“Arriba las manos en la masa”, dijo gravemente el asaltante asalariado cuando entró a robar la panadería sin gravedad. Los apantallados panaderos se pandearon obedientes y arrojaron sus bollos al bello suelo. “Que nadie se pase de listo”, remarcó el asaltante junto a una pintura sin marco. Y todos fingieron ser más estúpidos de lo que eran. “Coloquen todos los corolarios en el costal”, ordenó castamente el asaltante mientras recordaba a la novelesca novia que le dijo que no. Todo parecía el vivo cuadro de una naturaleza muerta. En sigiloso silencio, aunque callaban su escándalo, los bienes mal habidos giraron a malas manos bien cuidadas, demostrando así que por alguna razón lógica el dinero suele acuñarse en monedas redondas. El jefe de los panaderos era un fakir cansado de las farsas, y al descubrir que todo esto era sólo un medio para gastar tinta, papel y tiempo, se concentró centralmente y ordenó a los músculos moluscosos de una mano que se cansaran secamente de inmediato. Y así sucedió, el asaltante se quedó para siempre robando la panadería sin conclusión alguna. Sólo una laguna y una mano engarrotada por una fantástica maldición que evocó un personaje mal pensado.
jueves, 25 de septiembre de 2008
El asalto perpetuo
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