué edad tenga, pero el hambre envejece más que los años (abre bien los ojos y compruébalo), su rostro repleto de arrugas me recuerda esa tierra árida que durante tres años no ha tenido ni un leve encuentro con la lluvia. El viejo camina, calle tras calle, gastando con cada paso sus ya muy desgastados huaraches de suela de llanta radial (de una marca que se anuncia en las carreras de Fórmula 1, en Europa y en el continente Americano), va para interpretar sus desafinadas y arrítmicas melodías que resultarán tan irreconocibles como repulsivas para cualquiera. Va rumbo a uno de los muchos restaurantes con mesas sobre las aceras, ubicados en el pasaje de falso lujo, llamados ‘bistros’ porque es la moda arribista. Cuando el viejo casi llega a su lugar acostumbrado para iniciar su tradicional repertorio de música improvisada, siente que se le congela el profuso sudor de su cuerpo. Con la mirada que pondría el amante sincero al encontrar a su amada en brazos de otro (dale un vistazo a algunas películas de Buñuel) el viejo se para en seco y observa a un elegante saxofonista, quien con un impecable y pulido instrumento interpreta de manera igual de impecable una bella melodía que se encuentra escrita en las hojas pautadas que sostiene un atril tan plateado como el reflejo de la luna en un río calmado de aguas puras. Impura la madre en la que piensa el viejo y sin decir una sola palabra, maldiciendo mentalmente a la progenitora del joven músico que el restaurante contrató para beneplácito de los comensales y comenazúcares, el viejo retoma su camino hacia el cruce de un gran avenida para interpretar sus melodías en 20 segundos de los 30 que dura la luz roja, y aprovechar los 10 segundos restantes para recoger las monedas que algunos automovilistas pudieran obsequiarle. El viejo del saxofón golpeado fue hoy otra víctima de la elegante modernidad tercermundista que se rige por las apariencias dictadas por el submundo llamado primer mundo, qué le vamos a hacer.